Dolor y gloria (4): El primer deseo es siempre segundo

No son muchos los filmes de Almodóvar donde el personaje principal sea masculino, en su mayoría suelen ser mujeres las que ocupan el protagónico, pero más allá de quien asuma tal posición en el relato, Almodóvar en innumerables entrevistas ha sido enfático en señalar que finalmente siempre se trata de la madre. Ya sea en clave de auto ficción o ficción sus historia siempre toman esa dirección, a veces de manera explícita o implícita. Nos preguntamos entonces en este film por el estatuto de lo que aparece casi como un hallazgo revelador como un verdadero despertar y en cierto sentido clausura el film  bajo la forma del surgimiento del primer deseo.

Desde el psicoanálisis tanto en Freud como en Lacan tal ubicación resulta siempre sospechosa en tanto surja a través de los caminos del yo (sea del “yo pienso”, “yo escribo” o “yo filmo”), su diseño, su estructura vienen -eso es lo central del psicoanálisis- de otro lugar. Freud lo llamó lo inconsciente y Lacan lo llamó definitivamente lo Otro. Sabemos que Lacan incluso fue más allá del Otro cuando postula su «hay de lo Uno» (que no desarrollaremos en este breve comentario). Pero más allá incluso del psicoanálisis es sorprendente que sea el mismo film el que corrobora a su manera tal hallazgo de la clínica psicoanalítica.

 

Los  caminos de la memoria

La historia de Dolor y gloria nos presenta a un director de cine que se encuentra estancado, sin ideas. Lleva varios años sin filmar, su salud física no lo acompaña, para auto justificarse  se dice que rodar es un trabajo físico. Es innegable que Salvador Mallo (Antonio Banderas) ha vivido aquejado por dolores en su cuerpo, pero también mantiene algunos temas pendientes en su vida afectiva, está preso de un estado de inhibición generalizada. Sus síntomas corporales son de una naturaleza orgánica pero más allá de estas limitaciones evidentes y que no resisten interpretaciones que les supongan una etiología “psicosomática”, el director padece dolores físicos, vive sólo en la opulencia que la prodiga el bienestar económico de una carrera exitosa. De inmediato se conjuga el titulo del film que se presenta como una especie de oxímoron: Dolor y gloria.

Es una contingencia que se presenta como al azar la que funciona como un resorte que lo llevará a movilizar su presente y de esa forma recrear su pasado. La reposición y homenaje a un antiguo film que fuera un éxito en los años 80 llamado Sabor, resulta la puerta de entrada hacia el pasado, donde una ficción lleva a otra ficción. El pasado no es la historia decía Lacan para ubicar como lo ficcional atraviesa nuestra subjetividad en tanto siempre está sujeto a un relato.

De esta forma Dolor y gloria constituye su relato a través de los caminos de la memoria, que mediante sucesivos flashback al pasado y elipsis en el presente nos entregan algunas pistas de una búsqueda íntima que al mismo tiempo revelan una vocación: el amor al cine.

Participamos, en tanto espectadores, de los recuerdos de su infancia así como de decisiones de su presente a través de un relato que entrecruza magistralmente los tiempos. Salvador vuelve a su infancia como un niño con bastantes dones, muy cercano a Jacinta, su madre (Penélope Cruz), y con un padre que no incide demasiado en su educación. Así, todo gira y girará en torno a su madre.

 

El universo femenino

dolor y gloria-1Mientras vemos el plano de una escena un tanto bucólica se escucha proferir por un mujer: “como me gustaría ser un hombre para bañarme desnuda en el río”, dicha expresión se lanza espontáneamente al aire mientras vemos a Jacinta lavando ropa junto con unas amigas. Sin duda, una bella escena que revela un universo femenino donde entre cantos y risas se contrasta lo duro del trabajo doméstico. Almodóvar elige a la cantante Rosalía para que entone en Dolor y gloria un fragmento de «A tu vera», donde en su letra se reafirma la presencia de la madre en una tradicional canción española que popularizara Lola Flores. Pero no sólo se trata de mujeres jóvenes que cantan y bailan bajo la luz del sol, un fragmento de la escena se fija en la mente del niño que mira a través del agua cristalina del río un trozo de jabón junto a unos pequeños peces que nadan a su lado, “a tu vera”.

Conviene retener entonces esos elementos, tanto visuales como acústicos, que serán fundamentales para este niño en otro momento de su vida. La presencia de la madre, el universo femenino, el agua que corre, el jabón, “siempre a la verita tuya” y “como me gustaría ser hombre para bañarme desnuda…” serán coordenadas organizadoras de una escena crucial para Salvador.

