Ema (3): La antiheroína de otra generación

Larraín pareciera provocar al construir calculadamente a una mujer joven, empoderada sexualmente y -por decir lo menos- revolucionaria, pero que a su vez es dirigida, escrita, producida, e incluso editada con una cinematografía y música hecha por hombres. 

Bajo un híperestilizado Valparaíso, lleno de colores brillantes y, también, de incendios fortuitos, Pablo Larraín relata la historia de Ema (Di Girolamo), una joven bailarina que desea recuperar a su hijo Polo, un niño colombiano adoptado, que acaba de devolver al Sename.  

En sus primeros minutos, la asistente social (Catalina Saavedra), nos advierte que este deseo no sólo es imposible, sino que es incorrecto, inmoral. Asimismo, otros profesores -colegas de Ema- concuerdan que ella debe olvidarse de Polo y de sus clases de baile, pues les incomoda su presencia en el colegio. Al parecer, todos buscan que Ema se haga responsable de sus actos y se olvide de los niños o, por lo menos, de la idea de tener uno. 

Tras un montaje alternado con coreografías en un espacio oscuro donde jóvenes, entre ellos Ema, giran en torno a una enorme bola de fuego, Larraín plantea el drama familiar. Al ver a una mujer con el rostro quemado en una clínica entendemos que Polo le quemó la cara a la hermana de Ema, probablemente incentivado por la piromanía de su madre adoptiva.

Sin embargo, en este punto el film deja de lado estos planteamientos iniciales para volverse un seguimiento de Ema y sus deseos. Tanto el Sename como Polo pasan a segundo plano apareciendo recién pasada la mitad de la cinta. La relación de Ema con su madre (Mariana Loyola) es casi anecdótica, y su hermana con el rostro quemado sólo funciona como una azarosa reiteración. Desde este momento, el film se concentra en Ema: en su inestable relación con Gastón (Gael García Bernal), en su grupo de amigas, su sexualidad, en danzas e incendios.

Con este giro, Larraín transforma su película en un estudio de personaje errático, impenetrable y apático que también resulta ser atractivo, liberador y apasionado. Con esta dualidad -o inestabilidad- el grueso de la obra se concentra en las relaciones que Ema genera de forma paralela con una abogada de divorcios (Paola Giannini) y con el marido de esta, Aníbal (Santiago Cabrera), un bombero que apaga los incendios que Ema y sus amigas provocan con lanzallamas. Ema se enamora y se excita, se entrega y se deja llevar por celos, haciendo de la historia una compilación de momentos confusos e intensos que cuesta ordenar a tiempo.

El fuerte de la película se sitúa en las atmósferas que construye Sergio Armstrong (director de fotografía), su rica visualidad da forma a coreografías y danzas que capturan los cuerpos en movimiento y miradas de personajes. La cinematografía se toma Valparaíso, mostrando la arquitectura de los barrios y casonas, la vista de los cerros y el muelle. Las escenas se nutren de paseos en bote por el puerto, de trayectos en bus por los cerros y de peluquerías sumergidas en pequeños centros comerciales. Se destacan los escenarios de baile como canchas de basquetbol, gimnasios, edificios bloque y, en particular, la costanera de la avenida Perú, donde Ema ensaya sus pasos mientras trama su artificioso plan.

Tras un ambiguo escenario familiar, una inestable relación de pareja y una vida intensa rodeada de amigas, coreografías y fuego, surge la duda que unifica el film: ¿Por qué Ema desea tanto ser madre? ¿Qué razones tiene?

Larraín se aproxima a la maternidad desde una antiheroína que desafía las convenciones chilenas sobre la paternidad y la familia. Con su pelo decolorado, piercing y petos que muestran su vientre, Ema, es una madre deseosa que busca convertirse en dadora de amor, de piel, siempre seductora y libre. Ema no oculta su cuerpo desnudo a su hijo adoptado ni cuestiona su embarazo como manipulación o herramienta para vincularse nuevamente a Polo. Ema es sincera, intuitiva e inestable, siempre hace lo que quiere, Polo es su objeto de deseo y él no tiene nada que decir, sólo pertenecer a ella. 

