Custodia compartida: La bestia anda suelta

El debut del francés Xavier Legrand seguramente ganó el Leon de Oro del Festival de Venecia a mejor director por una película que corresponde a cierto cine de denuncia, aquí comprometido contra la violencia machista en el hogar, mediante un tratamiento que parte del realismo para llegar al thriller con visos de terror, que demuestra nervio para manejar tensión en la imagen y expectativas narrativas. Sobre todo hay tres secuencias, en la segunda parte y hacia el final, que muestran las cartas que el director se traía bajo la manga al comenzar la película.

Como indica el título, Custodia compartida es la historia de lo que sucede después que el arbitraje legal a una pareja separada dictamine que el regimen de convivencia del hijo menor de 11 años se divida equitativamente para madre y padre. La hija mayor es practicamente mayor de edad por lo que la jueza omite un fallo, así que seguirá viviendo junto a la madre. A continuación se libraran las tensiones entre los exesposos, las que tienen como caja de resonancia al hijo, quien no duda en su preferencia por la madre y el temor al padre. El niño servirá al padre tanto para presionar a su antigua pareja -que no lo quiere ver más- como a su propio hijo. Si, tal como la jueza, al principio le damos el beneficio de la duda al padre y su no comprobado actuar violento, con el paso de los minutos el acoso, la violencia y el miedo aumentaran gradualmente hasta manifestar una conducta desquiciada totalmente expuesta, ya que sobrepasa cualquier límite tolerable. 

En ese sentido, al exponer y reconocer abiertamente la conducta violenta del personaje, es que la película arma su denuncia con una apelación al espectador que atañe a su calidad de testigo en dos momentos clave, al abrir y cerrar la historia. Se podría formular que una de las motivaciones para hacer cine-denuncia refiere al nivel de advertencia que contiene la ficción, apelar a un rol social que para el espectador se traduciría como: “qué haría yo en situaciones así de pasarme en la vida real”. La apelación a la que me refiero surge en la primera escena, la audiencia que la expareja tiene con sus respectivos abogados ante la jueza. La primera imagen es una oficina vacía, la segunda es la jueza ocupando el lugar, luego la viene a buscar su asistente y van a la sala donde esperan los otros personajes. Llama la atención que en la mesa de esa salita comparezcan cinco mujeres y un hombre. El sujeto en cuestión es tratado con respeto, sin recelo, y el trámite resulta bien para él. Se podría hablar de imparcialidad.

El segundo momento corresponde a la imagen final. Una mujer mayor, la vecina, que alertada por los gritos llamó a la policía, mira desde el interior de su departamento con la puerta abierta lo que esta sucediendo afuera, en el departamento de al lado. Sigue como testigo lo que hace la policía luego de haber salvado a las víctimas. Como citando el final de El Padrino (1972), la puerta se cierra y la imagen se va a negro. Si en la famosa película de Coppola era la esposa la que quedaba fuera del juego mafioso del poder masculino, acá, con la vecina como mediadora del espectador, el relato cierra para que comparemos principio y final y sopesemos el trabajo de dos instituciones (legal, policial): funcionan bien, aunque una sea ciega al mal y la otra llegue justo al filo del tiempo. Al pasar del miedo mortal de las víctimas a la distancia del testigo que actuó preventivamente es que la película despeja la duda moral, tanto hacia dentro como fuera de la imagen: “si en la película nos atrevimos a salvar a los personajes, puedes hacerlo tú también, al menos plantéate la posibilidad”.

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Pese a su buena intención, el nivel didactismo que enfatiza a Custodia compartida como obra cerrada resulta, a nivel general, más autocomplaciente que lo exhibido por la película en los momentos de mayor tensión: la luz apagada y el terror del final, la dardenneana escena de la fuga del niño y su regreso al auto del padre y, sobre todo, la tensa y musical escena sin diálogos del cumpleaños: notable por su juego de miradas, ejes horizontales, fuera de campo y montaje entre afuera-adentro, luz-sombra y sonido-silencio. Esto porque lo más interesante del filme esta en la disposición formal de la puesta en escena de esos segmentos.

