Gauguin, Viaje a Tahití: Sin paraíso

La representación del artista atormentado es casi un arquetipo en sí mismo. Ahí donde surgen los procesos creativos, también lo hacen los ángeles y demonios del personaje, lo que por lo general nos lleva a un perfil conocido y en ocasiones caricaturizado. En este caso, la figura del pintor Paul Gauguin (1848 - 1903) sirve para configurar a ese personaje, uno que escapa de su mundo cotidiano para encontrar vías posibles para su arte.

Cansado del menosprecio de los compradores y de su familia, Paul Gauguin decide trasladarse a Tahití, en un intento por recuperar un sentimiento que se mueve entre el entusiasmo y dignidad. Su trabajo no es valorado en el mundo de las galerías de arte y su interés por desarrollarlo lo lleva a una especie de autoexilio, en donde deberá recluirse solo, ya que su esposa y sus cinco hijos no están dispuestos a la aventura. La soledad del protagonista está apenas evidenciada en el trayecto y llegada a destino, luego del cual y tras un par de momentos, se encuentra con Tehura, una joven nativa que se va a convertir en el motor de su obra.

Los intereses puestos en este relato son mucho más débiles que el trazo de la pintura de Gauguin y no le hacen justicia. Cada estado por el que pasa el protagonista anticipa una acción que nunca llega. El paisaje exuberante sólo se observa como marco de los acontecimientos, jamás como un condicionante de la situación del personaje. Tampoco hay una lectura crítica sobre el arte como expresión versus su venta como mercancía, pese a que hay un par de conflictos entre el protagonista y su discípulo en torno a ese tema, los que de todas formas no llegan a desarrollarse.

El filme se mueve con dificultad, precisamente porque queda la sensación de ser una obra  interesada en grandes temas de la relación del pintor con éste, su viaje más crítico, interés que sin embargo se diluye por la falta de concreción de esos grandes temas. Hay vetas de conversación que se adivinan en las imágenes que vemos sobre la relación del colonizador con el colonizado, la situación de la mujer al ser indígena, la nueva ciencia en detrimento de la tradición, todos elementos prometidos pero incapaces de llegar a puerto. Es como si el narrador quisiera abarcar los conflictos de su tiempo, pero no tuviese la pericia para hacerlo, truncando toda posibilidad de lectura sobre ellos.

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Con esto, el director Edouard Deluc pierde la posibilidad de seguir modelando el mito de Gauguin, uno en donde el público -conocedor o no de su obra- pueda acceder desde la imagen a la conformación de la leyenda. Deluc pasa por encima de su personaje y sus circunstancias, hasta el punto de diluirlo, sin que eso implique aterrizarlo a la realidad, pese a los esfuerzos de Vincent Cassel por interpretarlo de manera pulcra, tan pulcra que se acerca peligrosamente a lo plano, y la música de Warren Ellis, que por lo general le aporta dramatismo e intensidad a sus trabajos, pero que aquí parece estar en piloto automático.

Me gusta pensar que la obsesión por la biopic genera nuevas formas de comprender a nuestros grandes héroes y sus historia smás allá de sus vidas reales. Algo muy bien logrado en películas como Amadeus (Milos Forman, 1984) o Walk the Line (James Mangold, 2005). En este caso, el interés del director de darle cierta “humanidad” a su personaje hace que también le reste peso a su historia. Gauguin, Viaje a Tahití es una película que se diluye a medida que avanza para entregarnos un modelado frágil y débil del mito de Gauguin, que no hace justicia a la estatura del artista.

 

Nota: 4/10
Título original: Gauguin: Voyage de Tahiti. Dirección: Edouard Deluc. Guión: Edouard Deluc, Etienne Comar, Thomas Lilti, Sarah Kaminsky. Fotografía: Pierre Cottereau. Montaje: Guerric Catala. Música: Warren Ellis. Reparto: Vincent Cassel, Tuheï Adams, Pua-Taï Hikutini, Malik Zidi, Pernille Bergendorff. País: Francia. Año: 2017. Duración: 102 min.