Matar a Pinochet: Cuando toda película es un manifiesto

La película sufre la antigua “enfermedad” que diagnosticó Raúl Ruiz en una entrevista ampliamente citada por los estudios de cine nacionales, realizada por Luis Bocaz en 1980, en la que el fallecido director señala que en Chile, sea por la razón que sea, toda película “es inevitablemente un manifiesto. Por lo tanto, tiene que adoptar una actitud muy fuerte respecto a una realidad y al mismo tiempo tener en cuenta todas las fuentes de opinión. O sea, un acto político.”

El cine chileno contemporáneo de ficción ha establecido, en menos de 18 meses, un rebrote potente de historias que se sitúan dentro de los márgenes de la dictadura militar. A la eterna, y muchas veces agotadora pregunta por la sobrepoblación de obras con esta temática, realizadores locales han respondido con 4 cintas, cuya estatura mediática habla por si sola. Araña (Andrés Wood, 2019), Pacto de Fuga (David Albala, 2019), Tengo miedo torero (Rodrigo Sepúlveda, 2020) y ahora Matar a Pinochet, primer largometraje de ficción de Juan Ignacio Sabatini, marcan una senda a la que sin duda vale la pena prestarle atención. Es un fenómeno que exige un análisis más detallado, el que por temas de extensión sería imposible ensayar aquí, pero que entre otros factores, propongo destacar dos. Por un lado, un refinamiento en los tratamientos tanto narrativos como cinematográficos -con una herencia de cierto cine argentino reciente, de alto impacto tanto en crítica, taquilla, premios y festivales de renombre. Por otro, un singular contexto nacional, el que ha permitido tomar más distancia con el pasado dictatorial y responder a movilizaciones sociales de distinta índole, que exigen sino una militancia explícita, al menos un intento de toma de posición.

Matar a Pinochet cuenta la historia, basada en hechos reales, del atentado orquestado por el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, que casi termina con la vida del dictador en el año 1986. A partir de una apuesta que tiene rasgos de relato coral, estructura no abrazada del todo, la película propone internarse en la psicología de algunos de los altos mandos del Frente en este momento decisivo de la historia de Chile. La Comandante Tamara (Daniela Ramírez), el Comandante José Miguel (Mario Horton) o el Comandante Ramiro (Cristián Carvajal), sumado a el “Sacha” (Gastón Salgado), militante de menor rango pero de similar trascendencia, componen un cuadro que intenta comprender las razones políticas, poéticas y humanas de la llamada Operación Siglo XX.

La cinta se estructura a partir de un viaje en auto de Tamara y Ramiro hacia la costa. En el diálogo entre ambos, en donde reflexionan sobre sus caminos, la importancia y consecuencias de sus actos, el montaje va y viene en una serie de saltos que no podemos ubicar temporalmente de inmediato, cargando de cierta ambigüedad la progresión dramática. Esta decisión, interesante en términos narrativos, se ve lastimada por uno de los problemas centrales del armado, la falta de precisión sobre quién conduce la historia. La espina dorsal que atraviesa la película es el viaje en auto, donde Ramiro parece ser el protagonista. Sin embargo, en prácticamente el resto de las secuencias, pareciera que vemos los acontecimientos a través de la perspectiva de Tamara. No quiero sugerir aquí una mirada conservadora sobre el guion, el que debiese tener sus focos y puntos fuertes bien determinados y reconocibles. Más bien, el ruido se genera en que esa dinámica ambigua, confusa e incluso fantástica que asume la obra obtiene sentido desde Ramiro, no así de Tamara, quien soporta dramáticamente la mayor cantidad del metraje. Ese desequilibrio termina por quitarle fuerza a la propuesta en su conjunto.

Hay durante todo el relato un tono épico en las voces en off, en el trazado de los planes, las conversaciones en los baños. Este gesto, que permite acercar al espectador a la magnitud de los objetivos, trae consigo también un aire irreal, de cuento oscuro, con personajes que en todo momento parecieran estar aleonando a sus tropas antes de saltar a la batalla. En este sentido, se percibe una falta de matices, una retórica siempre grandilocuente, que, precisamente, hace que tenga menos intensidad el tiempo del combate. Uno de los momentos más interesantes, en este sentido, es cuando este molde se resquebraja, en una escena donde Sacha cuestiona las directrices y caminos que está tomando la Operación, saltándose cierto protocolo al discutir con Ramiro.

