Coco: Entre Disney y Pixar

Pixar se ha convertido con el paso de los años, en conjunto con Studio Ghibli, en una de las pocas grandes casas de animación capaces de ofrecer consistentemente películas que logran captar la atención del público adulto, al mismo tiempo que respetan y valoran la inteligencia de la audiencia infantil. Especialmente si tomamos en consideración la media de calidad que ofrece la cartelera en cuanto a animación tradicional 3D, el estudio ha conseguido consagrarse como uno de los lugares a los que el cinéfilo -aficionado a la animación o no- siente que puede recurrir casi a ciegas sabiendo que se encontrara, en el peor de los casos, con una cinta mínimamente interesante. Lamentablemente esta consistencia se ha visto en peligro durante los últimos años debido al camino seguro que el estudio ha estado tomando de la mano de la producción de secuelas. Si bien estas no tienen que resultar necesariamente fallidas (Buscando a Dory), otras si pueden delatar una falta de creatividad (las dos secuelas de Cars), además de una mayor influencia de la copropiedad que le corresponde a Disney desde 2006.

Considerando este escenario, el estreno de Coco resultaba especialmente intrigante. Después de producir una de las mejores películas originales de la historia del estudio, Intensa-Mente (Peter Docter, 2015), seguida de una de las más olvidables, Un buen dinosaurio (Peter Sohn, 2015), quedaba cierta incertidumbre respecto a la siguiente dirección que tomaría Pixar. El resultado de Coco se introduce, hasta cierto punto, en el medio de los dos extremos. Supera con creces la debilidad general -tanto en historia como en animación- de su antecesora directa, pero también se queda corta en alcanzar el nivel de los momentos más profundos que el estudio ha sabido entregarnos.

Ambientada en México durante el Día de muertos, la película sigue al joven Miguel Rivera, quien sueña con convertirse en músico a pesar de la negativa de su familia. Accidentalmente el niño descubre que existe una posible conexión familiar entre él y el ídolo musical Ernesto de la Cruz, lo que lo anima a “recuperar” la guitarra de su tumba. Al tocar los primeros acordes del instrumento del fallecido músico, Miguel entra mágicamente en el mundo de los muertos. Una vez allí, intentará reunirse con su tatarabuelo a pesar de recibir nuevamente la oposición familiar, esta vez de parte de los cadavéricos familiares muertos del otro mundo.

Ya desde la estructura narrativa se pueden entrever algunas de las posibles influencias que la tradición Disney ha podido ejercer sobre Pixar. El mecanismo que activa Miguel, en el cual se “abre un portal” hacia la fantasía, se distancia de los micro-cosmos “invisibles” al humano propuestos en varias de las obras de Pixar. Incluso en una película como Monsters, Inc (Peter Docter, 2001), en la que también se usan “portales”, estos servían para atravesar el umbral hacia un mundo que funcionaba de manera paralela al nuestro, pero del que no éramos conscientes solo por el hecho de que los monstruos habían ideado métodos de sigilo. En Coco estamos más cerca de un paso delimitado desde la realidad hacia la fantasía como género propiamente tal, más propio de las estructuras de Disney.

Además de esta diferencia de mundo ficcional, Coco trabaja con la base de un contexto cultural ajeno al de la nacionalidad de la obra. El uso de otra cultura como trasfondo narrativo (Lilo y Stitch, Moana, Mulan, etc.) ha sido una de las formas más practicadas, y criticadas, en la historia del estudio del ratón. Probablemente a raíz de la mayor atención mediática actual en torno a la “apropiación cultural”, en esta ocasión se ha destacado el especial cuidado que se le ha dado a la investigación y precisión del uso de la festividad mexicana.

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Si bien estos dos elementos hacen de Coco una cinta más convencional que carece del ingenio de las propuestas de lo mejor de Pixar, también nos encontramos con algunos momentos de puro goce visual animado que sí se miden perfectamente con los puntos álgidos del estudio. La bellísima introducción hecha en cut-out 2D imita la tradición del papel picado mexicano, combinando la precisión de la técnica de Lotte Reiniger con la ingeniosa apropiación de arte tradicional realizada en las animaciones en vasija de Hércules (Ron Clements y John Musker, 1997). Además de esta introducción, que funciona perfectamente como fondo narrativo para presentar a la familia, el uso de los colores festivos en amplias vistas que aprovechan el widescreen hacen de Coco una caricia visual en términos generales.

En esta ocasión es la estructura anteriormente señalada la que entorpece por momentos la fluidez de la cinta. Con más giros en la trama de lo necesario, la película se esfuerza por sorprendernos al cambiar las nociones que teníamos de la bondad de ciertos personajes hacia el cierre. Finalmente se plantea una versión más conciliadora del conflicto planteado por La La Land (Damien Chazelle, 2016), esta vez oponiendo la pasión por la música contra el peso de la tradición familiar. A pesar de estos problemas narrativos que asoman cada tanto, el estudio no falla (menos aún considerando que se trata de la segunda cinta dirigida por Unkrich después de la lacrimógena Toy Story 3) en alcanzar notas emocionales inesperadas. Por más que muchas veces Pixar recurra a elementos que algunos podrían considerar “golpes bajos”, los que seguimos al estudio solo podemos agradecer estos desbordes dramáticos que casi siempre logran remecer. En este caso, además, amparados en el dramatismo que la producción cultural mexicana ha cultivado por décadas. Coco está lejos de empinarse entre los puntos más altos de la historia Pixar, pero le alcanza sin problemas para no desteñir dentro de su sólido catálogo.

 

Nota comentarista: 6/10

Título original: Coco. Dirección: Lee Unkrich, Adrian Molina. Guión: Adrian Molina, Matthew Aldrich. Fotografía: Matt Aspbury, Danielle Feinberg. Montaje: Steve Bloom, Lee Unkrich. Música: Michael Giacchino Reparto: Anthony González, Gael García Bernal, Benjamin Bratt, Alanna Ubach, Renée Victor. País: Estados Unidos. Año: 2017. Duración: 109 min.