Informe XX FIDOCS (4): Territorio invadido

Dentro de las películas de las dos competencias de largometrajes que pude ver, ya fuera dentro del contexto del festival, como por otros medios, pude notar un tema recurrente, o al menos una conexión fina y casi imperceptible entre los trabajos que lo conectaban con la mejor película que vi en el FIDOCS y que probablemente sea la mejor película que vaya a ver en un festival en el año. Pero de eso, más tarde, vamos a las otras películas primero.

Dentro de la Competencia Internacional sólo pude echarle un vistazo a La balada del Oppenheimer Park (Juan Manuel Sepúlveda), realizado por un equipo mexicano en territorio indígena dentro de una reserva canadiense, la cinta hace un acercamiento casi morboso a un grupo de descendientes de indios americanos que viven en el parque sin tener un techo a su haber. Los hombres y mujeres pasan su tiempo tirados en el parque bebiendo fuertes bebidas alcohólicas y drogándose, conversando con la gente que pasa y con los realizadores del documental. En un momento, un hombre que se define como el “guerrero” de la tribu, toma la cámara y la posiciona en otro lugar, haciendo notar su fuerza así como el poder que tiene sobre las cosas que lo rodean, aun en un estado alcoholizado. El parque, que hace siglos era un cementerio indio, es sujeto entonces de una invasión (o más bien recuperación) por parte de este grupo, que expone su vida de manera pública, incomodando. A mí me resulta obvia la formulación crítica que el equipo realizador (al mismo tiempo invasores en el territorio canadiense, alejados completamente de la realidad que los circunda y sin ninguna conexión clara o personal al tema tratado) hace sobre la situación opresiva en la que se encuentra esta etnia, que por consecuencia de la falta de oportunidades y por no tener su tierra, se ha visto expuesta a los elementos negativos de la adicción a sustancias tóxicas… pero la manera explícita en que la cámara se acerca a esos momentos por sobre cualquier otro, hace pensar que alguien que estuviera en contra de la presencia de estos indios en el parque, tendría el material perfecto con el cual realizar la denuncia que los quitaría del lugar que, al menos histórica y culturalmente, les pertenece. Es un documental de doble filo.

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En la competencia chilena si pude ver algunas películas más. Ya hablé en mi primer informe del Festival de Cine de Valdivia sobre Pastora (Ricardo Villarroel) y la decepción que me produjo desde el punto de vista auditivo. Luego de ganar el premio a la mejor película, sigo sin entender qué es lo que provoca, porque aunque es una exploración visual atrayente de un territorio (y muy deficiente en el tema auditivo), pero al mismo tiempo es invasiva a un nivel antropológico científico que, para la historia que cuenta, no pareciera estar alineado temáticamente. La mirada fría y científica puede resultar inicialmente atrayente cuando se trata de la historia de la muerte de un niño, a fin de alejarse de todo sentimentalismo, pero eso al mismo tiempo lo priva de un punto de vista claro, quedándose sólo en la superficialidad del acto y su crueldad propia, más allá del contexto, el cual es torpemente explorado por las esquinas a través de las entrevistas y los planos que parecieran, de pronto, parecer ser tomas de microscopios, que miran analíticamente las costumbres de alguien lejano. Como invasores tratando de entender un ecosistema que no les pertenece y con el que no pueden comulgar.

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La ciudad perdida (Francisco Hervé) y [Pewen] Araucaria (Carlos Vásquez Méndez) también son invasiones a territorios, esta vez dentro de Chile, siendo la primera una invasión del escenario del sur extremo de Chile por la ficción, y la segunda es una invasión del territorio mapuche a través de la historia oficial. Ambos son proyectos visualmente interesantes y que proyectan propuestas interesantes dentro del documental, pero al mismo tiempo no parecen soportar sus propios dispositivos más allá de media hora, volviéndose reiterativos, pesados y difíciles de defender más allá de la novedad que proponen de forma superficial.

Diferente es la invasión territorial que hace el director y montajista de Ejercicios de montaje, que asalta el material de filmación de la película Invierno de Alberto Fuguet (estrenada el año pasado en el BAFICI) para poder realizar una reflexión sobre la autoría del material, sobre el proceso de montaje, sobre los cambios de sentido, los cambios de historias, la invención y al mismo tiempo una autobiografía desde el trabajo fílmico, algo que me parece muy novedoso en el contexto del documental chileno. El director, Sebastián Arriagada, produce efectos visuales que complementan su voz en off, atravesando junto al espectador el proceso de montaje de un largometraje (sobre todo tomando en cuenta que es el largometraje más largo de la historia del cine chileno), y al mismo tiempo logrando sacar más provecho de las imágenes que Fuguet filmó, resignificándolas en el acto del proceso creativo. Algo a lo que el director original apunta en su cinta, pero que en más de cuatro horas no logra afianzar, acá en cuarenta y cinco minutos, Arriagada logra ponernos en su piel y en los efectos que produce el arte en el artista y quienes lo rodean.

homeland1Todo esto no es más que una larga introducción a lo que fue la mejor película del festival: Homeland (Iraq Year Zero) (Abbas Fahdel). Aunque ya ha sido comentada por otros críticos, la verdad es que la experiencia de más de cinco horas resultaba estremecedora de sólo pensarla, pero finalmente acaba por no sólo ser valiosa, sino que también una de las mejores películas de esta década. Resulta sorprendente cómo no logra ser compleja de ver y, sobre todo, que se mueva tan rápidamente de una secuencia a la siguiente: luego de trece años de grabación y montaje, la cinta resulta ser un dedicado retrato de una sociedad en crisis a causa de la invasión del territorio familiar. Estados Unidos amenaza con la guerra por la supuesta existencia de armas de destrucción masiva en manos de Saddham Hussein (que en la primera parte parece, a nuestros ojos ya conocedores, como un hombre que dice la verdad cuando asegura no tener armas) y su amenaza desata todo lo que transcurre en la primera mitad, que se considera la calma previa a la crisis. Es esa crisis y ese movimiento de cuerpos (el cual nunca vemos, el único momento que Fahdel no nos deja ver es la invasión en sí) indica una sociedad en cambio, donde los personajes se esconden, viajan, transitan, manejan, tratando de posicionarse en algún lugar en que puedan volver a sentir algo de normalidad. El mismo director es un extranjero incursionando en un territorio extraño. Luego de haber abandonado Iraq a los 18 años, se encuentra con un país extraño y al cual se siente ajeno, pero es finalmente la manera en que retrata a su familia y el cariño que les tiene lo que hace que este documental tenga un acceso sentimental, logrando así la conexión y la finalidad absoluta: la emoción, la catarsis y el entendimiento de la experiencia del otro.

Jaime Grijalba