Crimes of the Future: Cuerpos vacíos

Da la impresión de que Cronenberg juega al simulacro con los géneros para que nunca termine de definirse una identidad en la historia, un norte único. El qué y un porqué se escabullen como si se desconfiara instintivamente de ambos, como si entorpeciera la instalación de algo nuevo y original: la voz que nos habla desde un futuro erróneo, desde una laringe de carne y plástico. 

He aquí una nueva película de David Cronenberg, algo que en sí parece ser un acontecimiento para el cinéfilo, y ni hablar para el fan acérrimo. Con Crimes of the Future (2022), el canadiense retorna, tras más de veinte años, a su terreno más reconociblemente “cronenbergiano”, el de la obsesión tranzada entre cuerpo humano y ciencia, o mejor dicho, tecnología científica y carne. En un futuro indeterminado y ausente de imágenes típicas con que el cine nos imagina un porvenir de ciencia ficción, los humanos ya carentes de sensibilidad para el dolor físico buscan clandestinamente, como si se drogaran, experimentar y jugar a sentirlo a través de cortes infligidos a la piel, aberturas en la carne. Una pareja que no parece tener sexo del que conocemos, al menos, Saul Tenser (Viggo Mortensen) y Caprice (Lea Seydoux), realiza performances con el cuerpo del primero, abriendo su abdomen para extraerle órganos nuevos y fisiológicamente inútiles que el artista crea en parte involuntaria y en parte consciente, algo que no está del todo claro hasta qué punto.

Caprice maneja una máquina que recuerda a un cerebro, él se acuesta y ve salir parte de su interior a la vista de artistas y del público especializado armado con cámaras de fotos. Como parte de la instalación hay televisores apiñados, uno dice en su pantalla: el cuerpo es la realidad. No son los únicos artistas de este estilo performático. Otros, en versiones más exitistas (escapistas dirá Tenser) crean orejas por todo el cuerpo que los acompañan en bailes al ritmo de música electrónica. Una mujer, admirada hasta las lágrimas por Caprice, se realiza cortes profundos y permanentes en el rostro. La evolución humana sigue un curso tan bizarro como nuestros miedos.  

Dónde más se podría experimentar en un mundo como el de Crímenes del futuro, en el que físicamente cada espacio y objeto parece metáfora o sueño indigesto de los temores del mundo: miedo a la mediocridad, a la decadencia, al anonimato, la soledad, y sobre todo, a la insensibilidad. Dónde quedarse y trabajar entonces sino en el mismo cuerpo como frontera del placer y lo real. Somos lo que somos, pareciera decir la película en todo momento, pero de forma muy concreta, cuasi gástrica.

Lo tangible es algo que siempre tiende a dominar el gesto en el cine de David Cronenberg. Todo lo que pueda significar, o más bien terminar de significar una idea más acabada de lo que se ha visto en pantalla queda nebuloso como símbolo, y ambiguo como género. Lo que vimos, ¿es secretamente gracioso o violento y desesperanzado? ¿Es irónico con respecto al mundo en que vivimos o lo es con el mundo de Cronenberg, o no lo es de ningún modo? o más específicamente: hasta qué grado esto es un espejo retorcido de nuestro mundo y hasta qué punto lo es más bien del mundo interior del peculiar cineasta canadiense.

La película de Cronenberg con la que Crimes of the Future pareciera tener directa relación es Crash, extraños placeres (1996), con su síntesis entre placer sexual y mutilación corporal, pero donde en aquella película el tercer pilar, muy tangible, era la obsesión con los autos, el contacto de la piel y el frio metal de la máquina y el rugido de motores. Aquí, en Crimes of future, la estética del diseño pareciera remitir a eXistenZ (1999), esa dura alucinación-metáfora de sujetos alienados gracias a video juegos de realidad virtual donde ya no se logra despertar sino dentro del mismo sueño, alejados, quizá para siempre, de lo que alguna vez fue el mundo real, el que ahora, al igual que en un sueño, parece una inquietante idea velada por la duda y el insomnio. Las máquinas allí se identificaban mucho en su trazado a asimilaciones de órganos humanos.

