Dark - temporada 3: Mundos a oscuras

    El estreno de Dark (Baran bo Odar, Jantje Friese, 2017) en Netflix, abría una nueva posibilidad de exploración en este esquema, siempre latente, al que el desarrollo de la serie puso continuamente en entredicho. La primera imagen de unos jóvenes andando en bicicleta en las afueras de una ciudad pequeña, junto a una inmensa plata nuclear, generó en algunos un vínculo con Stranger Things (Matt y Ross Duffer, 2016), y el horizonte ochentero de la producción alemana apoyaba esa primera impresión. No obstante, con rapidez nos percatamos que estos viajes en el tiempo no eran homólogos al otro lado; que los extraños fenómenos que se repiten cada 33 años en Winden no comprometen una progresión, que las líneas narrativas que comenzaban a abrirse, en estricto rigor no lo hacían hacia afuera, sino más bien hacia adentro.

Advertencia: el presente texto contiene spoilers sobre las 3 temporadas de Dark.

Incluso en los relatos más catastróficos de la ciencia ficción no es raro encontrar en algún lugar la promesa del paraíso. En mundos desolados por guerras atómicas, desastres climáticos o pandemias incontrolables, el destino de la fabulación suele incorporar un edén, oculto o protegido. El objetivo dramático -el destino, si se quiere- en varias de estas historias, se vincula con el acceso a ese espacio prohibido, el utopos dentro de la distopía, el prado verde sobre los páramos desérticos, la ciudad cercana al centro de la tierra, donde todavía hace calor. El estreno de Dark (Baran bo Odar, Jantje Friese, 2017) en Netflix, abría una nueva posibilidad de exploración en este esquema, siempre latente, al que el desarrollo de la serie puso continuamente en entredicho. La primera imagen de unos jóvenes andando en bicicleta en las afueras de una ciudad pequeña, junto a una inmensa plata nuclear, generó en algunos un vínculo con Stranger Things (Matt y Ross Duffer, 2016), y el horizonte ochentero de la producción alemana apoyaba esa primera impresión. No obstante, con rapidez nos percatamos que estos viajes en el tiempo no eran homólogos al otro lado; que los extraños fenómenos que se repiten cada 33 años en Winden no comprometen una progresión, que las líneas narrativas que comenzaban a abrirse, en estricto rigor no lo hacían hacia afuera, sino más bien hacia adentro.

El final de la primera temporada terminó de dibujar el uróboro: el viaje en el tiempo no es un accidente que obliga a los protagonistas a recuperar al niño perdido, pues las fotografías de sus hermanos comienzan a desvanecerse en el presente. Más bien, el viaje mismo es lo que hace posible ese presente, anudado con su pasado y su futuro. Era natural pensar que la segunda temporada se encargaría de responder si desatar ese nudo era factible, sin embargo, cada giro de la trama no hizo sino apretarlo. Cada vez que se revelaba un nuevo fragmento del cuadro, este reafirmaba la circularidad de los acontecimientos. La tercera y última temporada arrancó con una ventana, la existencia de un “segundo” mundo, paralelo al que hasta ahora habíamos conocido, y en donde se podrían alojar las claves necesarias para desenmarañar no solo la constricción de la trama, también la posibilidad de quebrar el círculo, condenado a repetirse hasta el infinito.

Demoraríamos demasiado en precisar el listado de nombres y relaciones que se imbrican en torno a este laberinto. Es conocida, además, la naturaleza compleja de la narración en Dark, y no sería extraño que acabáramos por enredar todavía más la madeja intentando explicar los parentescos. Sí podemos decir que entre ambos mundos se establece una disputa, la que entrelaza a los personajes principales en un juego de dualidades; un continuo tránsito entre la luz y la oscuridad -sin que sepamos con claridad cúal es cuál-, entre eternizar el ciclo o destruirlo por completo. Jonas (Louis Hofmann) y Martha (Lisa Vicari) en su juventud intentan cambiar el pasado para salvarse mutuamente y a todos los demás. El tiempo, el verdadero antagonista de la historia, complota constantemente para impedirlo, generando en ellos una distancia que los enfrenta en bandos opuestos para cuando son ancianos. Cada uno en su mundo construye un mito a la vez infinito y originario, asumiendo una personalidad bíblica. Adam (Dietrich Hollinderbäumer) y Eva (Barbara Nüsse) manejan a sus alfiles y peones -el resto de los personajes que pueblan el relato- para intentar tomar la delantera en su búsqueda del paraíso a través del origen. Ella para cuidarlo y perdurarlo, él para obliterarlo, arrojándose junto a todos a la nada, un acto visto como benevolente ante la condena a la reiteración interminable.

