La gran síntesis. Apunte para una estética de las series (1/2)

La palabra “serie”, remite a repetición, secuencia, reiteración, copia. La “serialidad” puede ser definida como la “suma de los infinitos términos de una sucesión”. La Rae define serie como “conjunto de cosas que se suceden unas a otras, y que están relacionadas entre sí”. Mientras esto define en parte la estructura general de las series, su modo de consumo y la subjetividad en que se inserta es precisamente en el modo de consumo neoliberal, fragmentario, compulsivo y autoexigente, sometido a una “economía de la atención” en el marco del capitalismo cognitivo

El mundo de las series busca lugar en el análisis. Mientras una parte de la crítica las deja de lado por no ser consideradas “cine”, otro grupo parece defenderlas acérrimamente como su sustituto definitivo. Mientras unos se aferran al cine como referente cultural y excepcional con una cinefilia muchas veces minoritaria, el objeto de “consumo masivo” serial es visto como objeto menor, a pesar de una presencia diría que "absoluta" en la conversación social. Por su parte, las series han generado una cultura “fan”, ávida de novedad y de consumo rápido; comunidades cerradas sobre sí cuyo punto en común es el seguimiento de determinados géneros, universos y casas productoras.

La crítica de series suele ser detallada en argumentos dramáticos y datos de producción, pero débil respecto a la dimensión ideológica, estética y cultural. Ella sale por lo general rápido a comentar el capítulo recién salido, pero sus análisis parecen supeditados a la continuidad y evolución del mundo dramático, pero se obtiene poco rendimiento sobre los procedimientos, la narración o los alcances ideológicos.

Su profusa producción ha generado un archivo inmenso que con el tiempo ha influenciando tanto a los modos de consumo, los imaginarios y los lenguajes del espectador contemporáneo. Esta influencia y conquista de las series se ha vuelto más agresiva en el marco de la pandemia y la nueva era del streaming. De pronto las películas se parecen demasiado a las series -tenemos películas de superhéroes de 4 horas con enrevesadas tramas corales- y las series se han vuelto cinematográficas: Twin Peaks o Mad Men. En el contexto actual del consumo de ficción audiovisual, a la vez que sometido a transformaciones, la idea de “ficción” se encuentra intacta respecto a sus pactos más fundamentales de verosimilitud, coherencia, causalidad o acción dramática central. Mientras del lado narrativo -pensemos en la narratología como disciplina- es posible pensar mucho en términos de innovación, es cierto que su límite es precisamente ese: la narración es absoluta y no hay afuera de ella. En ese sentido, cabe pensar ¿qué es lo que narran las series?  ¿qué mundo están representando?

La palabra “serie”, remite a repetición, secuencia, reiteración, copia. La “serialidad” puede ser definida como la “suma de los infinitos términos de una sucesión”. La Rae define serie como “conjunto de cosas que se suceden unas a otras, y que están relacionadas entre sí”. Mientras esto define en parte la estructura general de las series, su modo de consumo y la subjetividad en que se inserta es precisamente en el modo de consumo neoliberal, fragmentario, compulsivo y autoexigente, sometido a una “economía de la atención” en el marco del capitalismo cognitivo. Tal como señala Federico Brega, las series parecen reproducir un “realismo secular” propio del siglo XIX, pero ausente de épica. Se trata de una narrativa del “follow the money”, narrada desde la circulación de los cuerpos, las mercancías y los afectos, donde no está en juego su interrupción, aunque si la internalización profunda (pensemos en Mad Men y la subjetividad capitalista).  ¿Puede pensarse la serie como la síntesis narrativa del neoliberalismo ?

Por otro lado el mundo de las series, la regla de oro del Hollywood clásico se mantiene intacta. Esto quiere decir, lo que Bordwell -aún considerando sus bordes- habría llamado “narrativa canónica” o “fundamentada”; donde los recursos audiovisuales privilegian la economía, la entrega de información, la intriga y el juego con las triangulaciones de información (espectador, personajes, narrador), con el efecto de la construcción de un realismo psicológico y una lógica causal de la acción.

Si hablamos de esto es porque el guión de fierro es el centro de la lógica general de las series. Es la apuesta por los llamados “cliffhangers” al final de cada capítulo -regla de oro para la creación de expectativa y resolución-, así como la habitual identificación de un personaje central, “el héroe”, que debe hacer frente a los elementos que se oponen a su objetivo en un desarrollo escalonado a lo largo de la temporada. En este mismo sentido la presentación del “resumen” ayuda a fortalecer la acción integral y recordar los puntos centrales de la historia: reforzar la identificación.

Ahora bien, la identificación -bien comprendida- ha llevado a series como Breaking Bad a jugar con los límites de la empatía con el personaje central, en un ensayo psicológico sobre los límites del narcisismo y el mal, llevando al espectador a zonas de intensidad emocional. El morbo, el deseo de ver “el límite”, así como el giro inesperado o violento de la trama como “efecto sorpresa”, van de la mano tanto de la manipulación emocional como de determinado masoquismo espectatorial, digno de análisis. Uno de estos puntos, tiene que ver con la obsesión en el mundo actual de las series con el mundo de los crímenes y los asesinos seriales. Una especie de “explotación” cognitiva del afecto, subrayado por la música, el montaje y la reiteración de la idea (sí, una estética reiterativa).

En series largas cada temporada parece a veces un plot extendido, que a estas alturas poseen estructuras de funcionamiento definidas. Presentación del conflicto de la temporada (primer capítulo), punto de giro (segundo y tercer capítulo), presentación de líneas paralelas (tercer, cuarto y quinto capítulo), complicación del conflicto y posible debacle (séptimo y octavo capítulo), clímax (penúltimo capítulo), desenlace y apertura de nuevas líneas (último capítulo). Mientras la estructura general es predecible, los caminos y el universo de expectativas y quiebres construyen un espectador voraz, identificado magnéticamente con el universo representado. Quien consume, consume un género de reglas definidas, un horizonte de expectativas definido, del cual se esperan sorpresas dramáticas pero no quiebres del verosímil.

Lejos de la lógica de autoría, las series, en el mejor de los casos, logran ser un laboratorio de géneros, donde estos se revisan, mezclan, renuevan, rara vez se transgreden. La estética de las series es co-dependiente de los géneros de ficción “clásicos”: el neo-noir, el épico-histórico, el melodrama, el horror, la ciencia ficción. Lo que quizás resulta atractivo son sus estilizaciones y apropiaciones, muchas veces funcionando como el “continente” o el “envase” de un enfoque ideológicamente interesante. Algunas series logran definir un “estilo” narrativo propio e interesante, incluso exploratorio. Cuando este no se vuelve métrico y predecible (como en Mr Robot o The Handmaid´s tale) y logra un delicado equilibrio entre guión y tratamiento (Mad Men, The Sopranos), o cuando logran crear un universo complejo con un tratamiento coherente y nunca en vano (The Deuce, The wire, Devs), creo que se llega a algo específico de su estética y necesidad de pensar un análisis más complejo y detallado. Lamentablemente, en mi experiencia como televidente, estos momentos son escasos, habitualmente fragmentarios y poco comentados por la crítica.