Cine en cuarentena (20): Un país llamado Nunca Jamás. A propósito de La ciudad de los Piratas

Cuando los franceses hablan de “mon pays” se refieren al recuerdo de un país que ha sido o un país que fue, algo que Ruiz quiere recoger al momento en que Isidore canta a sus dos amores a pedido de Toby. Es un país que huele a muerte, un país ridículamente aislado, un país habitado por abusadores, un país donde no tiene cabida los sueños, un país pestilente que precisa que lo ventilemos y abramos puertas y ventanas. Como el film es una historia secreta, evitará toda contingencia que derive a un pastiche, a un panfleto. Ruiz es un maestro en fabricar los films secretos, en sumergir el contexto, en acudir a prestigiosas compañías, como en este caso, al mismísimo Peter Pan y sus piratas.

Hay una famosa película de Godard que se llama El desprecio, el film de Ruiz La ciudad de los piratas podría llamarse El desgarro, aunque suena patético y el film no lo es. Ambos tienen heroínas que experimentan abusos por partes de otros, Brigitte Bardot y Anne Alvaro. Sólo almas fuertes, como Medea, están en capacidad de sostener el peso de esta clase de historias funestas, el peso de la noche, con fuerzas suficientes para oponerse al destino.  

Las películas de Ruiz no se pueden explicar ni siquiera contar. Es aquella extrañeza que hacía notar Serge Daney de entender la película en el momento en que la ve pero la imposibilidad de contar a otro de qué trata. Son películas que trabajan en un terreno de imágenes oníricas, de símbolos aparentes, de fantasías abiertas, que si queremos explicarlas nos vemos tentados a encontrarle una explicación psicoanalítica, lo cual es traicionar la intención del director, que me lleva a buscar otra suerte de comprensión. Por eso recurro, para enfrentar este film, a observaciones que el mismo Ruiz entrega. “Lo hice justo después de venir por primera vez a Chile; yo estuve exiliado diez años. Vine entre 1982 y 1983, tuve una impresión muy fuerte y el resultado fue esa película”. Una fuerte impresión, ese será el tono de análisis. Siempre he pensado que el único análisis  que le calza a Ruiz es el análisis mítico, el que pertenece a la historia colectiva de la humanidad.

Parto sosteniendo que el film tiene a una heroína como personaje central, Isidore. Y que esta heroína es contrastada con la presencia de un niño, Denis, que es como su catarsis. Isidore es real o se muestra como tal. El niño, aparece y desaparece, para cuestionar a Isidore. El niño por tanto no tiene las inseguridades que emergen en Isidore. Denis es sabio, sabe cómo reaccionará Isidore, la entiende y la impulsa a cometer crímenes a los que ella no se atreve. Es un Pepe Grillo que apela ya sea a la maternidad, ya a la relación filial, ya a la relación de pareja.  

  

La historia transcurre en un medio encerrado, una isla, lugar propicio para que las relaciones se corrompan. Los padres de Isidore se han perfectamente encerrado en un mundo donde no hay nada que hacer. Qué tentación de asociar este mundo al Chile durante la dictadura. Se vive de recibir noticias por una vieja radio o por la lectura de viejos periódicos, noticias de crímenes que no se han resuelto, de crímenes abominables como el de un niño que ha matado a sus padres y hermanos. A medida que transcurre el film, la sensación de encierro se intensifica hasta llegar a ser insoportable, como en los films de Buñuel, un encierro burgués (El ángel exterminador, que Ruiz admiraba). Isidore abre insistentemente ventanas y postigos para que rayos de luz entren a esa casa. Impulsada por el incesto del padre, Isidore cae en trance, en una hermosa escena sale por la puerta abierta y deambula por el caserío, hasta desaparecer del todo. No hay gente que merodee por su alrededor y la vea. No hay comercio, no hay iglesia, no hay plaza, solo esa casa aislada en que  Denis detenta la facultad de atravesar sus muros y penetrar al interior para impulsar a la inerte Isidore.

Es un desgarro la relación filial, con un padre que la lleva al incesto, la trata como criada, la compensa con dinero por un trabajo extra. La relación filial ha sido reemplazada por la relación de explotación laboral, en la cual participa la madre. Denis se demuestra capaz de liberar a Isidore del padre abusador, actuando como  su intermediario maldito, extrayendo su cuchillo y degollándolo. Isidore se atreve a sacar una mueca, una leve risa al ver el desenlace buscado. El objeto criminal por excelencia ha sido el puñal. No cabe la arma de fuego, los crímenes son pasionales y deben provocar sangre. El uso del puñal empuja al relato al lado más pulsional de la historia, nos conecta con un mundo originario que es una vía al mundo mítico.

Es un desgarro la relación con Malo, a quien está dispuesto a darle todo lo que él quiere. Malo se cree irresistible ante las mujeres, se dice cansado con tanta afección. Malo habita al otro lado de la isla, allí donde Isidore no llega, se cree libre para actuar. Con ideas fatuas habla de construir un mundo mejor encerrado en un triste destino. Isidore le reprocha que su novio le hace regalos, le entrega joyas. Malo se configura como Jasón, un personaje mítico, frio y calculador, que hace gala de su egoísmo frente al amor enloquecido de Isidore-Medea. Isidore se desencanta, no hay mejores seres fuera de los muros en que ella vive. Son todos fatuos e innobles. Aparece la  conciencia lúcida del niño, que una vez más le aconseja, no hay solución. Malo será inducido a suicidarse, se saca la dentadura postiza que tira en un tiesto y se dispara. Ha sido mucho para Denis, Isidore no aprende de sus desgracias, ha sido un alma desgarrada pero sigue cayendo en manos de abusadores, decide abandonarla.

