Guillaume Brac, una brisa de aire fresco

Gracias a Mubi y su retrospectiva de Guillaume Brac, cineasta francés, me encontré con un grupo de películas como Al abordaje (2020), La isla del tesoro (2018) y Cuentos de julio (2017) que, más que emular a Rohmer, podrían pensarse como un grupo de películas que toman algunos de sus presupuestos para profundizar y ampliar el repertorio. Bien me hizo pensar que, a veces, tomar el punto de partida de otro cineasta para desde ahí construir un universo propio puede ser comprendido también como un acto de humildad y una forma de relectura de una filosofía del cine. En este caso, la cuestión del espacio y un cuidado sentido de la observación de las actitudes humanas pueden tener en Brac a un cineasta de una aplicada creatividad.

Una de las retrospectivas menos bulladas del pasado FicValdivia era la del cineasta francés Guillaume Brac, de quien pude ver solamente Un mundo sin mujeres (2011) concentrando poca atención para mí en ese momento. Sin desmerecer, en ese momento me pareció poco más que un Rohmer deslucido, que abordaba un universo algo predecible de perdedores en ciudades costeras durante el verano. Gracias a Mubi y su nueva retrospectiva, puedo reconsiderar ese juicio apresurado. Me encontré con un grupo de películas como Al abordaje (2020), La isla del tesoro (2018) y Cuentos de julio (2017) que, más que emular a Rohmer, podrían pensarse como un grupo de películas que toman algunos de sus presupuestos para profundizar y ampliar el repertorio. Tomar como punto de partida a otro cineasta para desde ahí construir un universo propio, a veces puede ser comprendido como un acto de humildad y también como una forma de relectura de una filosofía del cine. En este caso, la cuestión del espacio y un cuidado sentido de la observación de las actitudes humanas encuentran en Brac a un cineasta de una aplicada creatividad.

En sus cintas se reúnen problemáticas vinculadas a las expectativas amorosas, el encuentro y el azar, situadas siempre desde el ocio veraniego. Como observador de costumbres, Brac es un agudo testigo de la “comedia humana”. En Al abordaje cuenta el relato de Felix, un enamoradizo obsesivo que va a buscar a Alma a un balneario en compañía de su amigo Chérif y de Édouard, un desconocido inseguro al que engatusan en su propio auto. Alma es una adolescente que no da mucho el pase a Felix, sin embargo, entre idas y venidas se genera un vínculo particular del cual ambos tendrán que aprender en términos de sus propios impulsos, deseos y desilusiones. Al abordaje reúne diálogos refrescantes dentro de un naturalismo de tiempos cotidianos, constituido en base a sus contradictorios e ingenuos personajes. Todos buscan, de algún modo, el encuentro amoroso, para caer luego en un ciclo de engaños y desengaños. Pero lo interesante es todo lo que Brac va deslizando entre medio: determinadas dinámicas entre clases sociales, algún apunte sobre relaciones entre migrantes africanos y franceses blancos de clase alta y, particularmente, el ocio entendido como gatillante de interacciones sociales.

Cuentos de julio es un díptico de dos piezas breves. La primera trata de dos amigas que se van de vacaciones juntas, pero debido al encuentro con un cuidador del balneario se pelean. Así, mientras una se queda coqueteando con él, la otra tendrá un encuentro en medio del bosque con un esgrimista. Finalmente, si bien una sale decepcionada, la otra -que no esperaba nada- encontrará un momento fugaz de verdad. La segunda historia es acerca de la proyección platónica de un obsesivo con una chica, la que, a su vez, inconscientemente coquetea con otros hombres. Mientras el chico terminará desilusionándose, ella entenderá aquello de noble que tiene su admirador. Los juegos de espejos -típicos de Rohmer, pero también de determinado teatro realista de costumbres- son parte de ese “espacio visible” común que es, precisamente, una zona de engaños. El juego de las apariencias, el error, la expectativa y la caída de las máscaras son elementos de la dinámica que Brac usa para hablar del frágil espacio compartido por nosotros, ociosos modernos.

La isla del tesoro es, para mí, la contracara necesaria de sus ficciones. Consiste en un brillante ejercicio de observación documental en torno a un parque balneario al cual muchos parisinos van a descansar. Se trata de un espacio cerrado en el que hay que pagar para entrar, pero muchos niños y jóvenes se pasan sin hacerlo, desafiando así las reglas del parque. En su interior se observan las relaciones entre los “guías”, “cuidadores” y los visitantes; así como también el coqueto juego de adolescentes que buscan ligar. Poco a poco el documental va ajustando su mirada en torno a clases sociales populares y sujetos migrantes que giran en torno al parque por diversos motivos. El parque y sus rejas se vuelven así una interesante metáfora de Francia.

Brac nunca pierde  levedad, se trata de un tiempo concreto de los planos que dejan que los sucesos se invoquen, así como también permiten respirar y observar los lugares, la naturaleza, el entorno, las circulaciones. En un mundo donde nos hemos ido a vivir a espacios cerrados y de poca luz, el cine de Brac es una ventana luminosa que nos recuerda lo palpable y sensual del mundo habitado por otros, el ocio como necesidad vital y la búsqueda del encuentro como ética posible para vivir más feliz.