Hellboy: Fantasías gore

En épocas de remakes y reboots, de adaptaciones, traducciones y nostalgias, mucho del cine de industria basa sus actuales producciones en materiales pretéritos: libros, novelas gráficas o incluso películas anteriores. Muchos son los ejemplos que intentan hacer borrón y cuenta nueva respecto a sus antepasados, algunos resultando en triunfos en la taquilla y en el corazón de las audiencias, otros fracasos tan rotundos que, como se estila en la jerga de la fanaticada, son sacados del canon, es decir, empujados rápidamente al olvido. La nueva Hellboy, basada en los relatos creados para Dark Horse Comics por Mike Mignola, se enfrenta a una doble pregunta respecto a cómo se enfrentaba al problema de la reedición. Por un lado, están las películas anteriores que retrataban este universo, y por otro, el material original de la historieta que se publica desde 1994. Si bien las comparaciones pueden ser a ratos inoperantes, da el caso que en esta nueva versión se produce un ánimo por levantarse con bríos propios, como queriendo separarse demasiado de sus referentes, tanto así que el resultado termina por desfigurarse.

El Hellboy de Mignola cuenta la historia de un demonio rojo proveniente del infierno, invocado por los nazis al cierre de la Segunda Guerra Mundial, pero rescatado por los aliados y llevado a Estados Unidos para ser criado por el Profesor Bruttenholm. Ahí, es entrenado para formar parte de la Agencia para la Investigación y Defensa Paranormal, como agente que nos protege de fuerzas provenientes de otros mundos, como vampiros, hechiceros y criaturas del otro lado del umbral. Con un monumental y poderoso brazo derecho, cuya composición material nadie ha podido descifrar, un humor negro característico y cierta tendencia a abusar del alcohol, Hellboy es un personaje interesante tanto por la gran variedad de amenazas que enfrenta, como por su característica fronteriza: un demonio con personalidad humana, que trabaja desde las sombras para proteger a quienes le temen, luchando contra seres de su propia raza.

Cuando se anunció la nueva versión de Hellboy para la pantalla grande, la expectativa y cierto grado de polémica se levantaba en relación con la culminación de la trilogía anterior. Dos son las entregas que se alcanzaron a hacer, ambas dirigidas por Guillermo del Toro y protagonizadas por Ron Perlman, Hellboy (2004) y Hellboy: El Ejército Dorado (2008). Mucho se habló de la posibilidad de cerrar el ciclo con una tercera película -la historia invitaba a eso-, por lo que empujaron bastante tanto del Toro como Perlman, pero finalmente se decidió relanzar la franquicia. En la Hellboy del 2004, los orígenes del personaje cobraban importancia para la instalación de la historia. Ahora la trama gira menos en la invocación primaria que deviene en la llegada del demonio a la tierra, y más sus vínculos con los mitos artúricos, la espada Excálibur y la amenaza de la malvada bruja Nimue (Milla Jovovich). Hellboy (David Harbour) debe viajar a Inglaterra para lidiar con este problema, solo para verse involucrado en un complot que pretende su eliminación, dadas sus ascendencias infernales y el riesgo que implica su presencia entre nosotros. Ahí surgen gigantes, hadas, médiums y muchas balas.

La principal inquietud respecto a esta nueva entrega tiene que ver con sus similitudes y diferencias con el primer par. Y las tiene, bastantes. Durante la década pasada del Toro dio forma particular a un estilo fantástico y monstruoso, donde El laberinto del fauno (2006) se suma a las obras ya mencionadas, el que recogía el valor del maquillaje y explotaba visualmente a criaturas oscuras, inquietantes. Separándose de esa estética, la nueva propuesta utiliza mucho más el efecto por computador. Si bien el nuevo héroe sigue padeciendo las inclemencias de un pesado y realista maquillaje, todo el resto, particularmente las escenas de batalla, presenta una abundancia del CGI que se percibe poco atractiva y a ratos está plenamente mal ejecutada.