 

Los reencuentros

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A pesar de sus dificultades físicas, Salvador iniciará un camino que comienza con un pequeño movimiento que traerá -cual efecto bola de nieve- interesantes resultados. Buscará al actor que participó en la película que será homenajeada y con el cual tiene algunos temas pendientes. Inaugura así una búsqueda que traerá reencuentros con aspectos del propio Salvador y donde en muchos de ellos podemos también reconocer marcas biográficas y cinéfilas del mismo Pedro Almodóvar. Son huellas que requieren ser removidas, buscando en el presente modificar o reescribir aspectos de un pasado que se presenta como posible causa de su inhibición creativa.

El reencuentro con Alberto (Asier Etxteandia) el actor de Sabor, traerá un breve episodio de consumo de heroína (caballo). Es una adicción temporal que tiene no sólo un efecto placentero y hasta analgésico sino que la adicción resuena en el título de un guión teatral todavía incompleto. Algunas disputas con Alberto y un sentimiento de culpa lo llevarán a terminar el guión y convertirlo en una obra de teatro, allí se narran -para sólo quien sepa escucharlo- aspectos relevantes de la vida de Salvador, recuerdos de su amor al cine pero también los vestigios de una relación intensa que se vio interferida por la adicción a la heroína de su amante. Alberto entonces monta dicha obra en un sala de Madrid. El argumento de la obra tiene un destinatario secreto, que por azar, llega a ver la obra y reconoce de inmediato al autor del guión, su curiosidad entonces lo llevan a buscarlo. Se produce un nuevo reencuentro y un segundo movimiento subjetivo, se trata de la aparición de Federico (Leonardo Sbaraglia), un viejo amor.

Salvador y Federico fueron amantes que vivieron con intensidad la movida española de los años 80, el furor, las drogas, pero también el romance, la pérdida y del dolor. Era necesario decirse algunas palabras que remuevan dicha historia de una versión que ubicaba a Salvador como alguien incapaz para detener la adicción de su amante a la heroína (el caballo). A pesar del amor finalmente Salvador no  había podido salvar a Federico, haciendo eco en su nombre como un Salvador que no salva. En su obstinación por cuidar a su amante y la intensidad de su romance que resultará fallido, vemos como dicho romance haría de obstáculo a la relación con su madre.

No has sido un buen hijo, es la frase de una madre añosa y enferma que pese a todo el cuidado y cariño que le prodiga su hijo revela un antiguo rencor. Todo indica que ella había en su momento deseado vivir con su hijo en Madrid pero Salvador estaba ocupado cuidando a su pareja. No había en esos tiempos lugar para la madre. Quizás el secreto de su condición homosexual impedían a Salvador la cercanía con su madre.

 

La madre, un lugar

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El último tercio del film nos entrega varias escenas de amor y gratitud entre madre e hijo, pero también de culpas y deudas filiares que impedían a Salvador ir mas allá de la parálisis creativa.

La madre, fuente inagotable de recuerdos,  también contactará al director con escenas donde ella estuvo ausente. Es interesante que Almodóvar, ocupe dos actrices distintas para representar a Jacinta: Penélope Cruz como la madre de la infancia y Julieta Serrano como la madre de la adultez. Así, la madre es un lugar ocupado por distintas mujeres.

Algunos objetos de la madre guardados en una caja y su recuerdo del momento en que la cuidó hasta su muerte, retornan en Salvador como una fuerza que le despierta y renueva sus ganas de vivir, ya no tiene ni tendrá otro que lo cuidé, del mismo modo el reencuentro con Federico junto con su cariñosa despedida, lo libera del lugar de cuidador. Ahora, sin su madre ni su amante tendrá que ocuparse de él, deberá cuidarse a sí mismo si quiere vivir. Con la salvedad que para Salvador vivir es también filmar.

Las consultas a su médico inauguran el deseo de saber sobre sus dolencias pues ya no son emocionales, hay una reconciliación con los dolores y pérdidas de su pasado. Tendrá entonces que operarse y cambiar algunos medicamentos. Salvador es ahora el responsable de su salud física y sus dolores.

 

El marco del fantasma

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Si bien Salvador parece haber resuelto algunos temas pendientes con su pasado y se está ocupando de su salud física, algo ocurre con su deseo de filmar, sobre todo la cuestión de decidir qué historia contar parece seguir sin respuesta. 