Por otro lado, los personajes se constituyen para dar funcionalidad dramática a la conflictiva custodia presentada por la historia. Ya el personaje masculino agresor resalta ante el resto del elenco: es como una mole, grande, agresiva, algo ineluctable, explosiva. Hace que le temamos. El hijo, en oposición, dado lo flaco y por su tamaño, es frágil. Aunque su nerviosismo, su debate de conciencia interno y su inteligencia nos ponen de sobreaviso de que está a la espera de que algo pase; como cuando sentimos que un golpe va a llegarnos pero no cuándo ni desde dónde. La madre, en cambio, algo pasiva, parece haber internalizado el temor a tal grado que no puede reaccionar sin apoyo y deja, a su pesar, que el niño enfrente lo que, suponemos, ella vivió. Si de algo podría culparse a la madre no es el no enfrentar al exmarido, sino el no defender lo suficiente al niño, cediendo de mala gana (como cuando acata el fallo judicial). Su culpa implícita sería ser desprotectora en el sentido de no llegar hasta las últimas consecuencias en su rol materno (¿inconsciente misógino que se le escapó al director guionista?).

El hijo habla del padre sin reconocerlo, sin ley del padre: le dice “el otro”. En ese sentido el padre es el monstruo, el foráneo, lo siniestro, al que se le teme. Y es eso, junto con el completo rechazo de su exmujer, lo que enfurece al hombre. Es el “ninguneo”, su expulsión de la familia, lo que le lleva al reclamo violento y la conducta acosadora. No hay rol para él en esa familia, no acepta ser el ex, el estar aparte, el ser un otro. Su único rol ahora, es el de hijo (vive de nuevo con sus padres), una desacreditación más de su “masculinidad patriarcal”. Entendida como negación -con el personaje vuelto "el otro" para siempre- es que la identidad herida del padre deviene en agresividad. El agresor se convierte en el núcleo de una triangulación violenta, así lo entienden, cada uno a su manera, la mujer, el hijo y el hombre, y en esa imposibilidad de cercanía afectiva no ocurre comunicación, ni menos entendimiento. No hay acercamiento posible, salvo la violencia (que no es acercamiento, es deseo de posesión). El padre es otro para la exmujer, para el exhijo y, peor aun, para él mismo: ya sabemos que cuando se siente herida, la bestia atacará.

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Sin embargo, si se aprecian otros rasgos de la representación de los personajes, surgen detalles que entramparían la advertencia didáctica y la lógica políticamente correcta que defiende la película. El marido y sus padres parecen pertenecer a una clase social algo inferior y de provincia, lo que no sucede con la familia de la mujer, a la vez que tanto el niño como su madre son rubios (aunque la hija adolescente no, al igual que el padre). Entonces, es ahí que se puede sospechar de la revisión del rol histórico masculino propuesto ya que se sirve de clichés ideológicos conflictivos que pueden entrar en pugna. Al defender una postura antimachista termina recurriendo a elementos racistas y clasistas que no son desarrollados, con lo que "el otro" patriarcal termina asimilado a temores de clase media conservadora: el marido es peligroso en tanto porta marcas identitarias de clase (su trasfondo familiar y laboral) y corporalidad (su figura, su piel).

Tal vez por su tema y resolución Custodia compartida se ajuste al contexto contemporáneo, cuando a nivel global movimientos feministas como #niunamenos  y #metoo buscan concientizar y poner fin a la violencia contra las mujeres, pero caben dudas del cometido del director Xavier Legrand en caso de un trabajo con recepción menos contingente, algo que deberá sopesarse en su momento, a la luz de la futura trayectoria del director francés.

 

Nota comentarista: 6/10
Título original: Jusqu’à la garde. Dirección: Xavier Legrand. Guión: Xavier Legrand. Fotografía: Nathalie Durand. Reparto: Léa Drucker, Denis Menochet, Thomas Gioria, Mathilde Auneveux, Coralie Russier. País: Francia. Año: 2017. Duración: 93 min.