Cuando respiro en tu boca (3): Contra la inspiración

En uno de los momentos sonrojantes de Bohemian Rhapsody (Bryan Singer, 2018), vemos a Freddie Mercury tumbado en el piso junto a su novia Mary. Inspirado por el romántico momento, el músico juguetea con el piano a su espalda, sin siquiera ver las teclas. Entonces, casi por azar, las notas que toca toman la forma de la famosa introducción de “Bohemian Rhapsody”, generalmente evaluada como la obra cumbre de su banda. La cara del músico revela que sabe que algo grande acaba de pasar, pero esto no impide que siga conversando relajadamente con Mary.

Se ha dicho que el lugar del trabajo en el cine es complicado, como bien demostraba Farocki en Obreros saliendo de la fábrica (1995). En el caso particular del trabajo creativo, el acento en la parte de lo “creativo” absorbe prácticamente todo el proceso. En el cine, el culto a la estrella musical se alimenta de instantes de “iluminación”, no de escenas sobre el método y el trabajo que estos aplican. En una escena de Walk the Line (James Mangold, 2005), el guitarrista de Johnny Cash improvisa el memorable solo de “Folsom Prison Blues” en el momento en que el músico le dice con una mirada que alargue la canción. Para Mangold, este destello de carácter divino resulta narrativamente más atractivo que ver a Cash trabajando largamente con sus músicos hasta llegar al arreglo correcto.

Incluso una película como El joven Karl Marx (Raoul Peck, 2017) necesita detallar los contactos directos del alemán con la injusticia social para que este pueda resolver nudos teóricos. El retrato de Marx realizado por Peck es como el de cualquier rockstar; que Marx se inspire frente a la injusticia posee más atractivo que observarlo en su desarrollo teórico. El cine biográfico tiende a sostenerse en la figura del genio, lo que es también una forma de separarlo del pedestre espectador.

Con esto en mente, hubo dos documentales en la edición pasada de In-Edit que me pareció que intentaban contradecir esta concepción. Grace Jones: Bloodlight and Bami (Sophie Fiennes, 2017), el primero de ellos, mostraba que la presencia extraterrestre de Grace Jones sobre el escenario no se construía nada más que por su aspecto andrógino y mirada intimidante. El documental de Fiennes mostraba a Jones como una artista especialmente disciplinada, una estudiosa de su propia imagen. Lejos de presentarla como una inadaptada natural, la cantante aparece como una estratega de lo freak.

El segundo de estos  documentales, estrenado ahora en salas a través de Miradoc, fue quizás más sorpresivo, porque en este caso no tenía un interés personal hacia la música de la banda retratada. Cuando respiro en tu boca de Carlos Moena revive el registro de las sesiones de grabación de Peces, primer disco de la banda Lucybell. Durante apenas ocho días, la agrupación se reúne en los Estudios Sonus junto al reputado productor argentino Mario Breuer (Charly García, Virus, La Ley). Sin más elementos que el archivo registrado en 1994, Moena ensambla el material de un making of que no vio a luz en su momento.

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El remontaje de archivos inéditos bien podría integrar una subcategoría del documental musical. Por lo general, se trata de materiales que en su momento podía resultar difícil cuantificar en importancia, pero que vistos en retrospectiva se pueden construir como un relato a sabiendas de su nuevo valor. Tanto Rolling Thunder Revue (Martin Scorsese, 2019) como John & Yoko: Above Us Only Sky (Michael Epstein, 2018) se componen de archivos que adquieren un peso diferente en nuestros días. En el caso de Dylan, los bootlegs pertenecientes a esa gira se han convertido en uno de los registros predilectos de los fans, mientras que la muerte de Lennon convirtió a “Imagine” en el himno y testamento que representa el legado del Beatle.

En muchos de estos documentales existe la tentación de complementar el archivo con reflexiones en presente. Incluso en el caso del coqueteo de Scorsese y Dylan con el mockumentary, siempre da la impresión de que los talking heads en presente terminan por anclar una interpretación actualizada del material. Una de las primeras gracias que tiene Cuando respiro en tu boca es que Moena ha resistido a aquella tentación de entrevistar a la banda o al productor Breuer en nuestros días. Esto provoca que la impresión de los rasgos de cada integrante, entrevistados en su juventud, se mantenga prácticamente inalterada. La prematura arrogancia del cantante Claudio Valenzuela o la poca tolerancia a la frustración del baterista Francisco González podrían resultar chirriantes para quien pudiese haber visto esta grabación en su momento. Pero a día de hoy, existe algo entrañable en la inseguridad e inmadurez de una banda que no podía sospechar su éxito en el futuro, por más convencimiento propio que demuestren de merecerlo.