hellboy (2)

Otra diferencia fundamental tiene que ver con el tono. Mientras las anteriores seguían un curso más menos tradicional de película de acción, con algunas cuotas de humor y drama, ahora la cinta tiene un cariz mucho más descarnado e irónico, tal vez acorde con los tiempos. Se recurre constantemente al chiste de doble sentido, a un lenguaje burdo, carente de épica, como queriendo insertar a los personajes en un presente frío y descarnado. Esta estrategia podría ser interesante en la medida que le quita rimbombancia a un escenario que involucra reyes y hechiceras. No obstante, el guión no es lo suficientemente inteligente como para aprovechar creativamente esta dimensión paródica, quedándose solo en el silueteo de tramas y personajes que pudieron ser más interesantes.

El tratamiento de la violencia es un punto clave en la película. Con un claro objetivo de acercarse al cine de explotación, más concretamente con el gore, llama la atención la decisión por optar por el trabajo explícito de la viscosidad y la muerte. En ningún caso podríamos argumentar cierto veto a este tipo de cine y sus pormenores, pero el problema aquí es que la explotación no es funcional a la trama, sino que más bien tiene un carácter ornamental, casi como una atracción secundaria. Tanto visual como narrativamente, el filme se separa de la atmósfera B que caracteriza a ese tipo de cine, casi como si se tratara de un paraíso gore, donde se cuenta con el presupuesto para rebanar cabezas, explotar cuerpos y desmembrar brazos y pies a destajo. El desarrollo de los acontecimientos es completamente independiente al trabajo de la violencia explícita que aquí se usa, relegándola al plano de lo innecesario.

En relación con lo anterior, y recordando el segundo punto que mencionábamos al inicio, las deudas con el comic, es innegable que la historia tiene un cariz violento. Hellboy hace volar por los cielos a sus enemigos con su pistola “Samaritan”. Pero el trabajo de Mignola se caracteriza por los altos contrastes y los colores saturados, prácticamente lo opuesto a las vísceras y mucosidades que abundan aquí. En el juego de la traducción, resultaba bastante evidente que los realizadores no perseguirían la misma estética que el cómic. Pareciera que dicha tendencia nació y murió con las adaptaciones a historias de Frank Miller, como Sin City (Frank Miller y Robert Rodriguez, 2005) o 300 (Zack Snyder, 2006).

Lamentablemente, el camino escogido termina por limitar cualquier intento de profundidad en su desarrollo. Se insinúan los problemas de identidad del protagonista en términos de quién es y para qué vino al mundo, pero el tono y la estética escogida no hacen sino dinamitar cualquier oportunidad de que ese tipo de problemas tomaran vuelo. No se trata de obligar a la cinta a responder a su origen o levantarse por sobre las entregas anteriores, pero cuando se opta por partir de cero, el riesgo está en que la novedad no tenga el peso para mantenerse por sí sola, y haga que las comparaciones emerjan como si tuvieran vida propia. En este caso, empezar de nuevo no sumó. Habrá que pensar si vale la pena intentarlo otra vez.

 

Nota del comentarista: 3/10

Título original: Hellboy. Dirección: Neil Marshall. Guion: Andrew Cosby, Christopher Golden. Fotografía: Lorenzo Senatore. Reparto: David Harbour, Ian McShane, Milla Jovovich, Sasha Lane, Daniel Dae Kim, Thomas Haden Church, Penelope Mitchell, Sophie Okonedo, Brian Gleeson, Kristina Klebe, Alistair Petrie, Ashley Edner, Douglas Tait, Bern Collaco, Mario de la Rosa, Atanas Srebrev, Michael Heath, Ava Brennan, Mark Basnight, Eddy Shore, Tihomir Vinchev, Anthony Delaney, Vanessa Eichholz. País: Estados Unidos. Año: 2019. Duración: 120 min.