Animales fantásticos, Los crímenes de Grindelwald: Universo en expansión

Por Consuelo Banda y Jose Parra

La magia ya no habita solamente en las Casas de Hogwarts. En un evidente espíritu de ampliación, ya no es solo Harry Potter, ahora es el Wizarding World, y es que el mundo creado por J. K. Rowling está creciendo y no parece que vaya a detenerse. Locaciones y personajes nuevos, aproximaciones y escalas nunca antes vistas comienzan a poblar el mundo mágico, en una industria que pareciera nunca conformarse con el fin de una historia. Esta emergencia tiene distintas caras, las que resumen las bondades y falencias de la última entrega de este universo, Animales Fantásticos: Los crímenes de Grindelwald. Tal como su antecesora, Animales Fantásticos y dónde encontrarlos (David Yates, 2016), la película sigue las aventuras del introvertido magizoólogo Newt Scamander (Eddie Redmayne), ahora en la ciudad de París. El peligroso mago oscuro Gellert Grindelwald ha escapado y huye a Francia en busca de conseguir los seguidores necesarios para apoderarse tanto del mundo mágico como el de nosotros, los muggles. Paralelamente, se ha perdido el rastro del joven Credence (Ezra Miller), cuya verdadera identidad podrían ser la clave para la victoria de Grindelwald. Conscientes del potencial peligro que representa el muchacho, el Ministerio de Magia decide atraparlo, vivo o muerto, en un afán institucional de mantener el orden a cualquier precio.

Aquí entra en escena un joven Albus Dumbledore (Jude Law), posiblemente el mago más poderoso de la historia. A causa de un misterioso secreto, Dumbledore no puede enfrentarse personalmente con Grindelwald, pero dada su histórica desconfianza para con el Ministerio, sus métodos e inoperancias, decide no colaborar con ellos. Consciente de la importancia de recuperar a Credence, Dumbledore comienza a mover los hilos desde las sombras, enviando a Newt como su agente en terreno. Este último, lejos de estar convencido, solamente accede cuando se entera que Tina (Katherine Waterston), aurora estadounidense, también se encuentra en París de encubierto, intentando dar caza a Credence. Sus aspiraciones amorosas hacia Tina se ven entremezcladas por la tensa relación que sostiene con su amiga de infancia Leta Lestrange (Zoë Kravitz), la que está comprometida para casarse con el hermano de Newt, el bonachón Theseus (Callum Turner). A esto, que ya es bastante, se le suman tres o cuatro líneas narrativas más, completando un panorama que tiende a lo gigantesco.

Como decíamos, se trata de un universo en expansión, repleto de novedades. Por una parte, somos testigos de una ampliación territorial. Siempre se supo que había magos y brujas en otras latitudes fuera de Inglaterra y ahora aparecen Francia y Estados Unidos, incluso Senegal.

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Otra clase de novedades tiene que ver con quiénes son los protagonistas y la diversidad de etnias, géneros y personalidades que vemos brillar. No deja de ser relevante que Newt sea el personaje central, un chico retraído, ajeno a toda luz y reconocimiento, quien disfruta más la compañía de seres extraños que la de otros magos. A diferencia de un Harry que de alguna forma disfrutaba ser el centro de atención, Newt no busca el protagonismo, solo se ve inmiscuido en él y actúa no por el beneficio propio, sino para proteger a quienes ama: ya las criaturas fantásticas que cuida, ya sus amigos y familia. En este punto podemos reconocer la influencia de la narrativa de J.R.R. Tolkien y el protagonismo de los hobbits. Se trata de héroes que escapan de los cánones establecidos, caracterizándose por su bondad y nobleza antes que por atributos como la fuerza, la grandeza y el poder. Héroes que también se mantienen al margen de cualquier polarización de fuerzas y que por eso mismo parecieran ser vitales en conflictos como estos.

De forma paralela, en el relato obtienen relevancia personajes de distintos orígenes sociales, castas y credos, incluyendo esbozos a la diversidad sexual, lo que siempre es importante en este tipo de megaproducciones de alcance global. En este punto, siempre vale la pena preguntarse si este tipo de gestos son más una instrumentalización oportunista que una representatividad genuina de lo divergente. El debate queda abierto, pero lo cierto es que se percibe una preocupación para no hacer del tema algo burdo, sino trabajarlo con cuidado. Asimismo, pero desde la vereda opuesta y muy acorde a los tiempos que corren, el antagonista es retratado ahora como un tipo seductor, cuyo discurso de odio puede ser leído como el camino correcto para superar un horizonte precario, el de los magos teniendo que esconderse de unos seres vistos como inferiores, todos los no-mágicos, lo que viene a justificar el exterminio en pos del “bien mayor”.

