El faro (1): El señor de las gaviotas

En una película como esta, donde el destino de los personajes está muy sujeto al lugar en el que se encuentran y a las condiciones físicas que los rodean, la meticulosidad que Eggers demuestra por los detalles de la ambientación resulta de gran ayuda. El carácter táctil que logran crear las imágenes de El faro no se deben solo al diseño de producción de Craig Lathrop, sino también a la fotografía de Jarin Blaschke, quien para contribuir a ese efecto filmó en formato físico, con película real, no digital, algo que no fue sencillo en términos prácticos debido a la estética en blanco y negro.

En el mismo año, tres de los nombres más sobresalientes del cine de terror estadounidense contemporáneo estrenaron sus segundos largometrajes: Jordan Peele, Ari Aster y Robert Eggers. Con sus respectivos debuts, estos directores contribuyeron a expandir los límites del género gracias a obras dotadas de un notorio toque personal, las que se permitían funcionar con sus propias reglas. En vez de conformarse con su primer esfuerzo, decidieron seguir tanteando el medio en el que se desenvuelven, con unos trabajos que incluso disputan lo que entendemos como una cinta de terror, algo que se nota también en El faro de Eggers.

Una de las cosas que caracterizan a este director es su interés por la verosimilitud en la ambientación de sus películas. Con experiencia en el área del diseño de producción y la fabricación de utilería, Eggers se preocupa por investigar bien la época en la que transcurren sus obras, para construir a partir de ahí una atmósfera cautivante. Si en The Witch (2015) debió mostrar la vida de una familia puritana que estaba asentada en la zona rural de Nueva Inglaterra a comienzos del siglo XVII, ahora el relato se traslada a una isla en la costa este de Estados Unidos, a finales del siglo XIX. No solo las palabras utilizadas están basadas en el dialecto de la época, algo que constató gracias a trabajos literarios y a una bitácora de aquellos años, sino que las mismas locaciones debieron ser construidas por su equipo de producción, ya que no pudo encontrar un faro preexistente que se acomodara a sus exigencias.

A esta isla llegan dos hombres, Ephraim Winslow (Robert Pattinson) y Thomas Wake (Willem Dafoe), quienes deberán pasar cuatro semanas en el lugar, cuidando y conservando el faro, alejados del resto de la civilización. Las obligaciones del novato Winslow, un joven taciturno que antes había trabajado como leñador, consisten en realizar las tareas más pesadas de la operación, como limpiar y encargarse del mantenimiento, mientras que el autoritario Wake asume la labor de cuidar el foco del faro, a cuya cima no deja subir a su asistente. La combinación de varios factores, como la desigualdad en el trabajo que debe hacer cada uno, sus diferentes personalidades y el consumo de alcohol, no tardan en generar roces entre los protagonistas, los que están obligados a compartir los mismos espacios y aguantar unas miserables condiciones de vida. Sin la posibilidad de escapar de esta situación, la enemistad se va instalando entre ambos y sus efectos llegan a provocar consecuencias catastróficas.

En una película como esta, donde el destino de los personajes está muy sujeto al lugar en el que se encuentran y a las condiciones físicas que los rodean, la meticulosidad que Eggers demuestra por los detalles de la ambientación resulta de gran ayuda. El carácter táctil que logran crear las imágenes de El faro no se deben solo al diseño de producción de Craig Lathrop, sino también a la fotografía de Jarin Blaschke, quien para contribuir a ese efecto filmó en formato físico, con película real, no digital, algo que no fue sencillo en términos prácticos debido a la estética en blanco y negro de la obra (a diferencia de una conversión cromática en la etapa de posproducción, la escala de grises se logró directamente sobre el rollo de película). A pesar de las dificultades de carácter pragmático, el resultado se convirtió en uno de los grandes pilares de la película, ya que sin él su atmósfera no habría tenido la misma efectividad.

Las imágenes en blanco y negro pueden buscar diferentes objetivos, como transmitir una idea de refinamiento o elegancia, o evocar un sentimiento de nostalgia. En esta obra, sin embargo, el fin que persiguen es más visceral. Con un tratamiento de la luz que se acerca al expresionismo, a través de sombras pronunciadas, y un buen ojo con las texturas y otros detalles, Blaschke resalta la materialidad de los elementos que están frente a la cámara, llegando incluso a intervenir en la caracterización de los mismos protagonistas. La manera en que la luz actúa sobre sus rostros permite que algunos rasgos sobresalgan, como los afilados pómulos de Pattinson, que adquiere un aire abatido, o el destello malicioso de los ojos de Dafoe.