Durante su infancia, Salvador compartió gratos momentos con un joven albañil a quien no sólo le enseñó a leer sino que logró despertar otras mociones distintas a la lectura o a su fascinación por el mundo de las actrices de cine. La aparición de un retrato de un niño en una silla leyendo iluminado por el sol pintado de manera un tanto naif despiertan un recuerdo infantil que para Salvador sitúa un punto crucial de su existencia y lo reenvía a una escena donde no está  con su madre. Salvador reconoce que el niño del cuadro es él y con ello se revela un recuerdo que tiene el valor de revelarle algo esencial: él, junto con su amigo albañil (César Vicente), están solos. En un momento el joven trabajador, que también tenía dotes artísticas, decide hacer un dibujo de Salvador leyendo. 

El niño es entonces capturado por la mirada del albañil que lo utiliza como un modelo para registrar su posición de lector. El niño lee mientras el sol lo ilumina generando un arco de colores muy vivos. Salvador se deja pintar pero descuida su exposición al sol por un tiempo largo. Una insolación entonces es el saldo que lo tumba por un momento en la cama, mientras el joven albañil comienza a darse un baño fresco luego de terminar un trabajo encargado por Jacinta. En una improvisada tina, deja caer el agua sobre su cuerpo desnudo que jabona con sus manos, la cámara sigue esos movimientos que exaltan la belleza corporal masculina. Salvador recostado contempla esa imagen con fascinación, se levanta de la cama y al aproximarse al albañil se desvanece y cae. Al llegar la madre, no hay palabras, la fiebre del sol parece haber disfrazado una excitación sexual, una atracción homosexual que permanece en un sospechoso secreto para su madre que sólo mira la escena de reojo.

Tal momento constituye para Salvador un acontecimiento crucial que lo lleva no a seguir leyendo como cuando era un niño, sino que libera la escritura de una historia, quizás la suya, aquella que lo conduce a ese instante que tiene una imagen que opera como un marco de su deseo y queda registrado como un cuadro. No es necesario buscar al pintor, Salvador ha encontrado lo que busca, esa inspiración que necesita para volver a filmar, ese argumento perdido en los meandros de la culpa, el rencor y los recuerdos paralizantes, tal hallazgo funciona para él como el primer deseo, el titulo que necesita para el guión de su futura película.

Un primer deseo que lleva algunas marcas más allá de él pero que mas bien parece un segundo deseo, donde se recrean frases escuchadas como al azar, objetos y otros deseos localizados primeramente en ese universo femenino idealizado bajo la expresión como me gustaría ser hombre para bañarme desnuda en el río, así ese joven albañil pone sin saberlo su cuerpo que realiza para Salvador la escena de aquella expresión dicha por una mujer y capturada en su recuerdo, donde el jabón de ropa reaparece ahora entre las manos y el cuerpo del joven, así como el agua ya no del río cae ahora desde una cubeta recorriendo su anatomía. 

 

Mas allá del fantasma

El descubrimiento de el primer deseo opera para Salvador como un efecto liberador y vivificante alejándolo de su inminente estado depresivo y de abandono donde su dolor se perpetuaba. Despertando el deseo por filmar, pero, ¿qué filmar?

La película nos sumerge con su última escena o un terreno meta cinematográfico pero también a un misterio, pues vemos al director filmando una escena donde aparece él (cuando niño) y su madre en un estación de tren, es una escena que nos parece conocida aunque lo nuevo es que ella se revela como una ficción dentro de otra ficción. Es decir, como siendo parte de la película que está filmando el director. 

Entonces surge la pregunta que encierra una suerte de solipsismo de las imágenes de Almodóvar referidas siempre a la madre pero también  abren una nueva posibilidad más allá de ese lugar y que podríamos enunciar de la siguiente manera: ¿es que acaso todas las escenas del recuerdo que aparecen en la película no son sino esa otra película, aquella que estaría filmando el director para finalmente recrear esa única imagen que opera como la fantasía donde se aloja la fuente de sus deseos? o ¿es que gracias a esos recuerdos el director puede ahora filmar una nueva película donde surja algo más allá de la relación entre el y su madre? Algo así como una nueva película más allá del fantasma, no de Salvador sino de Almodóvar.

 

Nota comentarista: 9/10

Título original: Dolor y gloria. Dirección: Pedro Almodóvar. Guion: Pedro Almodóvar. Fotografía: José Luis Alcaine. Música: Alberto Iglesias. Reparto: Antonio Banderas, Asier Etxeandia, Penélope Cruz, Leonardo Sbaraglia, Julieta Serrano, Nora Navas, Asier Flores, César Vicente, Raúl Arévalo, Neus Alborch, Cecilia Roth, Pedro Casablanc, Susi Sánchez, Eva Martín, Julián López, Rosalía, Francisca Horcajo. País: España. Año: 2019. Duración: 108 min.