El documental comienza, precisamente, con una escena de González intentando lograr un fill de batería de la manera en que Breuer le indica. Es un momento que se repite más adelante, de manera repetitiva y algo cansadora. Para quienes no manejamos demasiado conocimiento técnico musical, la diferencia entre cada nuevo intento de González resulta imperceptible. Breuer, sin embargo, presiona al baterista a corregir lo que a él le parece un error evidente. Desde los primeros minutos, el proceso de Peces se muestra más cerca de la repetición y el tedio que con conseguir una conexión creativa entre los cuatro integrantes de la banda.

En un segundo nivel, Cuando respiro en tu boca también refleja la entrada de una nueva mentalidad en la música chilena. Tanto Breuer, que venía de trabajar en una industria argentina mucho más consolidada, como la banda, piensan que a Chile le corresponde una mejora técnica en cuanto a sonidos locales. Más que una defensa contra la hegemonía de la música estadounidense, que también es mencionada, en su discurso subyace la idea general de dar el paso hacia un país “serio”. La misión de profesionalizar el sonido del grupo podría tener un correlato con el afán neoliberal de mediados de los noventa. De cierta manera, el objetivo del progreso durante la transición requería de un producto cultural de “primer nivel”.

La llegada de Breuer al estudio es un signo del mismo afán, como él mismo admite al contar que se lo tomaba más en cuenta por venir desde afuera. Breuer termina por ser una presencia con el mismo peso que toda la banda, siendo la figura que ordena las ideas musicales, al mismo tiempo que ironiza frente a algunos de los gestos inmaduros del grupo. El productor remite a la retórica noventera de los grupos masculinos: Breuer confía en un sentido de camaradería interno, pero también pasa constantemente haciendo bromas a costa de ellos, en un tono marcial y ocasionalmente homofóbico.

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La centralidad de Breuer hace que cada momento del documental se enfoque en términos de producción musical. No solo casi no vemos a los miembros de la banda tocando en conjunto, sino que además apenas podemos escuchar fragmentos de canciones completas. Si los documentales sobre grabaciones de discos tienden a encargarse de presentar el resultado de la grabación, en el registro de Moena solo escuchamos líneas de bajo, tomas de voz, tratamientos de samples y pistas de batería identificables solo para quienes ya se encuentren familiarizados con el disco.

La presencia del tecladista Gabriel Vigliensoni resulta atractiva por la misma razón. Mientras que el resto de la banda se enfoca en la grabación de sus partes, el joven músico se pone al alero de Breuer para participar activamente en el sonido del disco. La actitud relaja y observadora que Vigliensoni muestra en las entrevistas se vincula al cuidado interés que pone a los métodos de grabación. Si la película funciona como un registro secreto de quienes no podían dimensionar su posterior magnitud, también muestra el momento en que el joven músico pasaría a ser también un productor por cuenta propia, justamente lo que hizo después de Lucybell.

La decisión más dudosa de Moena vendría de parte la inclusión de dos pequeñas tandas comerciales realizadas con material de archivo de la televisión noventera. A diferencia de las reflexiones respecto a los noventa en Chile provenientes de las relaciones internas del grupo, en este caso se trata de un comentario bastante más subrayado respecto al período y cómo en este se impuso cierto régimen visual a través de la televisión de ese entonces. Pareciera que el director quisiese explicitar algunos de sus hallazgos con estas viñetas de tono más humorístico, que por lo demás apelan a un gesto nostálgico más obvio.

El verdadero humor y el espíritu noventero existen en las entrevistas al grupo, en sus roces internos y en la entrada de la nueva producción musical atomizada. Si el registro de Moena hubiese salido poco después del momento de su grabación, probablemente habría pasado a formar parte de un archivo de consulta para interesados por la banda. Pero, en el contexto del remontaje, tal archivo remite a elementos diferentes sobre la transición y sobre el intento de levantar una escena rockera de imagen independiente, aunque de aspiraciones industriales. Una película que, finalmente, logra ser más un retrato de época que un registro exclusivo para seguidores del grupo.

 

Nota comentarista: 7/10

Título original: Cuando respiro en tu boca. La creación de Peces. Dirección: Carlos Moena. Guión: Carlos Moena. Producción: Carlos Moena, Rodolfo Gárate, Felipe Arancibia. Casa productora: The Union Films. Fotografía: Carlos Moena. Montaje: Carlos Moena. Sonido: Ignacio Cubillos. Reparto: Mario Breuer, Fernando Arratia, Claudio Valenzuela, Gabriel Vigliensoni, Marcelo Muñoz, Francisco González. País: Chile. Año: 2018. Duración: 90 minutos.