Es sabido que el atentado a Pinochet involucró un alto poder de fuego. Como antecedente directo, la representación fílmica del hecho debía responder a altos estándares de producción, vinculados al cine de acción y la herencia de Hollywood en esta materia. Matar a Pinochet cumple con todos esos requisitos, levantándose como uno de los ejemplos mejor logrados en el cine local, a la hora de poner en escena complejas secuencias de acción, con lanzacohetes, ametralladoras, explosiones y autos en movimiento. Estos guiños al cine de género son muy positivos en un panorama nacional que no suele navegar por estas aguas.

El segundo antecedente que recaía sobre la producción, todavía más pesado, tiene que ver con cómo se seguía o se desviaba la ficción de los acontecimientos reales. Después de la filtración de la cinta hace algunos meses, y nuevamente ahora con su estreno oficial, aparecieron textos y reflexiones en la web que cuestionaron la pertenencia histórica del relato y el punto de vista adoptado por Sabatini. El hecho de que el guion estuviera basado en un texto previo -el libro Los Fusileros de Juan Cristóbal Peña- hizo crecer dudas que ya se inclinaban sobre ese primer material. Por mi parte, prefiero descartar la idea de la Historia, con mayúscula, como un tótem imperturbable, y que la provocación cinematográfica para con ella será siempre interesante. No obstante, dos cuestiones saltan al ruedo, nuevamente. La primera, de carácter extra-fílmico, tiene que ver con el grado de cuidado con el que se usan nombres y chapas reales, especialmente si se tratan acontecimientos relevantes para la vida y muerte de esos nombres. El ojo del cineasta puede enaltecer o denigrar, embellecer o humillar, lo que suele revelar la disposición que se tiene sobre un fenómeno particular, la sociedad o el poder. Si bien Sabatini no insulta la memoria de las y los frentistas, hay gestos y acciones de los personajes que no pasan desapercibidos y generen un justificado escozor en familiares, compañeras y compañeros.

En segundo lugar, regresa el asunto de la ambigüedad. Jugar a descomponer determinados acontecimientos históricos, especialmente si sus consecuencias son ampliamente conocidas, es de suyo llamativo. La complejidad de ello en Matar a Pinochet vuelve sobre el desequilibrio sobre los protagonismos. Desde la óptica de Ramiro, la ambivalencia histórica se potencia. Desde Tamara, lo contrario. La película sufre la antigua “enfermedad” que diagnosticó Raúl Ruiz en una entrevista ampliamente citada por los estudios de cine nacionales, realizada por Luis Bocaz en 1980, en la que el fallecido director señala que en Chile, sea por la razón que sea, toda película “es inevitablemente un manifiesto. Por lo tanto, tiene que adoptar una actitud muy fuerte respecto a una realidad y al mismo tiempo tener en cuenta todas las fuentes de opinión. O sea, un acto político.”. Ni la espectacularidad de las secuencias de acción, ni los quiebres de montaje impedirán que la cinta se mida en una vara ajena a lo que dice o deja de decir en términos políticos o militantes. Un ejemplo nítido de esto es cuando Ramiro y Tamara, en medio de una desolada carretera, discuten si todo ha valido la pena. Esto, que puede ser un elemento clave para dibujar unos personajes en medio de una insurrección, aparece mezquino a la luz de los destinos reales de los frentistas y de la sociedad chilena terminada la dictadura. Los logros de esta película son innegables, tanto o más importante es que sigamos discutiendo sus falencias.

 

Título original: Matar a Pinochet. Dirección: Juan Ignacio Sabatini. Guion: Enrique Videla, Pablo Paredes, Juan Ignacio Sabatini. Producción general: Alejandro Wise. Dirección de fotografía: Enrique Stindt. Edición: Galut Alarcón. Sonido: Martín Grignaschi. Música: Gustavo Pomeranec. Reparto: Daniela Ramírez, Cristián Carvajal, Juan Martín Gravina, Gastón Salgado, Julieta Zylberberg, Gabriel Cañas, Mario Horton, Alejandro Goic, Luis Gnecco. País: Chile. Año: 2020. Duración: 90 min.