Small Axe: Paradojas del gueto antillano

A veces con exceso de efectismo, otras directamente explorando recursos cinematográficos poco comerciales, cada película opera de modo independiente y transita entre estructuras narrativas clásicas (formación del héroe, drama romántico, juicio político) y recursos disruptivos (aceleración y desaceleración de tomas, alternancia de planos y focalización en los planos detalles, énfasis en la música, como en Lovers Rock). Así, el conjunto rehúye del patrón unívoco o cerrado y se aferra a mostrar desde diferentes perspectivas nudos de época o, si se prefiere, representar desde el punto de vista de la experiencia vivida las tensiones existentes entre el deseo de integración y la exclusión permanente por parte de los aparatos del Estado de las y los ingleses “de color”.

Miniserie, serie antológica, colección fílmica y saga son algunas de las formas con que la crítica ha denominado a Small Axe, el estreno de Steve MacQueen dedicado a la vida de migrantes de las Antillas en Inglaterra entre los años sesenta y ochenta. Si bien en esta entrega subyacen algunas resonancias con la premiada 12 años de esclavitud (2013), y con Hunger (2008) —largometraje sobre la extensa huelga de hambre de Boby Sans en Irlanda a inicios de los años ochenta—, muestra sus propias particularidades. Small Axe explota la delgada frontera entre cine y televisión, y desde allí juega con el horizonte de expectativas. Muy en sintonía con el giro plataformista de los estrenos del último año, muestra un conjunto de historias individuales y colectivas, personajes ficticios y reales, locaciones organizadas bajo un criterio temático (y no cronológico) que recorren tres décadas de la diáspora antillana en cinco episodios. A veces con abstracción contextual y otras echando mano a referentes explícitos, que redundan en la transparencia icónica y el hito pop, cada episodio construye perfiles, roles, posiciones en que se desenvuelven los conflictos y deseos presentes en diversas esferas de la vida londinense. 

Small Axe no se ocupa de las causas de esta migración impulsada por las mutaciones del colonialismo británico al término de la Segunda Guerra Mundial. Escoge un punto de partida más adelante en la historia: cuando las y los antillanos instalados en la metrópolis ya conforman una comunidad establecida con al menos una segunda generación. Desde allí exhibe el repertorio de negociaciones identitarias y políticas entre quienes nacieron en los territorios de ultramar y quienes no. También las nuevas reglas que transformaron las pautas de “lo nacional” desde Nothing Hill, Brixton, los barrios guetos. 

Retomando hechos verídicos y ficcionalizando otros, comienza con Mangrove, película en torno al histórico juicio a los nueve activistas vinculados a las protestas contra el racismo y hostigamiento contra el restaurante The Mangrove en 1970, juicio que se convirtió en un precedente de reconocimiento de los montajes y el racismo institucional. Sigue con Lovers Rock que desde otro foco ingresa a la escena del reggae, y de allí a las tensiones entre tradición y creación, ocio y trabajo, amor y violencia, a partir de una historia romántica nacida en una fiesta clandestina de los ochenta. Continúa con Red, White and Blue en torno a un científico forense que ingresa al cuerpo de policía británica para transformar la institución desde dentro, como otros pocos migrantes en los años ochenta. Por su parte, Alex Wheatle, bajo la estructura del relato de formación de artista, muestra en racconto la historia del joven escritor como un proceso de toma de conciencia racial ambientado en las revueltas de Brixton en el ‘81 y sus antecedentes. Por último, Educación se aproxima desde la historia familiar migrante al sistema de segregación racial en la educación pública y cómo la solidaridad y articulación entre las madres fue crucial para denunciar estas prácticas. 

A veces con exceso de efectismo, otras directamente explorando recursos cinematográficos poco comerciales, cada película opera de modo independiente y transita entre estructuras narrativas clásicas (formación del héroe, drama romántico, juicio político) y recursos disruptivos (aceleración y desaceleración de tomas, alternancia de planos y focalización en los planos detalles, énfasis en la música, como en Lovers Rock). Así, el conjunto rehúye del patrón unívoco o cerrado y se aferra a mostrar desde diferentes perspectivas nudos de época o, si se prefiere, representar desde el punto de vista de la experiencia vivida las tensiones existentes entre el deseo de integración y la exclusión permanente por parte de los aparatos del Estado de las y los ingleses “de color”. Pero también explora los puntos de fuga posibles de esas violencias, los puentes prefigurativos de un diálogo que muchas veces parece imposible. Resuena la urgencia de una imaginación política sin precedentes ni garantías; como dice Leroy Logan, el policía negro de la tercera entrega: “Cuando quieres ser el puente, quedas solo”.  

En el gueto barrial, las Antillas son un fuera de campo. Trinidad y Tobago, Barbados, Jamaica, Guyana, Granda, etc, aparecen como referentes tácitos, palpitantes en los acentos y tonos del inglés, en las biografías familiares, en los sabores, en la música, en los nombres de los afectos. Small Axe muestra una cultura antillana londinense que se sostiene sobre complicidades colectivas, transmisiones intergeneracionales, saberes que pasan de mano en mano: la lectura de C.R.L. James, la remoción de la escena musical londinense, la transversalidad de la lucha antirracista, las utopías como punto de partida. Sin embargo, a ratos, la frontera de color, como hilo conductor, se empantana en binarismos, en maniqueísmos que renuncian a profundizar el desarrollo interno de los personajes, a complejizar sus conflictos, y los recursos cinematográficos con que se construye la atmósfera. Llama la atención la renuncia a establecer paralelos con la historia británica del periodo más allá de la localización en una década, o la exposición de conflictos epocales muy a groso modo. Ni la nueva izquierda, ni el mapa global de influencias culturales e intelectuales inciden en este ambiente; tampoco -salvo una tangencial mención final- el advenimiento del thatcherismo y su poder de Estado. Ese silencio leído como un recurso de la construcción del punto de vista puede que exhiba la fuerza con que operó la segregación en esas décadas, la administración británica de las islas asimilada en su gueto metropolitano.

Small Axe expone un maniqueísmo de posiciones. Uno que remite al imaginario de The Wailers que titula la miniserie (If you are the big tree/ We are the small axe/ Sharpened to cut you down/ Ready to cut you down). Su puesta en escena a veces reclama más profundidad y por eso inquieta, despierta interrogantes. La construcción de un nosotros que es a veces antillano y otras, una oposición de blancos y negros. En un año en que particularmente muchos estrenos han disputado la línea de color (Da 5 Bloods, One Night in Miami..., Judas and the Black Messiah), conviene recordar al lucido Fanon de “africanos y antillanos”. En este conjunto de estrenos el debate sobre los lenguajes, el rol de representaciones, las diversificaciones de historias, fuera del espectro de héroes y heroínas, de las narrativas ejemplares, de los dramas de casilleros, cobra relevancia. En definitiva, el punto de vista crítico sobre los maniqueísmos o cómo eso continúa siendo un terreno pantanoso en las estéticas y lenguajes contemporáneos de un cine hoy que nos llega demasiado cerca de la televisión. 

Título original: Small Axe. Dirección: Steve McQueen. Guion: Rebecca Lenkiewicz, Steve McQueen, Alastair Siddons, Courttia Newland. Año: 2020. País: Reino Unido. Episodios: Mangrove (124’), Lovers Rock (68’), Red, White and Blue (80’), Alex Wheatle (60’), Education (60’).