Era necesaria la intromisión de un tercer agente, Claudia, quien trabajando para los dos lados logra concluir que la respuesta no estaba entre ellos, que la imposibilidad y la pérdida que los motiva proviene de otro lugar, un tercer mundo, que es a la vez el primero. De esta forma, los mundos que han construido sobre sí, las leyendas que articularon para darle sustento, la fábrica de senderos entrecruzados son el eco de una pena primigenia, la del científico H.G. Tannhaus, obsesionado con la densidad del tiempo, desolado por la muerte de su familia, a la que intenta recuperar. De este dolor, Jonas y Martha representan solo sus manifestaciones más categóricas.

En sus 8 capítulos, la tercera temporada de Dark amaga al menos tres veces con posibles caminos antes de ofrecer el desenlace definitivo, el que quizás no contó con mucha anticipación al interior de la narración, pero dentro de los términos establecidos por la propia serie resulta perfectamente verosímil. La mesa está servida para el surgimiento de un sinfín de teorías que podrían terminar de explicar giros y aperturas que no quedan del todo fundamentadas, aunque sean admisibles dentro de la propuesta. La piedra angular, en términos dramáticos, es sin duda la entrega de información, y la habilidad para hacerlo sin estropear el final ni quedar en la total opacidad. Como espectadores, estamos inmediatamente atados a ver la historia a través de los ojos de Jonas y Martha en sus versiones jóvenes. Al igual que ellos, solo conocemos una gota de este océano y, también, podemos creerles o no a sus yos mayores y sus intenciones. En este horizonte el guion debió responder a una exigencia no menor. El desafío a los espectadores radica en que una gran cantidad de diálogos y acciones nos cuentan cosas que ya sabemos, pero son vistos desde otro ángulo o explican un hecho que ha pasado o está por pasar. El límite se vuelve difuso en esta tercera temporada, cuando empezamos a saber más que los mismos personajes, somos capaces de anticiparlos, cambiando nuestra posición respecto al relato; y que ello no se transforme en una redundancia reviste bastantes méritos.

En este sentido, la limitada cantidad de temporadas opera no solo dentro del esquema triádico que sustenta la historia, sino que resulta una justa medida antes de caer en la repetición. Esto no quiere decir que ciertos aspectos terminaran por quedar infra desarrollados y una genuina curiosidad demande algunos capítulos más: entender mejor el mundo de Eva, saber más del viaje personal de Claudia, cómo se gestó su aprendizaje en sus constantes desplazamientos, qué papel jugó definitivamente Agnes ahí, entre tantos otros. Habrá también una tentación en hallar los forados, en puntualizar yerros e incongruencias. Es verdad que, en las dinámicas actuales del entretenimiento, estirar el drama no habría sido difícil, producir un par de temporadas más, rentar hasta que el agotamiento sea obvio. Antes de eso queda mejor este teatro de sombras, con solo algunos de sus rincones iluminados. La Casa ya está construida y Asterión espera paciente adentro. Es legítimo también dejarse llevar, sin la necesidad de atar todos los cabos, y perderse entre nombres y tiempos, al igual que con los Buendía, entre Aurelianos y José Arcadios.

Las referencias filosóficas en Dark, en particular la nietzscheana, han sido de las más comentadas, a propósito de la noción del eterno retorno. En la temporada final emergen otras tantas, algunas más evidentes que otras, como la del déjà vu como un error en la Matrix, aludiendo al filme de las hermanas Wachowski de 1999. La repetición como algo que está mal, una fractura en lo que parece ser un sistema cerrado, referencias que terminan por darle un espesor particular a la serie. En definitiva, los viajes en el tiempo funcionan como un espacio intermedio, entre bastidores, en donde los personajes se refugian en medio de cordeles y trampantojos, esperando a que sea tiempo de salir a escena y ejecutar su papel. Son las murallas de Samaris -una de las Ciudades Oscuras de Benoît Peeters y François Schuiten-, frente a las que el funcionario Franz cae seducido antes de percatarse de su falsedad, son las ruinas circulares donde el forastero sueña a su hijo capaz de domar el fuego, o la prisión de piedra donde Tzinicán aprende a leer a Dios en la piel del jaguar -ambos cuentos de Jorge Luis Borges.

Dark reactiva esta posibilidad, tan interesante para el arte de contar historias, de retratar el mundo como si fuese su reflejo en un espejo opaco, y lo hace a partir de una atractiva y poco común cautividad. Es de esperar que su ejemplo se transforme en referente para imaginar más mundos oscuros, futuros oprimidos por el tiempo, utopías, distopías o lo que sucede cuando ninguna de ellas puede concebirse, incluso en los relatos más catastróficos de la ciencia ficción.  

 

Título original: Dark. Creadores: Baran bo Odar y Jantje Friese. Temporadas: 3. Episodios: 26. Año: 2017-2020. País: Alemania. Distribución: Netflix.