Ad Astra (2): El espacio personal

Ad Astra es hija del imaginario heredado de películas como 2001 o Solaris, en donde las relaciones entre seres humanos se desarrollan más a nivel mental que físico. Hay momentos en que el director plantea esto de manera directa, dándole protagonismo a la voz en off del protagonista. Más allá de sus acciones, son las grandes interrogantes que se le presentan al personaje las que lo van modelando.

Hay un cuento de Ray Bradbury que me ha perseguido desde la niñez. El cuento se llama Caleidoscopio y en él se narra la historia de un astronauta que cae desde su vehículo espacial hacia el planeta Tierra. Nada lo puede salvar de la muerte y, por lo mismo, durante toda su caída conocemos su lugar en el mundo: un lugar pequeño y sin importancia reducido a estrellas fugaces para pedir deseos.

Ad Astra se emparenta de alguna forma con esta historia a través de su tratamiento estético y, sobre todo, por la mirada que otorga a su protagonista. De hecho, la primera secuencia de la película nos muestra a Roy McBride (Brad Pitt) cayendo desde una antena instalada fuera de la Tierra y sobreviviendo a lo que parece ser un ataque de proporciones literalmente cósmicas. Al poco andar, y junto con el protagonista, sabremos que el motivo de los ataques puede provenir de una serie de experimentaciones realizadas por su padre, H. Clifford McBride (Tommy Lee Jones), perdido en el espacio desde que Roy era un adolescente.

La mirada del director James Gray mantiene el intimismo sobre su personaje principal para hablar de una historia de apegos y evoluciones. Roy es un militar aparentemente desafectado, centrado en su trabajo, que carga con el abandono de su padre de manera permanente. El detalle de su extremo control frente a situaciones de peligro no hace más que afianzar este estado, en que no logra generar relaciones con otros y tampoco logra reconocerse a sí mismo.

Los viajes espaciales han servido anteriormente como metáfora para hablar de procesos en que la humanidad debe salir de su centro y su zona de confort para conocerse a sí misma. Algo así como un juego en que mientras más afuera estamos, más adentro parece que podemos ir. El viaje de Roy, primero a la Luna, concebida como un gran centro turístico al estilo de Las Vegas, indica este proceso como un ente que aún no puede despedirse de toda su carga. “Trajimos aquí todo lo que odiamos” señala el protagonista, en una especie de limbo que es interrumpido por el ataque de piratas espaciales. Este momento, aparentemente alejado de lo que es el ritmo general de la película, es el quiebre que nos recuerda que, queramos o no, la condición humana se mantiene, ya sea en nuestro planeta -¿país?- de origen, como en cualquier otro lugar que se colonice. Somos siempre más o menos los mismos, queremos las mismas cosas, buscamos lo mismo y tenemos comportamientos fácilmente previsibles, en especial frente a la violencia y las ganas de dominarlo todo.

Viéndolo de esta forma, cada paso de Roy es un paso más en ese descubrimiento de lo que somos como especie. Existe un enfrentamiento permanente por la supervivencia que se presenta de igual manera confrontando a otras formas de vida y otras formas de poder, hasta lograr su cometido. Por lo mismo, Ad Astra es una película sobre viajes internos y externos, pero, más allá que eso, es una película sobre recorridos evolutivos que terminan en el reconocimiento del origen y la interrogante permanente sobre cuál es el lugar que tenemos en el universo.

Ad Astra es hija del imaginario heredado de películas como 2001 e incluso Solaris, en donde las relaciones entre seres humanos se desarrollan más a nivel mental que físico. Hay momentos en que el director plantea esto de manera directa, dándole protagonismo a la voz en off de Roy. Más allá de sus acciones, son las grandes interrogantes que se le presentan al personaje las que lo van modelando. Su punto final, en que logra dejar ir los cuestionamientos sobre el padre, nos lleva a entender que la comprensión del mundo también pasa por su aceptación, por doloroso que sea.

El imaginario también se aplica a lo visual; el espacio que vemos es el que nos enseñó Kubrick. Aquí hay una decisión por parte de su director y del encargado de fotografía, quienes nos llevan a explorar un mundo que, convenientemente, se parece a lo que esperamos que sea el espacio exterior. De alguna forma, ambos creadores involucran a sus espectadores y los hacen caer en el mismo juego de Roy: entendemos el mundo como queremos hacerlo, y lo vemos a través de la única forma que conocemos.

Ad Astra es una película que se vale de la intimidad de su protagonista para vincularse con sus espectadores. El viaje interno y externo vale tanto para Roy McBride como para quienes nos quedamos de este lado de la pantalla. El director James Gray plantea interrogantes que nos hacemos desde el principio de la historia de la humanidad, poniéndolas sobre la mesa y llamando a su revisión, mientras usa el cine como vehículo y espejo para convocarnos desde esa disciplina, permitiendo con ello la exploración de nuestros propios espacios personales.

 

Título original: Ad Astra. Dirección: James Gray. Guion: James Gray, Ethan Gross. Fotografía: Hoyte van Hoytema. Montaje: John Axelrad, Lee Haugen. Música: Max Richter. Reparto: Brad Pitt, Tommy Lee Jones, Donald Sutherland, Ruth Negga, Liv Tyler, John Finn, Kayla Adams, Kimmy Shields, Bayardo De Murguia, Bobby Nish, Sasha Compère, Afsheen Olyaie, John Ortiz, Greg Bryk, Kimberly Elise, Loren Dean, Alyson Reed, Anne McDaniels, Ravi Kapoor, Lisa Gay Hamilton, Halszka Kuza. País: Estados Unidos. Año: 2019. Duración: 122 min.