Tal como en eXistenZ, ahora el mundo material, más bien irremediablemente veloz en el que vivimos, se esconde tras un velo taciturno que convierte los gestos de los personajes, sus rostros y muecas, en exageraciones que no dan risa, enrarecimientos colectivos donde uno se pregunta, como en cualquier obra de arte narrativa: de dónde vienen y qué buscan estos seres. Y en esas preguntas volvemos al punto de inicio. Entonces surgen otras, legítimas pero posiblemente inútiles, que relacionan la supuesta metáfora de una película así y los discursos culturales dominantes sobre el cuerpo y la libertad. Y si eso le interesa al sueño delirante de Cronenberg, o es otra cosa…

Y ante esa cantidad de inquietudes, no será más sano remitir a los sentimientos que puede, quizá, provocar la película: ¿Soledad, vacío, el final de algo conocido y el comienzo de otra cosa nueva, por oscura que sea? La identificación de los personajes aquí parte en la dicotomía típica entre seres comunes y corrientes, monótonos como se autodefine la burócrata de ciencias Timlin, interpretada por una nerviosa (¿a nivel actoral también?) Kristen Stewart, y los elegidos: los artistas. En un mundo donde el dolor físico es un fetiche, el sexo y la mutilación, el placer sexual y el acto de cortarse o abrirse representan la otra dualidad en el filme. ¿Tienen suficiente fuerza esas ecuaciones? porque Crímenes del futuro puede resultar incluso atractiva si nos concentramos en la construcción de un puñado de planos o escenas, pero carece de ritmo no solo por un tema de montaje sino también de interés en los desvaríos de la historia y los seres que la pueblan: la premisa de un mundo ya sin dolor físico y del cuerpo como objeto casi hegemónico tanto del arte como del vicio necesitaría probablemente del thriller más efectivo o la comedia secreta, algo más concentrado que permitiera justificar la duración de una película en vez de un cortometraje. Da la impresión de que Cronenberg juega al simulacro con los géneros para que nunca termine de definirse una identidad en la historia, un norte único. El qué y un porqué se escabullen como si se desconfiara instintivamente de ambos, como si entorpeciera la instalación de algo nuevo y original: la voz que nos habla desde un futuro erróneo, desde una laringe de carne y plástico. 

 No es por ende, un tipo de cine realista, con su estética que sintetiza sin mezclar, en el sentido de reunir sin revolver, la imagen de decadencia de la civilización muy cara a cierta tendencia apocalíptica del cine actual, ejemplos del cine comercial como The Batman o Joker dan cuenta, justo a avanzada (irreal, inverosímil en verdad) tecnología al servicio del horizonte cultural de ese mundo: el cuerpo humano, envuelto en sus emociones primarias. Maquinas que recuerdan las formas corporales internas. La búsqueda de la belleza interior de las vísceras aquí es literal, pura materialidad, no símbolo. Las máquinas y los cuerpos coexisten en un escenario de muros desgastados, oxidados, literalmente descascarados. No en vano, el primer plano de la película muestra la mitad de un crucero que flota hundido sobre el mar, a escasos metros de la costa donde un niño juega con la arena. Poco después sabremos que gusta de comer plástico duro, engullir un tacho de basura en el baño. Veremos luego a su madre tomando una decisión terrible para ese niño, y mucho más tarde a su padre liderar a grupos de evolucionados quienes secretamente comen de aquello que es antinatural, pero si científico.  

Qué queda tras haber visto Crímenes del futuro uno se pregunta. Cuesta unir y sintetizar todos los elementos, o tomarlos muy en serio también. Hay momentos en que se puede reír con el beneplácito del absurdo, pero esa risa solo dura un par de segundos porque el cine de Cronenberg tiene siempre también algo que atrapa desde el corazón de su excentricidad, y a veces algo que puede aburrir, por idéntica razón, ya que esa voz que nos susurra o grita desde un más allá (este tipo de cine) se nos pierde con su metáfora.  A veces es un golpe fuerte al mentón del presente, una sensación de desasosiego ante la falta absoluta de Dios y la vida reducida a cuerpos invadidos por la máquina. Otras veces tal vez se trate de seres atraídos a una vida y su cuerpo, del que desean ver en su interior visceral para sentirse menos solos. A veces sí, esa u otra metáfora, en esta u otra cinta de Cronenberg, se da un par de vueltas más en torno a si y la perdemos, tratando de explicarse a sí misma sin que tengamos más interés que el de ser invadidos, no con ideas, sino con dos o tres sensaciones muy primarias.   

Título original: Crimes of the Future. Dirección: David Cronenberg. Guion: David Cronenberg. Fotografía: Douglas Koch. Música: Howard Shore. Reparto: Viggo Mortensen, Léa Seydoux, Kristen Stewart, Scott Speedman, Welket Bungué. Año: 2022 País: Canadá, Francia, Reino Unido, Grecia. Duración: 107 min.