Cine en cuarentena (4): La flor, motivos para narrar

Llinás cuenta sus historias un poco con los mismos motivos vitales de Sherezada que narraba porque estaba condenada a muerte; en La flor se nos dice que el cine es el arte de contar historias y no puedo evitar pensar que los diez años de trabajo detrás de la película son resultado de una práctica vivencial (muchas veces difícil) como la de hacer cine fuera de parámetros industriales. La flor, fiel a su idea de hacer cine, explora los límites de sus propios medios y soportes. Uno de esos medios es el género cinematográfico, uno de esos soportes la sala de cine.

840 minutos de metraje, 14 horas, números tremendos para despertar la curiosidad de cualquier espectador. 14 horas de duración que también se enfrentan con el problema de su recepción: ¿en dónde y cómo ver La flor? Por la contingencia mundial que nos acontece El Pampero Cine, la productora, liberó las siete partes en las que se divide esta flor. Una de las primeras cosas que advertí conforme avanzaba fue que sería un error considerar esta película como tradicionalmente episódica, el tiempo de La flor transcurre en función de la exigencia de cada uno de sus relatos con su duración caprichosa, con sus finales abiertos y con historias que se aluden entre sí. El tiempo también se dilata o se condensa en otras partes con la narración en off del director Mariano Llinás y de su hermana Verónica, el tiempo de las historias también cambia cuando éstas se hacen silentes o cuando recurren a cuadros de diálogo para narrar una historia del siglo XIX. 

Es difícil pensar en episodios cerrados con una duración determinada a la manera de una serie cuando nos enfrentamos con la parte de las espías (la que puede funcionar como el pistilo de la flor), por ejemplo. La historia dura alrededor de seis horas y de la principal se desprenden otras más cortas que relatan la vida de cada una de las mujeres que protagonizan la mayor parte de la película (Elisa Carricajo, Valeria Correa, Pilar Gamboa y Laura Paredes), el pasado de cada una recorre diferentes momentos y lugares en Europa y América del Sur después de la Guerra Fría. Las horas se extienden como el paisaje siberiano de uno de los relatos que sigue el cauce de la historia principal. Llinás cuenta sus historias un poco con los mismos motivos vitales de Sherezada que narraba porque estaba condenada a muerte; en La flor se nos dice que el cine es el arte de contar historias y no puedo evitar pensar que los diez años de trabajo detrás de la película son resultado de una práctica vivencial (muchas veces difícil) como la de hacer cine fuera de parámetros industriales.

La flor, fiel a su idea de hacer cine, explora los límites de sus propios medios y soportes. Uno de esos medios es el género cinematográfico, uno de esos soportes la sala de cine. Respecto al primero, La flor reflexiona bastante sobre sí misma[1], en el inicio aparece Llinás contándonos la estructura de su película: seis historias independientes con géneros distintos: clase B, musical, de espías, género indefinible -según el propio director-, un remake de una vieja película francesa y un relato tipo western. Aquí es inevitable pensar en Jean-Luc Godard o en Quentin Tarantino y su interés por los géneros “marginales”, pero si Godard subvirtió ciertas reglas del cine clásico para contar una historia de manera diferente, Llinás está más cercano a las ideas de Pedro Costa, ambos tienen un profundo amor por las convenciones del cine clásico (Costa admira a John Ford) y por el trabajo que conllevan. En el caso de Llinás esto se pone de manifiesto en la manera en la que construye su película, hace uso de todos los medios que están a su alcance aunque a veces se devele su “artificio” (los doblajes, la ambientación de época), aunque a veces se vean sus costuras. Ambos -Costa y Llinás- le rinden homenaje al cine en los aspectos que lo conforman, en la actuación están de acuerdo con que son las personas (sus personajes) las que les dan sentido a las imágenes.

Para Llinás, La flor trata de las cuatro actrices que la protagonizan y en su prólogo nos dice que la película es para ellas. La película transita por varios géneros cinematográficos, pero en su mayoría las actrices son una especie de motor que los encauza. Así, vemos a un grupo de científicas intentando resolver el caso de una misteriosa momia en Argentina; a un dúo de pop contar su historia de amor (y su origen musical) desde la perspectiva de sus integrantes: el de Victoria (Pilar Gamboa) es colérico y potente, después de mucho tiempo graba una canción con Ricky (Héctor Díaz) -su expareja- a quién le dice que es el fuego, el odio y el infierno. Después están las espías que mencioné; en esta parte las mujeres permanecen en silencio y es la voz del narrador quién las dirige, por lo que es importante fijarse en sus gestos o en sus miradas en las que hay curiosidad, miedo, amor y melancolía. En un momento la película parece autoparodiarse y ahí están de nuevo las cuatro actrices para increpar al director de una película que se llama La araña (y se parece a La flor); es en esta parte que el director (¿el de ambas películas quizá?) tiene una epifanía y descubre que un plano sin sus actrices es absurdo.

Por último, la sala de cine. Durante su proyección La flor se dividió en tres partes (y como otra prueba del desafío a la duración tradicional de una película, sus créditos duran 40 minutos) tres días seguidos en una sala de cine con algunos intervalos marcados por la propia película, una experiencia muy diferente a la de ver la película en casa. En contra de los puristas, me parece que la oportunidad de verla desde casa puede invitar a pensar la manera en la que entendemos la duración cinematográfica. En sus estudios sobre cine Gilles Deleuze parte del pensamiento de Henri Bergson y rescata el concepto de intuición, que no es sólo un “conocimiento inmediato”, tiene una conexión estrecha con la duración entendida como producción (trabajo en el sentido de Costa) y como un despliegue. De hecho, para Bergson la intuición está ligada a la creación y esto me recuerda a las epifanías de Llinás, también me hace pensar en sus imágenes fuera de campo. Llinás piensa el cine lejos de sus márgenes y nos invita a pensarlo de la misma manera. 

Título original: La Flor. Dirección: Mariano Llinás. Guion: Mariano Llinás. Productora: El Pampero Cine. Fotografía: Agustín Mendilaharzu. Montaje: Alejo Moguillansky, Agustín Rolandelli. Música: Gabriel Chwojnik. Reparto: Pilar Gamboa, Elisa Carricajo, Laura Paredes, Valeria Correa, Eugenia Alonso, Germán de Silva, Héctor Díaz. País: Argentina. Año: 2018. Duración: 840 minutos


[1] Varias películas de la casa productora El Pampero Cine reflexionan sobre sí mismas, otro caso es La vendedora de fósforos (2017) de Alejo Moguillansky.