La memoria del agua (1) : la soledad del ser (Matía Bize, 2015)

Si bien el punto de partida de la última película de Matías Bize es la destrucción de una familia por la pérdida de un hijo, este hecho sólo es un antecedente de la historia que nos hace vivir en 88 minutos, en que nos enfrentamos a un carrusel emocional brutal.

Javier y Amanda han perdido a su único hijo de 4 años en un accidente en la piscina de su casa, y en este duelo su relación de pareja se fractura. Ella decide dejar la casa pese a la insistencia de Javier, quien cree que juntos es el único modo de superar el inconmensurable dolor al que han sido sometidos.

Prescindiendo de clichés y de largos diálogos, la historia se presenta mediante una mirada, que no es la de sus protagonistas, a quienes se disecciona frente a nuestros ojos, carente de cargas morales. Una mirada que nos hace sentir y vivenciar sus dolencias, con imágenes que susurran a veces y en otras ocasiones le gritan al espectador, gracias a las impecables actuaciones de sus protagonistas, Benjamín Vicuña y Elena Anaya.

No comparto la opinión de que el film se trate de la muerte de un hijo, o de la capacidad de una pareja de hacer frente a situaciones límites, ya que, como señalé al principio, me parece que la desaparición del niño es un antecedente de la historia que vemos, y la separación de la pareja es una consecuencia. Para mí, La memoria del agua se trata de la soledad, de la inefabilidad del ser, de que aunque estemos junto a otros, siempre seremos solos, siempre una persona. Por ello, y aunque intentemos cubrir nuestra inherente soledad con relaciones, con el amor de pareja, con los hijos, con las mascotas, con las cosas, finalmente el ser (humano) es uno, el ser es individual y pareciera que aceptando este hecho podremos superar las dificultades que nos depara el vivir. Para mí, esta película trata de lo que sucede cuando te arrebatan la falsa sensación de resguardo que podemos tener cuando formamos una familia, lo que sucede con las personas cuando se les quita violentamente la guarida emocional que significa amar a otros.

Sin duda se trata de una esperable evolución de la estética de este director, con la que ahora nos puede mostrar la muerte y su repercusión sin mencionarla ni una sola vez, y podemos ver el rostro de Pedro, el hijo fallecido, sin que veamos una foto ni un flashback, que por lo demás en esta cinta resultan innecesarios.

Una característica que permanece en la obra es la cuidada música que aporta Diego Fontecilla, que musicaliza a la perfección las películas de Bize. En ese sentido, la música entra en la diégesis en momentos especiales, generalmente ligados a estados emocionales de los protagonistas, cuando son sobrepasados por lo que les está ocurriendo. Esto me recordó a Silvia Prieto (1999), de Martín Retjman: una escena en que la protagonista se pierde en la música, se funde en el ritmo de dejarse llevar finalmente por la vida. Así, la música de La memoria del agua, como un ritmo cardíaco, se acelera, se desboca, para finalmente volver al ritmo habitual, se reconcilia.

Se trata de una película cruda, violenta, con momentos tiernos y algunas risas breves, que nos hace reflexionar sobre las relaciones de pareja, sobre la familia, acerca de cuáles son los lazos que perduran realmente y en aceptar nuestra unidad de ser, como forma de eliminar el sentimiento de soledad que nos embarga en compañía o en ausencia de ella, si no somos más que materia única en el espacio.

 

Nota comentarista: 9/10. Título: La memoria del agua. Director: Matías Bize. Guión: Matías Bize, Julio Rojas. Fotografía: Arnaldo Rodríguez. Reparto: Benjamín Vicuña, Elena Anaya, Néstor Cantillana, Pablo Cerda, Alba Flores, Sergio Hernández, Silvia Marty, Antonia Zegers. Año: 2015. Duración: 88 min. País: Chile, España, Argentina.