Con esta experimental y fragmentada obra, Larraín busca incursionar en una generación más joven, una generación de “reggaeton” de la cual no forma parte, forzando una conexión que puede volverse distante. Mariana di Girolamo caracteriza con éxito a una bailarina con rasgos andróginos, de personalidad encantadora y con una mirada que invita al goce. Pero este exuberante erotismo también puede volverse duro si se analiza el fin. El retorcido plan de Ema también se puede leer como una instrumentalización del cuerpo que, además de ofrecer placer, se utiliza con o sin el consentimiento de otros. Así, el fuego pasa de ser un elemento adorado a ser un arma de destrucción. Larraín pareciera provocar al construir calculadamente a una mujer joven, empoderada sexualmente y -por decir lo menos- revolucionaria, pero que a su vez es dirigida, escrita, producida, e incluso editada con una cinematografía y música hecha por hombres. ¿Tanto así? Sí. Esto obviamente genera cuestionamientos en la misma generación que busca apelar.

La protagonista se vuelve impenetrable creando así una distancia con el espectador que dificulta su participación. ¿Cómo empatizar con alguien que devuelve un niño al Sename? ¿Cómo seguir un relato que no retoma este hecho inicial y se empecina en dejarlo de lado? La respuesta puede estar en su final. El deseo que Ema tiene por recuperar a Polo, los métodos que utiliza para ello y su experiencia en el proceso pueden entenderse como una narcisista manipulación o como amor de madre visceral, que carcome desde adentro, que nunca abandona. A partir de la lectura que se tenga, el cierre de la cinta y su sentido se configuran en la percepción del triunfo de Ema. Puede ser enfermizo o milagroso, superficial o anarquista. 

La combinación Larraín/Calderón sugiere algo arriesgado. Es curioso pensar que tanto Ema como la Virgen María se embarazan de una figura masculina que no es su marido/pareja y que además ambas comparten a sus hijos con estas figuras: Ema con Aníbal (Padre) y Gastón (Pareja), y María con Dios (Padre) y José (Pareja). Es interesante ver la superioridad no sólo reproductiva que tiene Aníbal sobre Gastón. Aníbal además apaga los incendios de Ema, es un héroe que se hará cargo de su hijo pero desde otro lugar. En contraste, Gastón se muestra inseguro y dependiente. Como José, Gastón es mejor en lo práctico, pero en vez de carpintería, construye bailes. Ni José ni Gastón las dejarán, aunque el hijo no sea de ellos y tanto Ema como María ven la maternidad como una misión ardua, a ratos inexplicable.   

Ema propone un empoderamiento sobre el cuerpo, el reggaeton y la libertad sexual que termina forzando un final que suena bien pero se siente lejano. Dejando eso de lado, el film a momentos descansa y se apoya en la electrizante pandilla de Ema, en sus conversaciones y chistes, en la rectora del colegio (Amparo Noguera) que logra sacar risas y en Catalina Saavedra que se esmera en cuestionar la vida de Ema.

La película de Pablo Larraín toma fuerza y encanto cuando Ema y sus amigas se apoderan de la ciudad, de la playa y de la vida de otros. Ema logra lo que quiere, consigue saciar sus deseos y, si queda insatisfecha, puede quemar la ciudad con sus amigas. Esta energía, mezclada con impulsos sexuales y amistad, se aleja de lo superficial, tornándose un manifiesto poderoso y unificado que se enfrenta a los ideales racionales de Gastón, a su figura de autoridad y a su concepción de la música. Esto llega a su clímax cuando Ema se burla de la infertilidad de su marido, logrando así separar una generación de otra.

Quizás cuando más logran empatizar la protagonista y su generación con la audiencia sea durante los planos donde Ema, de espaldas, contempla las luces de Valparaíso. Tras la puesta de sol, sin ver rostros ni mirar hacia atrás, quietos y pensando en silencio, esperamos en suspenso a lo que vendrá.

 

Título original: Ema. Dirección: Pablo Larraín. Guion: Alejandro Moreno, Guillermo Calderón, Pablo Larraín. Producción: Juan de Dios Larraín. Casa productora: Fábula Films. Fotografía: Sergio Armstrong. Montaje: Sebastián Sepúlveda. Música: Nicolas Jaar. Reparto: Mariana di Girolamo, Gael García Bernal, Santiago Cabrera, Paola Giannini, Catalina Saavedra, Mariana Loyola, Giannina Fruttero, Cristián Suárez, Amparo Noguera. País: Chile. Año: 2019. Duración: 102 min.