Crisis: Cómo el todo no es siempre la suma de sus partes

Crisis, dirigida por Martín Pizarro, se instala en la cartelera nacional, con un elenco interesante en el que destaca Willy Semler, tras un tiempo alejado de las pantallas. Se trata del primer largometraje de Pizarro y este, su proyecto de título como director de cine.

Crisis relata tres historias individuales. Tres personajes muy urbanos del Santiago actual: un oficinista, un escritor y una joven pianista. Ernesto (Juan Pablo Troncoso) es empleado de una oficina donde trabaja en un estrecho cubículo, es nervioso, tímido y no parece tener más vida que ese rincón y su departamento de soltero. Acérrimo fan de un director de orquesta mundialmente reconocido, Ernesto puede pasar mucho rato escuchando música clásica, interpretada por su ídolo, mientras emula frenéticamente la dirección de esos sonidos, frente a un espejo. Blanca (Paulina Moreno), joven y bonita, es también un personaje algo excéntrico. Solitaria y silenciosa, Blanca da clases de piano y se prepara para dar una audición; es también una fan póstuma de su compositor favorito, Claude Debussy. Finalmente está Roberto del Río (Willy Semler), escritor fantasma de biografías ajenas y locutor de la Radio Insular, donde conduce el programa “Cuentos de Medianoche”. En la misma línea de los personajes anteriores, Roberto también está solo y, sin ser tímido, es más bien retraído.

Encontramos a cada uno de estos individuos enfrentando un anhelo: Ernesto quiere conocer al renombrado director Sergio D’Leon (Sergio Hernández), Paulina espera lograr el éxito como pianista, y, en el caso de Roberto, llegar a escribir “algo propio”, su biografía. Pero estos anhelos no son tan simples como suenan y son, en todos los casos, llevados al extremo, en donde cada uno hará lo que sea por conseguirlo.

En ese afán, estas personalidades adoptan formas curiosas y no encuentran un tratamiento muy consistente. Ernesto y Blanca resultan más bien caricaturas o estereotipos difíciles de comprender en el sentido de empatizar con ellos. La forma en que estos personajes se exponen, los hace ver toscos en sus contornos, simples y circunstanciales, vinculados por el tormento de sus propias personalidades disfuncionales. Sus respectivas crisis, que en  el caso de Blanca es creativa, mientras que en Ernesto tiene más que ver con su ansiedad descontrolada por acceder a su dios personal (entronizado como sujeto de deseo junto al conflicto interno de una homosexualidad no asumida), los llevan al ridículo. En cambio para el caso de Roberto, para quien el guión parece haberse tomado más tiempo, no me caben dudas en cuanto a que la experiencia de su intérprete va en directo beneficio de la credibilidad del personaje, haciéndolo más reconocible, menos improbable.
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Elementos fantásticos se presentan en cada historia y en alguna forma constituyen un carácter del filme. Esa cualidad de Ernesto para desaparecer cada vez que, al imitar a su venerado director de orquesta, su euforia frente al espejo literalmente lo transporta. También hay de algo de eso en la transformación de Blanca con sus hojas de té chino que le devuelven la inspiración y el talento, a cambio de su juventud. No obstante, para el tercer personaje, Roberto, el misterio tendrá finalmente ribetes más reales. Estos elementos, sin embargo, no tienen el mismo peso en la narración, sólo en el caso de Blanca la magia juega un rol más determinante, en cuanto de ella dependerán sus decisiones.

Desde el punto de vista de la cinematografía, tampoco hay muchos aportes. Ciertamente cada historia podría tener un sello estilístico propio, por ejemplo, una paleta de colores distintiva, y eso podría funcionar si el montaje apoyara las transiciones. Sin embargo, no es así y hay recursos que se utilizan sin mucha decisión, como el uso del gran angular en la historia de Blanca.

Otra cosa sucede con la banda sonora: la música, ese elemento que debiera servir de apoyo a las atmósferas, dando un poco de luz a las sensaciones que una escena debiera producirnos o a la interpretación que debiéramos darle, termina contribuyendo a una mayor confusión cuando no se entiende si estamos ante una escena de suspenso e interrogantes o más bien ante un situación simplemente absurda.

Perfectamente cada una de estas historias pudo constituir un cortometraje sin echar en falta ningún elemento que hubiera podido extraviarse en los demás; sin embargo han sido reunidas en una suerte de pastiche en que el único elemento en común parece ser esa personalidad obsesiva, frenética y algo sicopática de cada personaje.

Y es que Crisis, al margen de los méritos que cada parte pueda tener, adolece en el todo de una importante debilidad en su construcción: la combinación no es acertada y simplemente no funciona. Las tres tramas presentadas en un único largometraje, sin más amalgama que un montaje convencional, no parece ser una buena idea cuando no se entrega claridad al espectador respecto de cómo enfrentar estos relatos. No es claro, por ejemplo, que estemos frente a una comedia cuando al plano siguiente, en una de las historias paralelas, sobreviene lo que más parece ser un drama. Y no es que al espectador deba dársele todo en bandeja -por el contrario-, pero debe, al menos, darse una cierta continuidad en pro incluso de la solidez de lo contado. Hubiera sido preferible optar por dejar cada historia bajo su título propio, con sus minutos contados y su final indiscutido y el denominador común hubiera sido más evidente.

No se trata de querer encasillar todo, ni siquiera de comprenderlo todo, pero sí al menos de detectar un relato que provoque estímulos unívocos y aglutine significados.

Nota comentarista: 5/10

Título original: Crisis. Dirección: Martín Pizarro Veglia. Guión: Martín Pizarro, Javier Muñoz Percherón, Vicente Rosselot. Fotografía: Vicente Rosselot. Montaje: Martín Pizarro. Música: Daniel Gonzalez Chung. Reparto: Willy Semler, Paulina Moreno, Camilo Carmona, Sergio Hernández, Daniela Ramírez. País: Chile. Año: 2017. Duración: 91 min.