Boyhood (Richard Linklater, 2014)

Si acordamos que al tiempo lo padecemos primordialmente en su devenir y que el cine es un arte que vive y muere en los pliegues de tal flujo, películas que traten precisamente sobre el paso del tiempo, sean minutos, horas o años, podrían ser pensadas como posibles vértices del gran relato que compone la historia del cine.

Con todo un universo de obras que tratan el tema del “pasaje”, de cómo el tiempo en su consumación afecta la vida de los sujetos, el director norteamericano Richard Linklater ha de ser uno de los realizadores que más han explorado en tales horizontes narrativos. Ya sea con un paradigma de las películas adolescentes, como Dazed and Confused (1993), o más nítidamente con su trilogía sobre la pareja que en el transcurso de dos décadas construye su relación en Before Sunrise (1995), Before Sunset (2004) y Before Midnight (2013), Linklater ha demostrado un interés constante por averiguar qué significa aquel extraño misterio que conocemos como “crecer”. En este sentido, Boyhood tal vez sea la cúspide de sus preocupaciones fílmicas, en donde con un asombroso esfuerzo de producción, el realizador y su equipo construyeron un relato de ficción durante 12 años de grabaciones con el mismo elenco, narrando la historia de cómo un niño se hace grande.

Mason proviene de una familia de clase media, tiene una hermana mayor y sus padres están divorciados. Su infancia está marcada por mudanzas, padrastros prepotentes y complejidades financieras. La historia se configura mediante la sumatoria de episodios específicos durante la infancia de Mason, retratando eventos en menor o mayor medida relevantes, y con la herramienta de la elipsis como principal recurso expresivo. Sin hiatos ni acentos, los saltos temporales -evidenciados por el a veces poco notorio pero constante crecimiento de Mason- intentan otorgarle una fluidez a este proceso de maduración. Se percibe que deliberadamente se omiten grandes conflictos, intentando alejarse de un embrollo familiar que le quite protagonismo a la premisa del film. Si bien hay momentos de evidente crisis, estos no trascienden en gran medida: la figura del padre ausente o la dependencia de la madre a compañías masculinas no se perpetúan como problemas. Es más, el empalme sustituye al giro de guión y el tiempo suprimido por el corte se queda con determinados episodios tradicionales de la adolescencia y la pubertad -primer beso, discurso de graduación, etc.-, consciente de que no podemos resumir la niñez a tres o cuatro momentos claves, sino que más bien supone un vaivén de situaciones, alegrías y sinsabores.

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Ahora bien, ya sumergidos en la ficción propuesta por Linklater, y entendiendo al menos un atisbo de sus preocupaciones en cuanto a qué decide mostrar en esta aventura, nos parece central hacer una pausa en el cómo. Ya entendemos la línea primordial que guía los acontecimientos -la pregunta por el crecer- y atendemos a un uso del lenguaje cinematográfico que opta por determinadas omisiones significativas mediante el montaje. Sin embargo, parece faltar un resto de intimidad en todo el armado. El protagonista está siempre acompañado, casi nunca solo, salvo quizás en un par de momentos específicos, que por adhesión a una perspectiva “anti-spolier” es mejor no describir. Podemos adscribir a la idea de que las personas jamás se construyen por sí solas y que el ser en sociedad no es nada sin el contacto, positivo o negativo, con otros. Más allá de lo anterior, da la sensación de que no terminamos de conocer a Mason. Por cierto, sabemos quién es, cómo ha sido su infancia, y mediante detalles presentes aquí y allá, delimitamos sus gustos y preferencias. Pero se extraña el núcleo de su desarrollo más íntimo, algo que le sea profundamente propio y no compartido: qué le apasiona y qué le indigna, cómo veía el mundo cuando niño y cómo lo ve al entrar a la universidad. Estos rasgos, que tal vez se pretendieron delinear mediante la interacción con quienes entraban y salían de su vida, no cuajan del todo a lo largo del film, magullando lo que a todas luces parece una trabajada construcción del personaje.

Ellar Coltrane, el chico que interpretó a Mason en Boyhood  durante 12 años, no es el primer niño/actor que vemos crecer en pantalla. Ya con los protagonistas de la saga de Harry Potter, o bien con Jonathan Caouette en el documental Tarnation (2003), vimos ejemplos nítidos y a la vez opuestos del aparato cinematográfico registrando el paso del tiempo en el cuerpo y el espíritu de unos infantes hasta llegar a su mayoría de edad. Pero esta película tiene un valor en sí misma por la magnitud de su propuesta, sus riesgos y alcances intrínsecos, las incertidumbres fuera de la ficción que acompañan a la progresión dramática.

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Sin embargo, surge aquí una sospecha ineludible: ¿puede el metraje sostenerse como una película en sí misma o es más bien únicamente un soporte para determinado experimento bio-cinematográfico? En otras palabras, ¿avanza la trama solo para que reconozcamos al mismo chico cada vez más grande o tal progresión propone una búsqueda que logre adentrarse en las complejidades que implica crecer? Afirmamos que los fragmentos más sólidos del film surgen cuando precisamente se hace evidente que las principales preocupaciones no están en una progresión causal de determinado conflicto, sino que en la sumatoria de pequeños cuadros que con sencillez nos hablan al mismo tiempo de problemas hogareños, travesuras de diferente calibre, sueños truncados o decepciones amorosas. Pero al mismo tiempo, este devenir encuentra a cada tanto sus valles en secuencias cuyo aporte es menos evidente, donde el balance entre lo mostrado y lo omitido por la elipsis pierde equilibrio; inclinándose peligrosamente hacia lo segundo tales escenas parecen poco más que un soporte pasajero para no detener la continuidad en el crecimiento de Mason.

Sea como fuere, dejamos abierta la discusión sobre cuán determinantes son estos altos y bajos al interior de la propuesta del film, cuán decidores son los aspectos de la producción en comparación a los elementos exclusivamente diegéticos, siempre manteniendo la perspectiva de que aquí, el uso de pipetas y probetas con los componentes cinematográficos, da por resultado una película sin duda interesante y pocas veces vista en el amplio panorama del cine internacional.

José Parra