El ángel: La eterna juventud

"En una especie de democracia narrativa, sonó la hora en que los menos preocupados por el olvido fueran, finalmente, los recordados."

Beatriz Sarlo

 

Una película que ha tenido éxito de público en Argentina, pero que ha puesto en su contra a gran parte de la crítica debe tener algún elemento que explique ese descalce. En estas líneas intentaremos pensar en algún motivo de porqué sucedería esto con la cinta de Luis Ortega, El ángel.

Pensar que en momentos de crisis económica, descontento con las figuras públicas y caída de políticos en el radar de la policía fiscal un relato de un joven ladrón y criminal, aún vivo y en cárcel, sea interesante para la audiencia puede rastrearse en esa distancia: que vivió y operó hace más de cuatro décadas, a principios de los 70, durante una época que por lejana podría parecer más ingenua, honesta, o inocente. Aunque no lo era, la dictadura entre 1966 y 1973 fue el contexto de la carrera criminal de Carlos Robledo Puch, Carlitos, el ángel.

La estrategia del filme es asumir la fabulación, una historia “inspirada” como sucedáneo de “basada” -como si eso bastase como justificación para lo que a todas luces siempre sucede con las ficciones (y que es la fuerza que mantiene la llama del documental)-, que establece su simpatía por el personaje en su presentación de joven chascón y descomedido, ambiguo y bello: una cara linda que vende una ilusión. Lo que sucede es que el personaje también busca esa ilusión, en mercancías y aventuras. Como en todo dandy, busca divertirse y provocar. En su cuidada, aunque enajenada, displicencia hacia la moral y la conciencia de clase hay un placer por la apariencia. El extraño del pelo largo es la reproducción argentina de un personaje de Roberto Arlt, si hacemos un rastreo del origen del concepto de lo cool de la juventud fuera de la ley.

Eso se traslada a la estética del filme, que en su dirección de arte, y banda sonora resaltan: imagen en tono publicitario y pop, versiones de clásicos del rock argentino. Mientras Carlitos y su cómplice criminal, Daniel, se miren en el espejo y posen (se llaman el uno al otro, coquetos: Bonnie y Clyde, Marilyn y El Che, Evita y Perón) la película mantiene su deseo de embobamiento e identificación con los personajes. Pero mejor no hablar de ciertas cosas, ocultar información que alteraría al tipo de personaje y por ende la narrativa del filme. Partes de la historia del Carlos real se dejan fuera porque vendrían a complejizar, y desmentir en el peor de los casos, al personaje de Carlitos (homosexualidad fuerte, violaciones de mujeres, crimen de un bebé).

Esta extraña forma de normalización del personaje y su historia redunda en el deseo de una historia del país, de ciertos hechos y eventos, y de un retrato epocal que se despliega para contar un cuento de hadas. Uno que, como se sabe, termina mal, pero no se aprecia. Todo lo que está fuera del campo que no ve el personaje en su caída es un poderío policíaco que va en paralelo al teatro edípico de sus relaciones con el par de matrimonios opuestos que muestra la película (los padres reales de Carlitos y sus “adoptivos” criminales). El padre aburrido y correcto se opone al atractivo (sexual) del padre de su amigo Daniel. La sexy y disponible madre de Daniel se opone a la maternal y cegatona emocional mamá de Carlitos. Lo despistada que está la investigación policial -que lo tilda primero como terrorista- y luego la amarillista nominación de "invertido" por parte de la prensa explican lo disfuncional, a la vez que necesario, de la transgresión del personaje para el mundo de la ficción (la diégesis) y para la trama de la película (identificación espectatorial).

Angel

Los personajes fuera de la ley son siempre atractivos en el cine porque hacen precisamente lo que dicen o piensan (aunque se trate de unos tipos que en la trama se lo pasan mintiendo y engañando), se rebelan ante la burocracia y falsa retórica que constituye el éxito social y toman la arremetida, “el camino fácil”, y vemos su “apostolado” en busca de dinero, poder y goce (el ejemplo transparente como agua de esto es el Al Pacino de Scarface). Carlitos es un personaje que dota de anacronía a la película, su desplante y amoralidad criminal están adelantados a la ingenuidad del momento representado por la película. Es más moderno que su época, es ya un sujeto que viviría muy confortablemente en la Argentina postdictatorial menemista o de este principio de siglo. Podría salir a bailar sin disfraz, pero, sería menos atractivo, en el presente sería difícil catalogarlo como criminal romántico, siendo apenas uno más de tantos, por lo que necesita de un agregado: lo retro. 

En definitiva, con El ángel se trata de un reflejo social y cultural del personaje, que obedece a una forma de relato tradicional argentina: Carlitos sostiene una copia de El juguete rabioso, de Roberto Arlt, la fundacional novela de aprendizaje, robo y traición. La película también es un relato que tuerce la novela de formación vital y madurez hacia la vía criminal y la deslealtad, con el añadido pop: como muchos rockeros, Carlitos es un personaje que fascina porque se niega a crecer. Para mí ahí está el giro actual de una historia de hace 40 años, buscar la consolación de una historia conocida por su aire fatal y embellecerla de una falsa nostalgia. Nostalgia "inspirada", pero no "basada", un desplazamiento del referente pasado para no tener que inventar uno nuevo, enteramente ficticio; o al contrario, uno más cercano a lo real, pero que impediría el escapismo.

La imagen que el film devuelve al público es la del mito de la eterna juventud. La imagen congelada, pero distorsionada en su pulcritud brillante, rojiza, hippie de revista de modas, que no quiere ver que imágenes así son del orden ideológico más transparente: la publicidad, el nihilismo vacío, la rebeldía de poster, y que en su brillo oculta toda la oscuridad: el relato de barbarie que ese otro ángel, el de la historia, no puede dejar de ver.

 

Nota comentarista: 5/10

Título original: El ángel. Dirección: Luis Ortega. Guion: Luis Ortega, Rodolfo Palacios, Sergio Olguín. Fotografía: Julián Apezteguia. Reparto: Lorenzo Ferro, Chino Darín, Mercedes Morán, Daniel Fanego, Luis Gnecco, Peter Lanzani, Cecilia Roth, William Prociuk, Malena Villa. País: Argentina. Año: 2018. Duración: 117 min.