La Once (1) de Maite Alberdi (2014)

Esperado hace tiempo, por fin se acaba de estrenar comercialmente en Santiago, el último documental de la joven cineasta Maite Alberdi, La Once.

Los microcosmos son la especialidad de Alberdi. Esta vez, con un ingrediente algo más personal, la documentalista comparte con la audiencia la tradicional y antigua costumbre de su abuela y sus amigas del colegio de reunirse, una vez al mes desde hace más de 60 años, para tomar once y conversar de lo humano y lo divino. Consciente de que para ella es un hecho habitual del que ha sabido toda su vida, la directora reconoce el logro que ciertamente hay tras estos encuentros. En tiempos en que las instancias de comunicación vivencial o personal son cada vez más esquivas y en que la amistad también resulta un poco desafiada por otras prioridades, el registro de una breve muestra de estos inigualables momentos termina siendo un verdadero regalo para cualquier espectador con un mínimo de sensibilidad.

La voz de María Teresa presenta, con sus rasgos más distintivos, a cada una de las amigas que conforman este ahora pequeño grupo, que se ha reducido al pasar de los años. María Teresa, Ximena, Alicita, Angélica, Gema y ocasionalmente alguna invitada que se suma, sostienen largas charlas alrededor de una mesa bien provista de dulces para acompañar el té.

El trabajo extracta conversaciones de distintas “onces” y se arma como si fueran dos o tres, con sus pausas. Los planos cerrados contribuyen a esa continuidad temporal, pero sin engaño. El manejo del montaje está bien pensado como para no soltar los hilos de conversaciones que van desde los recuerdos del colegio, las enseñanzas de economía doméstica, del rol de la buena esposa y la forma en que ellas contraponen eso con lo que tan perspicazmente observan del mundo de hoy. Y todo parece seguir una lógica, una cierta evolución. Inicialmente hablarán de cosas generales, analizarán el mundo, la juventud y el lenguaje de estos tiempos, y los enfrentarán a lo que ellas aprendieron; sus juicios morales son los esperados, aunque también habrá entre ellas alguna menos conservadora. Desde esa perspectiva más amplia, luego los temas se volverán más personales, más íntimos. A esas alturas de la vida en que mucho del tiempo se va en mirar hacia atrás y recordar, ellas revisan y comparan entre sí.

Si bien cada conversación resulta cautivante e interesante, tanto por su contenido como por la forma en que la llevan, el documental también repara en otros aspectos asociados a este rito. La presencia silenciosa de la empleada de la casa, que en cada oportunidad recibe las instrucciones de la anfitriona, obliga a repensar en el entorno. Alberdi parece dejar ver así también su propia visión crítica -o al menos da los elementos para que uno encuentre la suya- acerca de una forma de pensar transversal a la generación a que pertenecen estas mujeres, pero sobre todo al estrato social del que vienen. La distancia con la “servidumbre” se grafica en una forma de omitir a veces los rostros de tales otras mujeres o en registrar ciertos silencios forzados de las invitadas frente a ellas.

Pero si hay algo que marca el tono del filme y lo hace entrañable, es el notable sentido del humor de estas amigas, negro en no pocas ocasiones, incluso a pesar de la nostalgia, la enfermedad, las ausencias y las despedidas que se aproximan. Habituadas ya a la presencia de la cámara, estas mujeres se vuelven niñas y algo en ellas resplandece; chispeantes, alegres, pícaras y coquetas, transmiten la importancia que para cada una de ellas tiene la once. A su vez, ésta, como rito, como evento, nunca pierde el protagonismo. Una muy particularmente bella, cuidada y acertada fotografía, le recuerdan al espectador lo excepcional de estos encuentros que tantos años no logran hacer palidecer. Cada vez una anfitriona diferente se esmera igualmente en que la once sea perfecta. Las detalladas tomas de la preparación del té, entre tazas floreadas de loza fina, acompañadas de un sonido igualmente cuidado, hacen ver en estos encuentros una verdadera ceremonia, cargada de femineidad y de alcurnia.

La Once es un filme completo, sólido y profundo, en que no importa desde dónde se mire, si se comparte o no la visión del mundo que estas mujeres tienen, ni de dónde ésta proviene. La belleza de su fotografía, la certeza de cada primer plano -ninguno se siente más largo de lo recomendable-, la selección de lo conversado, la estructura evolutiva del filme, solo por mencionar algunos, son aspectos que contribuyen a hacer de este trabajo un documento único sobre la atmósfera que crean estas amigas cada vez que se reúnen y en que es posible observarlas tal vez en su mayor plenitud, hablando, riendo y conmoviéndose con la misma naturalidad de su juventud. La Once hace pensar en que la existencia del lazo afectivo que implica la amistad puede realmente durar toda la vida.