Downton Abbey la película: La nostalgia es mi negocio

Downton Abbey resulta interesante en este sentido: pone de manifiesto, con el mismo producto, las diferencias entre uno y otro formato, subrayando las diferencias entre una buena película y una buena serie. ¿Cómo? Haciendo de una serie excelente un film simplón, porque uno de los principales desafíos del cine radica en cómo se profundiza, en solo hora y media, en uno o dos personajes.

El cine británico de época suele disponer de dos puntas de lanza: actores excelentes y una cuidadísima ambientación. En ese sentido, era improbable que un film basado en la serie Downton Abbey fallara en tales aspectos, porque tras seis exitosas temporadas, los que siguieron cada aventura de la familia Crawley solo esperaban volver a admirar ese palacio y todo el garbo que la serie expelió a raudales.

El metraje podría resumirse en que es otro episodio que permite seguir la pista a la familia Crawley y sus fieles empleados, ad portas de los años ’30, y donde nos perdemos en el esplendor del diseño de producción, su majestuosa fotografía y una banda sonora de muy buen gusto, aspectos que le otorgan puntos a favor y que son dignos de verse en una gran pantalla. Con un magnífico encuadre y el retorno de caras conocidas, Downton Abbey solo es la invitación a otro recorrido nostálgico a través de esa magnífica casa. Y para muchos podría ser suficiente.

El creador Julian Fellowes, autor del guión, centra toda la acción en los preparativos que deben hacer los condes de Grantham (Hugh Bonneville y Elizabeth McGovern) para recibir nada menos que al Rey y la Reina, contemplando la convivencia del servicio de la casa con los trabajadores de los Windsor. Todo se reduciría a una humorada banal si la trama solo fuera mostrar esta guerra de mayordomos (de la realeza versus la servidumbre de los aristócratas), por ello, Fellowes saca de la caja de herramientas una subtrama que estuvo en todas las temporadas de la serie y que siempre mantuvo en vilo a la fanaticada: la posibilidad de que la familia renuncie a seguir viviendo en un castillo tan costoso, sacándole el último brillo a un tema sensible para quien fue devoto de tan laureada producción televisiva.

Pero los límites de la cinta no se pueden disimular: todos los chistes del guión, los detalles idiosincráticos y las miradas de reojo a la historia de Inglaterra están muy calculados y resultan un poco relamidos, siendo el resultado final solo un eco (lujoso) de la serie. Tampoco resulta cómodo ver ese gozo, por parte de criados, de trabajar para limpiar la suciedad de los de arriba, mientras aceptan una condición inferior con ninguna crítica. ¿A quién le podría interesar ver cómo se humillan los sirvientes por el “honor” de poner las mancuernas a un señor feudal? Solo la simpatía construida para cada uno de estos personajes salva estas situaciones, porque actúan como “antídoto” contra lo que cualquiera identificaría como injusticia social. El personaje del irlandés Tom Branson, por ejemplo, un hombre que, por razones que se explican en una temporada, termina por volverse parte de una familia que daría su vida por el rey. Y es curioso, porque Fellowes tardó cinco años en desarrollar esta historia.

Con los actores ingleses hay poco o nada que reprochar. Smith, como ya se adivinaba desde el tráiler, Hugh Bonneville como Lord Grantham, Imelda Staunton y Jim Carter, sobresalen como ninguno, pero están infrautilizados porque la apuesta es repetir la fórmula. Quizás, para un espectador que no vio la serie todo resultará divertido, al ver tanta aristocracia provinciana que se resiste a morir. Pero quien tuviera un ojo más crítico dirá que hubo falta de riesgo artístico, lo que convierte al film en un ratos disfrutable, pero olvidable. 

Downton Abbey resulta interesante en este sentido: pone de manifiesto, con el mismo producto, las diferencias entre uno y otro formato, subrayando las diferencias entre una buena película y una buena serie. ¿Cómo? Haciendo de una serie excelente un film simplón, porque uno de los principales desafíos del cine radica en cómo se profundiza, en solo hora y media, en uno o dos personajes; Fellowes no lo consigue y trata, por otro lado, de colgarnos un montón de tramas que deberían tener su propio espacio. Al final, el guionista no cocina ni un buen capítulo de serie ni menos una película, al no poder manipular todas las líneas que osa maniobrar. Un final solo interesante, voluntad de resolver cada conflicto con una parodia al estilo rosa, y una inevitable urgencia de transmitir la nostalgia de este mundo burbuja, que se materializa en el relevo que anuncia la condesa. Esperemos que se quede solo en eso.

 

Título original: Downton Abbey. Dirección: Michael Engler. Guion: Julian Fellowes. Fotografía: Ben Smithard. Música: John Lunn. Reparto: Hugh Bonneville, Michelle Dockery, Maggie Smith, Joanne Froggatt, Kate Phillips, Imelda Staunton, Simon Jones, David Haig, Tuppence Middleton, Stephen Campbell Moore, Allen Leech, Elizabeth McGovern, Sophie McShera, Laura Carmichael, Phyllis Logan, Rob James-Collier, Jim Carter, Brendan Coyle, Penelope Wilton, Max Brown, Kevin Doyle, Lesley Nicol, Douglas Reith, James Cartwright, Philippe Spall, Darren Strange, Mark Addy. País: Reino Unido. Año: 2019. Duración: 122 min.