Pese a este rasgo importante, contingente y representativo, algunas de las ampliaciones que la cinta introduce terminan por lastimar la propuesta en su conjunto. La multiplicidad de tramas y subtramas deviene compleja de seguir, y si bien para los fanáticos la abundancia puede ser un valor, lo cierto es que el guión da por sentadas demasiadas cosas y la imbricación enmarañada de historias familiares, venganzas, deseos y motivaciones, entrega por resultado una película que, en el intento de abarcar demasiado, termina por entregar más superficialidades que certezas. A lo largo del metraje aparecen diversos guiños hacia la saga original de Harry Potter, lo que activa la nostalgia y justifica la aparición de diversos elementos. Pero a la vez, hay una sobreabundancia de texto y un uso poco eficiente del flashback, lo que demuestra que, lamentablemente, sigue sin ser suficiente poner en escena una serie de insumos atractivos si estos no están articulados adecuadamente mediante el lenguaje del cine.

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Estas falencias no residen necesariamente en el talento escritural de Rowling, sino que más bien en cómo este se adecua a las exigencias de una industria que se ha acostumbrado demasiado rápido a producir para el hype que asegura virales, antes de contar bien las historias. Esto se refleja en dos elementos centrales. Primero en que, en Harry Potter, el material literario original permitía cierto apoyo para aquellos fragmentos de la narración que, aunque no estuvieran presentes en las películas, podían ser complementados por los seguidores-lectores o simplemente ignorados por aquellos menos comprometidos. Con estas nuevas películas, en cambio, exposiciones a la rápida dejan ripios al interior del relato, al no existir texto alguno que permita explayarse en idas y venidas de la trama. Y esos agujeros eran justamente lo que los libros profundizaban y que ahora no terminan de delinearse: las relaciones afectivas entre los personajes. En este sentido, lo segundo hace alusión al rígido formato comercial que tiene la película. Pareciera que diversas escenas fueron podadas con tijeras sin filo, como sin querer demorar la progresión. Se nos entrega información constantemente y de manera acelerada, donde cada una o dos secuencias aparece un nuevo personaje sin anuncio alguno, o sucede un inesperado giro débilmente justificado. Finalmente, en el torbellino de situaciones que se cruzan, la distancia siempre tan marcada que hubo entre el mundo mágico y el que no lo es está pobremente elaborada, sin contrastes. Y aunque precisamente esa frontera es un tema urgente para la narración, en términos del peligro que corre “nuestro mundo”, si se trabaja de manera indistinta, pierde potencia lo que está en juego o cuál es la cuantía de la amenaza.

En definitiva, al ser un mundo tan querido, siempre será grato volver a él. Y que este crezca en dimensiones, miradas, cuerpos y territorios debería ser de suyo provechoso para quienes disfrutan de las escobas voladoras y los hechizos en latín. Sin embargo, esto nunca puede ser suficiente y se hace preciso denunciar el conformismo que solo se deleita con el mero aparecer de signos y personajes determinados. La industria apuesta a un contenido global, pero queda satisfecha con el marketing y los hashtags que aseguren recuperar la inversión. Y en esta ampliación que vive el mundo mágico, se hace necesario exigir que el contenido esté acorde a las expectativas, de lo contrario será difícil que vivan en la memoria por más tiempo que el que implica la luminosidad del estreno.

Nota: 6/10

Título original: Fantastic Beasts: The Crimes of Grindelwald. Dirección: David Yates. Guión: J.K. Rowling. Fotografía: Philippe Rousselot. Reparto: Eddie Redmayne, Jude Law, Katherine Waterston, Johnny Depp, Zöe Kravitz, Ezra Miller, Alison Sudol, Callum Turner, Dan Fogler, Claudia Kim, Ólafur Darri Ólafsson, Kevin Guthrie, Derek Riddell, Ingvar Eggert Sigurdsson, William Nadylam, David Sakurai, Brontis Jodorowsky. País: Reino Unido. Año: 2018. Duración: 134 min.