Además de la paleta de colores que ocupa, la fotografía de El faro recurre a una relación de aspecto estrecha, casi cuadrada (1.19: 1), que transmite la claustrofobia de sus personajes. Un plano de esas dimensiones obliga a los realizadores a pensar bien el encuadre y la composición de sus imágenes, que en ocasiones llegan a tener un aspecto pictórico debido a lo cuidadas que se ven. La espacialidad es un factor fundamental al momento de desarrollar la dinámica entre Winslow y Wake, al igual que la acción de ciertos elementos que están presentes en ese entorno, como los graznidos de las gaviotas, la presencia de la lluvia y la niebla, el movimiento incesante del mar, los fluidos corporales de los personajes, y el ominoso ruido de una sirena que impide cualquier tipo de tranquilidad dentro de la isla.

El relato no está limitado solo a una dimensión física de los acontecimientos, ya que en su centro se encuentra un importante componente psicológico. Las incomodidades materiales a las que están expuestos los protagonistas provocan un desequilibrio más profundo de su estadía en la isla, lo que desencadena un conflicto que se basa en las impresiones que tienen el uno del otro, las que no siempre coinciden con la realidad. Eggers ocupa la ambigüedad como herramienta para instalar una atmósfera de intranquilidad en la cinta, la que potenciada por la lúgubre banda sonora de Mark Korven nos sumerge en la paranoia de Winslow, desde cuya perspectiva se narran los hechos. Como ocurría en The Witch, los factores externos a los personajes son el punto de partida para sus problemas, pero en el fondo estos se terminan desenvolviendo de manera interna en los protagonistas.

Wake se transforma en una especie de narrador sospechoso para Winslow, alterando su percepción de la realidad con aspectos tan básicos como el transcurso del tiempo. La espiral descendiente en la que se ven atrapados los protagonistas involucra destellos de tensión homoerótica, explosiones de masculinidad tóxica, fantasmas del pasado, supersticiones y horrores mitológicos. La trama de El faro puede resultar sencilla en su planteamiento, pero es la atmósfera de la obra la que permite mantener la atención de los espectadores durante sus casi dos horas. El director, de manera similar a lo que Ari Aster hizo con Midsommar (2019), es capaz de manejar el lenguaje cinematográfico de tal forma que el proceso narrativo (más que lo que se está contando) resulte fascinante por sí mismo.

Pasar de lo material a lo psicológico no es la única transición que vemos en la película, donde también podemos notar algunos paralelos mitológicos. La idea de mantener la luz en un lugar lejano, custodiada de los demás, puede ser asimilada a la historia del titán griego Prometeo, que robó el fuego que escondía Zeus para entregárselo a los humanos, mientras que los peligros de aproximarse demasiado a la fuente lumínica hacen recordar a lo que ocurrió con Ícaro cuando voló muy cerca del sol. Con este tipo de citas, la obra adquiere una dimensión adicional, más simbólica, que la hace trascender la especificidad en la que están insertos los personajes. Estas tres capas que dan forma a la película les entregan diferentes opciones a los espectadores para poder examinarla, siendo decisión de ellos desde qué perspectiva prefieren hacerlo.

Con Eggers, al igual que con Aster y Peele, es difícil hablar simplemente de un director prometedor, dado que, si bien estamos ante su segundo largometraje, la seguridad e identidad que ha demostrado con solo dos películas es impresionante. No sabemos qué ocurrirá con sus siguientes trabajos, pero si continúa con una visión tan clara acerca del tipo de cine que quiere hacer, uno que siga obedeciendo más a su visión artística que a presiones externas, entonces estamos ante un cineasta ya consagrado.

 

Título original: The Lighthouse. Dirección: Robert Eggers. Guion: Robert Eggers, Max Eggers. Fotografía: Jarin Blaschke. Diseño de producción: Craig Lathrop. Montaje: Louise Ford. Música: Mark Korven. Reparto: Willem Dafoe, Robert Pattinson. Año: 2019. País: Estados Unidos. Duración: 110 min.