El niño rojo (Ricardo Larraín, 2013)

La recién estrenada El niño rojo, de Ricardo Larraín pertenece a múltiples iniciativas. Por una parte, es el retorno al cine de Larraín, que deja atrás el espacio de Chile Puede (2008), y vuelve a representar esa raíz histórico-testimonial de Chile, presente en El entusiasmo (1998) y, como develó el paso del tiempo, también en La frontera (1990). Es a la vez una continuación del proceso de investigación y dirección iniciado el 2007 con O’Higgins, vivir para merecer su nombre, telefilm perteneciente a la serie Héroes, de Canal 13.

El niño rojo se mantiene ligada al mundo de la televisión al ser una película y también una miniserie exhibida por Megavisión (su primer capítulo fue un éxito de sintonía). Sumado a esto, la cinta también pertenece a Libertadores, serie de películas sobre la independencia latinoamericana producida por Wanda Films, de España en co-producción con distintas iniciativas del continente. Además, Larraín ha sugerido que esta cinta podría ser parte de una cuatrilogía, junto con otras dos cintas que recreen el amor de O’Higgins por Rosario Puga durante la guerra: “una especie de Lo que el viento se llevó chileno” en palabras del director. Junto con una última cinta sobre su exilio y muerte.

A pesar de estar vinculada a todos estos mundos (televisión, cuatrilogía, series internacionales, etc…), esta película se sostiene por si sola. La extensa investigación se ve reflejada en una detallada puesta en escena, con una gran cantidad de sets, que nos sacan de Santiago y de Chile, donde los detalles no solamente están bien logrados históricamente, sino además se utilizan para construir realidades. Por ejemplo, cuando Isabel Riquelme (Ana Burgos) se prepara para su matrimonio, la estructura del vestido es mostrada de tal manera que nos expresa su aprisionamiento en la sociedad, el miriñaque actúa cual jaula. A esto ella suma después “soy sólo una mujer”. El excelente casting nos presenta actores nacionales e internacionales representando el cosmopolitismo colonial: españoles, irlandeses, criollos, mapuches, argentinos, venezolanos, ingleses, limeños, esclavas africanas, entre otros. El trabajo de acentos, logrado con mayor y menor astucia, nos permite imaginarnos cómo sonaban distintos espacios de la colonia, con un clímax en la construcción simbólica de O’Higgins diciendo “libertad, igualdad y fraternidad” en mapudungun. Así mismo, los temas musicales fusionan los mundos presentes (en la Colonia y la crianza de Bernardo) con influencias mapuches y españolas, además de una épica contemporánea. El detalle de la investigación está incluso presente en la manera en que los personajes se relacionan unos con otros, como se comunican y se dan cariño.

Como película que presenta la biografía de un personaje histórico (bio-pic), El niño rojo pertenece al mundo del cine y también al mundo de la historia. Es precisamente en este punto en donde la cinta se destaca. Si bien hubo que inventar encuentros entre Bernardo O’Higgins adulto (Daniel Kibliksy) y su padre Ambrosio O’Higgins (el actor argentino Fernando Cia) que históricamente no sucedieron, estos diálogos están inspirados en la comunicación epistolar que aún hay disponible. Es posible que más “errores históricos” sean identificados a medida que historiadores especializados analicen la cinta. Pero, fuera de esa obsesión con representar el pasado “tal cual como pasó” –que la historiografía tampoco logra en totalidad- esta cinta nos presenta, más allá de la figura de Bernardo, una colonia llena de matices, de una manera ejemplar.

De las casas de niños abandonados –en la cinta vemos además niños con malformaciones físicas y síndrome de Down. (Aquí, por ejemplo, la cinta se toma una licencia y crea una narrativa de cómo Bernardo sale de este lugar.) Se nos presenta también un pueblo mapuche, arriba en la cordillera. Bernardo luego vive en una hacienda colonial, y después en un colegio franciscano para la elite mapuche, en donde se da al estudio de la música y pintura, matemática y ciencia, luego llega a Lima y ahí estudia con la elite criolla. Sumado a esta peregrinación, la cinta nos lleva a Londres en donde Bernardo histórico y fílmico conocerán a Francisco de Miranda (Rodrigo Soto en la cinta). Así mismo, el rol de la religión católica, representado múltiples veces, es también un caris importante en la cinta. De particular detalle es el santo de ojos móviles que asusta a Bernardo niño (Francisco Ibarra) ante lo que su ficcional y simbólica madre mapuche/nodriza (Gabriela Arancibia) le dice que es el “juguete huinca.” Así, El niño rojo nos muestra una compleja sociedad colonial.

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El énfasis en el valor de la educación que tiene la cinta, hace que Bernardo sume experiencias no sólo académicas, sino de su constante peregrinaje que lo lleva de guerrero mapuche a libertador de la patria, pasando por santo franciscano, príncipe español, ávido estudiante de intercambio, y joven enamorado. En su peculiar peregrinación de vida, pasa de cultrunes y piedras a campanas y extensas bibliotecas, permitiéndonos conocer una interpretación de la vida de este personaje tan conocido y tan desconocido a la vez.

Claudia Bossay

*Esta reseña forma parte de las reflexiones del proyecto postodctoral FONDECYT Nº 3150632