Doctor Sueño: Demonios vacíos

Doctor Sueño tiene un problema de personalidades múltiples o, mejor dicho, disociadas. Carece de coherencia interna al no decidirse si ser una secuela de The Shining o subsistir como una fiel transcripción visual del libro Doctor Sleep de Stephen King. En ese tira y afloja de intereses y puntos de vista, la película oscila como el intento de continuar el legado de Kubrick y, al mismo tiempo, desplegar la encabritada imaginería de King.

Han pasado 31 años desde los aciagos hechos ocurridos en el hotel Overlook. Tal vez es necesario recordar los hechos: Jack Torrance, un escritor en bloqueo creativo, ingresa lentamente en las aguas oscuras de la locura y decide acabar con su familia, en una mansión aislada, montañosa, asediada por la nieve invernal. Danny Torrance escapa junto a su madre de la agresividad desbocada y virulenta de su padre. Sin embargo, las esquirlas de la locura, las apariciones, alucinaciones y voces interiores permanecen como heridas que aún no cicatrizan.

De eso trata (de eso quiere tratar) Doctor Sueño: de la continuación de la vida cargando con los traumas del pasado, de convertir esas heridas en aberturas en donde circule la luz de un poder mágico y redentor. Pero, en realidad, esto es pura alucinación, expresión de deseo. Doctor Sueño no trata de esto sino que sobrevuela en la mediocridad, la tibieza y lo olvidable, volando a ras de piso, lejano a las alturas que intenta alcanzar, aplastado en su propia y limitada realidad de lucrar con el mito ajeno mediante una historia ridícula.

Dan Torrance (Ewan McGregor) ya es un adulto y su vida es un desperdicio. Ha heredado el alcoholismo de su padre, es drogadicto y tiene una vida disipada. Por algún motivo, sigue teniendo el resplandor, esa habilidad sobrenatural de comunicarse con seres de otras latitudes y conectar con otros niveles de realidad. En un arranque de lucidez, decide rehacer su vida, cambiar de  ciudad, ingresar a rehabilitación y después de siete años recibe señales de otra persona con sus mismos poderes, la joven Abra Stone (Kyliegh Curran). Las advertencias son preocupantes: existe un grupo de seres nocturnos, malignos, que se alimentan del vaho humano para mantenerse inmortales y que perciben la presencia de Abra como una amenaza y una atracción difícil de rechazar. Dan se abstendrá por un momento de colaborar con Abra y huye de su resplandor, pero a la larga enfrentara sus miedos y a estos seres liderados por Rose The Hat (Rebecca Ferguson). Por supuesto, el enfrentamiento final será en el hotel Overlook.

Doctor Sueño tiene un problema de personalidades múltiples o, mejor dicho, disociadas. Carece de coherencia interna al no decidirse si ser una secuela de The Shining (Stanley Kubrick, 1980) o subsistir como una fiel transcripción visual del libro Doctor Sleep -publicado en 2013- de Stephen King, quien además es guionista en esta película. En ese tira y afloja de intereses y puntos de vista, la película oscila como el intento de continuar el legado de Kubrick y, al mismo tiempo, desplegar la encabritada imaginería de King. En esa disputa, Doctor Sueño intenta dejar contentos a todos, cuando en realidad se delata como un ejercicio rígido y disociado, partido en dos: dos tercios de película dedicados a Danny Torrance y su artificial vía crucis personal, unos saltos temporales irrisorios, la irrupción de vampiros milenarios que persiguen el aliento humano para mantenerse con vida, viajes alados que provocan risa y el cruce de poderes telepáticos que se resuelven de forma tosca y rancia, incapaces de evocar algún estado de terror o inquietud. Aquí no habita la nobleza de Kubrick sino la fantasía grotesca, arrogante e infantilista de King.

En su tercer acto, su media hora final, Doctor Sueño se desdice de lo anterior y procura rendir homenaje a The Shining: visita al hotel Overlook, están los ascensores henchidos de sangre, las habitaciones prohibidas, el hacha, la nieve, las alfombras cuadriculadas, los decorados fríamente dispuestos, todo el simbolismo que ha sobrevivido en la cultura popular y cinéfila que The Shining inmortalizó. Pero Mike Flanagan no es Kubrick: aquí todo se siente como un homenaje que se vuelve parodia, un esfuerzo artesanal y vulgar por emular un estilo a años luz de distancia.

Si en Kubrick existía el deseo de insinuar los orígenes del mal que poco a poco envuelven al hotel Overlook, Flanagan es un fundamentalista de la explicación y la declaración. Filma de forma ruidosa la violencia y la turbación hasta volverla estéril e inoperante. Hace del suspenso una evidencia trivial antes que una fuerza inquietante y perturbadora. Kubrick iluminaba oscureciendo las procedencias del mal, difuminando los límites de la locura, facilitando el espacio y la observación detenida, la curiosidad del espectador al ver una familia en descomposición por fuerzas externas e internas. Flanagan se limita a la cita, al guiño inútil, al homenaje superfluo. Sin contar que reitera ángulos de cámara que pierden funcionalidad (repetición de planos cenitales), además de que se acerca en ciertos momentos a la puesta en escena televisiva y efectista, pan de cada día del cine de terror contemporáneo.

Dicho esto, no todo es tan malo en Doctor Sueño: puede ser fetichismo cinéfilo o del otro, pero Rebecca Ferguson esta perfecta en el papel de maligna vampiresa hippie. Y Kyliegh Curran es una alegre sorpresa como una poco común heroína que puede rivalizar con Rose The Hat. Pero son detalles que no impiden el naufragio. Doctor Sueño busca ser una secuela, una continuación de The Shining. En realidad es solo una nota a pie de página. Una mala ocurrencia llena de terror frívolo y adolescente.

 

Título original: Doctor Sleep. Dirección: Mike Flanagan. Producción: Trevor Macy. Guion: Mike Flanagan (Basado en la novela homónima de Stephen King). Fotografía: Michael Fimognari. Montaje: Ray Lovejoy. Música: The Newton Brothers. Reparto: Ewan McGregor, Rebecca Ferguson, Cliff Curtis, Kyliegh Curran, Bruce Greenwood, Zahn McClarnon, Emily Alyn Lind, Carl Lumbly, Alex Essoe, Jocelin Donahue, Jacob Tremblay, Zackary Momoh. País: Estados Unidos. Año: 2019. Duración: 153 min.