Se suceden los seductores que habitan extramuro. Aparece Toby, el hombre de experiencia. Con él canta: tengo dos amores, “mon pays et Paris”. París y mi país, Chile. Podría ser entonces su pareja chilena, exiliado, pero Toby se revela como relación ficticia, una relación  soñada, una relación deseada insatisfecha. Aparece un chiste muy chileno contado por Ruiz. En la televisión chilena había un programa de dos adivinadores, Chiara y Fernando. El público le preguntaba a Chiara por su requiebros. Chiara contestaba: “La persona que consulta va a conseguir lo demandado pero el triciclo no lo recuperará”. Este mismo gag se encuentra relatado en otro film, La recta provincia. Cuando Isidore pregunta por la suerte de su amor, le responden: “todo lo recuperará, pero el triciclo nunca lo recuperará”. Toby se revela como indolente, es y no es, ha perdido toda identidad, aparece y desaparece, es el exiliado desgarrado que ha perdido su país. Todos están muertos, exclama Toby. Eliminado vuelve a reaparecer. Isidore decide volver al lugar conocido, la casa del encierro, donde ya no están los padres. Denis la sigue.

Buscando el mito lo encontramos. El mito lo encarna Denis. Peter Pan es un niño que nunca crece, tiene diez años y odia al mundo de los adultos. Vive en el país de Nunca Jamás, una isla poblada por piratas. Nunca jamás pasa a ser la ciudad de los piratas. Denis es un niño que odia a los adultos; odia a los padres abusadores de Isidore; odia a Malo, el amante fatuo; odia a Toby que ha perdido su identidad, que ya no sabe quién es, tanto vivo como muerto indiferentemente. Denis-Peter Pan enseña a Isidore a matar para sobrevivir. Al fin y al cabo es un mundo de muertos vivos, qué importa que el vivo muera. Peter Pan tiene capacidad de conducir a los niños muertos hacia el Mas Allá.

El desgarramiento, como clave interpretativa, nos evita caer en las explicaciones psicoanalíticas. En el plano formal, Ruiz utiliza técnicas surrealistas, como él mismo dice, los objetos fetiches son capaces de organizar el espacio de la puesta en escena. A lo que se agrega un par de policías sacados de los films de Buñuel que hablan en español, visitan a Isidore y la reverencian como si se tratara de la Virgen María. Seamos claros, el surrealismo a lo Buñuel está lejos de comerse al film. Pero son decisiones de puesta en escena que modifican el relato y lo dotan de un espesor mítico que Ruiz busca expresamente.

Ruiz, después de visitar Chile en 1983, su primer retorno, realizará un pequeño film Carta de un cineasta o el retorno de un amante de bibliotecas. En ese film no lograba dar cuenta de toda su desazón al llegar a un país que ya no era el suyo. “En La ciudad de los piratas metí dentro del saco todo lo que pude”. La historia de este desgarro es el film secreto intuido, el desgarro que produjo su visita. Precisamente para postular la presencia de un film secreto, éste puede mostrarse y nunca explicarse. La explicación psicoanalítica terminaría por reducir el impacto del film. Para los que puedan encontrar un film secreto se acercarán al misterio que esconde. Cuando los franceses hablan de “mon pays” se refieren al recuerdo de un país que ha sido o un país que fue, algo que Ruiz quiere recoger al momento en que Isidore canta a sus dos amores a pedido de Toby. Es un país que huele a muerte, un país ridículamente aislado, un país habitado por abusadores, un país donde no tiene cabida los sueños, un país pestilente que precisa que lo ventilemos y abramos puertas y ventanas. Como el film es una historia secreta, evitará toda contingencia que derive a un pastiche, a un panfleto.

Ruiz es un maestro en fabricar los films secretos, en sumergir el contexto, en acudir a prestigiosas compañías, como en este caso, al mismísimo Peter Pan y sus piratas. Peter Pan sabe que cuando adulto se encontrará con tareas pendientes, deberá transformarse en justiciero, salvar a una doncella. Peter Pan sabe actuar como niño egoísta que procede irresponsablemente, hacer honor a la crueldad infantil. Ruiz recupera este ideal de niño que vive haciendo lo que le da la gana. Solo un niño podrá sacar a Isidore de su desgarro y, en el plano oculto, salvar a este país que ha caído en el mundo del cálculo frio y la indiferencia, un país de muertos vivos.   

 

Título original: La ville des pirates. Dirección: Raúl Ruiz. Guion: Raúl Ruiz. Fotografía: Acácio de Almeida. Edición: Valeria Sarmiento. Música: Jorge Arriagada. Reparto: Hugues Quester, Anne Alvaro, Melvil Poupaud, André Engel, Duarte de Almeida, Clarisse Dole, André Gomes. País: Francia. Año: 1983. Duración: 111 min.