Los perros (2): Animalidad y espacios de poder

Dos opciones, entre diez o más, hay para entender la obra de un director de cine, o de un autor. Una es la consistencia en el tiempo, la otra, el desmarque constante. Marcela Said apuesta por la primera. Desde esa premisa, uno de los aciertos del cine de Said, tanto en documental como en ficción, es la forma en que muestra espacios de poder, en general ilegibles y no visibles para la sociedad. Said lleva la cámara con sutilidad a espacios social y políticamente velados. En I love Pinochet (2001) muestra de cerca, aunque con distancia discursiva e ideológica, el perfil del fanático pinochetista. En Opus dei (2006), por su parte, se adentra en la intimidad desconocida de un grupo religioso sectario ligado a la derecha chilena conservadora. A la vez, en El mocito (2011) escenifica el testimonio subalterno de un sujeto al servicio de los aparatos de represión de la dictadura militar. En tanto, El verano de los peces voladores (2013), su primer trabajo de ficción, se adentra oblicuamente en el conflicto mapuche mostrando de cerca el pasar de una familia terrateniente que se instala en el lugar. Ahora, Los perros se acerca al entramado residual de la dictadura, en torno a la figura de Mariana (Antonia Zegers) y su entorno, con lazos un tanto más aferrados a esta instancia ominosa.

Mariana es una mujer, de algún modo, incómoda, rodeada de hombres que le reconocen y tensionan su carácter indómito. Por un lado, Francisco, su padre (Alejandro Sieveking); por otro, Pedro, su esposo argentino; y, por último, el Coronel (Alfredo Castro), quien cumple el rol de instructor y amante de Mariana. En un plano secundario, la figura del detective, relevante al inicio de la película, pero que se diluye con el avanzar de esta. Los dos primeros tienen un rol secundario, aunque gatillan la incomodidad de Mariana. Su padre le esconde tratos en la empresa familiar y con su pasado. Su esposo se incomoda con el lugar indomable que a veces ella adopta. El padre quiere esconder el pasado y el esposo no quiere un presente complejo.

Por su parte, el Coronel adopta un rol protagónico, relevante. En el intento de Mariana por conocer y comprender el pasado con el que lastra su familia surge la figura del Coronel, al que, por cierto, no se lo nombra. Como entrenador de equitación la domina y controla, pero lo fundamental es que estuvo en el Penal Cordillera y está procesado por DD.HH., ya que trabajó en la DINA, a cargo del servicio de guardaespaldas. Interpretado por Alfredo Castro -quien vuelve a su papel “infame” que ya desarrolló en Tony Manero y El club de Pablo Larraín-, gatilla emociones y afectos que condicionan la relación de Mariana con su padre y con su esposo.

Mariana, en ese sentido, es presentada como una mujer que, en cierta forma, hasta ahora, no ha visto ciertos aspectos turbios y lúgubres de su familia. En esa línea, Said complementa la gama de colaboradores de la dictadura que anticipa en El mocito y que introduce en I love Pinochet. “¿Por qué no colabora?”, le pregunta Mariana al Coronel. “No soy un traidor”, le responde este. Pero más allá de cualquier juicio de valor de ella, la figura de este desencadena su interés por culpar a su padre, “cómplice pasivo” de la dictadura -idea que introdujo Sebastián Piñera, en su periodo presidencial anterior-, que me recuerda M (2007) del argentino Nicolás Prividera, director y protagonista que habla de los “dirigentes técnicos” (citando a Hannah Arendt), es decir, la burocracia civil vinculada a la Alemania Nazi. Por cierto, Said utiliza la condición de argentino de Pedro, la cual le permite entablar vínculos con las formas de asumir la justicia en Argentina, cuya familia militar estaba presa en prisiones comunes, en decir, militares que se las vieron cara a cara con la justicia, sin cárceles especiales, sin tanto tira y afloja. En ese sentido, Mariana increpa a su esposo, e incluso, al Coronel, quien le responde: “Pregúntele a su papá si se arrepiente de algo”.

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Ahora, el entramado político-histórico propuesto por Said, luce un tanto explícito. Sin duda, toca las hebras precisas de la historia chilena reciente, sin embargo, se erige desde ciertos lugares comunes. Los cómplices pasivos ya están instalados y el develamiento de una escena desconocida para Mariana se torna un tanto ingenua. En ese sentido, la metáfora central de la película, la de los perros, también se cae con esta ingenuidad. La animalidad resulta sugerente -la cuestión animal, en tanto tensiones, implica, según Gabriel Giorgi, una lectura biopolítica-, pero un tanto obvia y redundante. Los perros son expuestos como animalidad dócil o salvaje. Estos surgen en el arrebato de Mariana ante el cuestionamiento por el no control de uno de ellos, la compañía o la muerte del mismo. Los perros, tal vez, podrían ser leídos como los hijos que no puede tener Mariana. A la vez, la sesión fotográfica inicial se encuentra enmarcada dentro de una atmósfera extraña, con un sujeto portando una máscara de monstruo/perro. Lo mismo las visitas a una exposición fotográfica de perros en la galería AFA y a la  Perrera Arte, con cameo de Antonio Becerro, el taxidermista y artista que la dirige. El cuadro que aparece en la película, de Guillermo Lorca -que antes tuvo una aparición como actor pintor en El verano de los peces voladores-, muestra la candidez y tranquilidad de una niña acechada por varios perros. Y por supuesto, los perros cómplices de la dictadura que aún sostienen cierto poder político.

Se podría decir que las ficciones de Marcela Said muestran ciertos ripios, en tanto desarrollan un discurso un tanto tosco al momento de construir el relato, a diferencia de lo que sucede en los documentales. Se podría decir que no brilla por sí misma, pero resulta coherente y consistente en su vínculo con sus otros trabajos. No obstante, Los perros logra aciertos puntuales, por ejemplo, la contradicción de Mariana, quien, por un lado, condena al padre y, por otro, no hace lo mismo con el coronel. Como resultado, entonces, refuerza el ejercicio de clase alta de derecha, de no asumir el peso político con el que carga con su familia. Si bien logra ver de cerca la estela de horror, finalmente la deja pasar, optando por el statu quo. Toma distancia del espacio social, quedando patente, en parte, en esa escena en la que la película muestra la ciudad desde lo alto, un plano general que difumina la urbe. Mariana toma distancia del espacio de lo común, se aleja del espacio de la verdad al reproducir la complicidad y el silencio. En ese sentido, los perros en la película de Said no ladran, se callan, mueren.

 

Nota comentarista: 7.5/10

Título original: Los perros. Dirección: Marcela Said. Casa productora: Cinema Defacto, Jirafa films. Guión: Marcela Said. Fotografía: George Lechaptois. Montaje: Jean de Certeau. Música: Grégoire Auger. Dirección de arte: Pascual Mena, María Eugenia Hederra. Reparto: Antonia Zegers, Alfredo Castro, Rafael Spregelburd, Alejandro Sieveking, Elvis Fuentes. País: Chile. Año: 2017. Duración: 94 min.