Aquarius (1): La vida interior de las ciudades

El escritor turco Orhan Pamuk distingue en su libro Otros Colores (2008) dos estructuras reconocibles en una ciudad. Existe una estructura externa conformada por los elementos “visibles”: las calles, los monumentos, los edificios y todo aquello que conforme el paisaje. Pero también existe una estructura interna configurada por los materiales no “visibles”: olores, sonidos, memorias y emociones relacionadas con el habitar. Pamuk propone que es esta segunda estructura la que actúa cuando nos da esa indescriptible sensación de reconocer nuestra ciudad en calles de una ciudad ajena. Es esta defensa del aspecto interior de las ciudades la que mantiene Kleber Mendonça Filho a través de la resistencia de Clara en su último filme.

Si bien la película está claramente centrada en su protagonista, Clara (encarnada por la increíble Sonia Braga), Mendonça Filho decide comenzar el filme con una fiesta familiar en los años ochenta que celebra a Julia, una tía de Clara que no volverá a aparecer durante la cinta. Lo que sigue a este prólogo transcurre todo en la actualidad, y puede parecer que la introducción funciona como una excusa para dar un vistazo a la juventud del personaje (y a su temprana lucha contra el cáncer de mama), pero es este el mecanismo con el que la obra nos compenetra con la memoria emotiva del edificio desde el comienzo. Durante esta escena vemos como un simple vistazo a un mueble detona un breve flashback de una alegre memoria sexual en Julia. El edificio Aquarius, su espacio y mobiliario, cargan con la memoria colectiva de la familia, y también con la acumulación de memorias privadas de todos quienes lo habitaron. Ya en la actualidad vemos a Clara, ahora viuda y retirada de su trabajo como crítica musical, viviendo completamente sola en el edificio. Un proyecto inmobiliario ha comprado todos los departamentos alrededor de la torre, y solo les queda comprar el de Clara para completar el proceso de renovación del edificio (lo que implica demolerlo).

La situación económica de Clara le permite rechazar diferentes ofertas, y así comienza un proceso de resistencia contra la empresa Bonfim. La película propone un formato clásico de un individuo que decide resistir ante una situación injusta que se ha normalizado, en este caso los inescrupulosos planes de modernización urbana en Brasil. Uno de los puntos altos de la obra está en la presentación de los “villanos” de la empresa inmobiliaria. El primer encuentro que vemos entre Clara y el jefe de Bonfim muestra que ella ya ha rechazado varias ofertas anteriormente. Sin embargo ocurre un pequeño cambio. El jefe no se presenta sólo en esta ocasión, sino que en compañía del nuevo encargado del proyecto, su nieto Diego. Diego y su abuelo funcionan como dos formas opuestas de entender al malvado capitalista inmobiliario: mientras que el abuelo no oculta sus intenciones de usufructuar, y ni siquiera recuerda correctamente el nombre de Clara, por otro lado Diego se muestra atento y amable con ella, y le explica cómo su cambio de enfoque propone respetar la memoria del edificio. Sabemos que en el fondo Diego y su abuelo tienen las mismas intenciones (y trabajan para la misma empresa), pero el joven funciona mucho mejor como un villano neoliberal contemporáneo, de rostro amable y buena apariencia.

Lo que seguirá en la cinta es una serie de hostigamientos que aumentan gradualmente, reforzando los objetivos de ambos personajes. La resistencia de Clara termina en una explícita rebeldía que le causa problemas con vecinos, e incluso con su familia, mientras que las formas amables de Diego empezarán a volverse más hostiles al comprender la firmeza de la decisión de Clara. La obra se construye alrededor de la fricción entre estas dos partes, y a medida que Diego hace explícita su verdadera intención los tintes políticos de la obra de Mendonça se harán aún más evidentes. El estilo de cámara, con irregulares paneos y un uso reiterado del (ya no tan) cuestionado zoom, funciona para transportarnos de un estilo que se permite algunas escenas oníricas a pesar de tocar un tema de “realismo social”. La formalidad de Aquarius esquiva todos los aspectos que podríamos esperar después de leer su sinopsis: no tenemos una cámara en mano siguiendo personajes fuera de foco, o cortes rápidos que enfaticen la desesperación de la situación.

Si bien Clara sí se ve en situaciones extremas a momentos, la obra se permite combinar constantemente con segmentos cotidianos y de menor importancia argumental. La canción popular, otro detonador de memoria emotiva, es el otro protagonista de muchas de estas escenas. Aquarius tiene un repertorio de canciones que fluye entre hits de Queen, Gilberto Gil o Amar Azul sin que parezca un collage forzado. Uno ve a Clara sumergida en estos reactores de memoria, y de esta manera comprendemos aún más, y por un camino más abstracto tal vez, la razón para defender la memoria del edificio. Estos son algunos de los varios aciertos de la cinta de Mendonça Filho. Podrían dedicarse otras palabras a cómo sutilmente emerge el racismo en algunas escenas, cómo se plantea una memoria sexual femenina poco común, o cómo el cineasta no tiene reparos en esbozar alguna crítica de clase a su burguesa protagonista.

También se podrían mencionar los posibles paralelismos entre la historia de Clara y el proceso de golpe de estado que se daba a Dilma Rousseff mientras la obra se estrenaba en Cannes. Todo esto se puede encontrar en una cinta que supera con creces el debut del director, y que puede ocupar fácilmente un puesto entre los mejores filmes políticos de nuestro continente de los últimos años.

Nota comentarista: 8/10

 

Título original: Aquarius. Dirección: Kleber Mendonça Filho. Guión: Kleber Mendonça Filho. Fotografía: Pedro Sotero, Fabricio Tadeu. Montaje: Eduardo Serrano. Reparto: Sonia Braga, Jeff Rosick, Irandhir Santos, Maeve Junkings, Julia Bernat, Carla Ribas. País: Brasil. Año: 2016. Duración: 140 min.