Informe XXIII Ficvaldivia (1): Hacer visible el margen

"Tal vez todos nacemos borrachos y felices. Luego crecemos y nos vamos poniendo sobrios", es una de las reflexiones de Kiki, la mujer drogodependiente que vive en la calle novena de un barrio abandonado de California, que protagoniza el documental The Nine de la directora y fotógrafa Katy Grannan, con el que arrancó la Competencia de Largometraje Internacional del 23° Festival Internacional de Cine de Valdivia.

Katy conoció a Kiki al realizar retratos fotográficos íntimos de personajes extraños y marginales a los que convocó a través de anuncios en los diarios. Pero pronto se dio cuenta de que la fotografía no lograba proyectar el estado emocional de estas personas abandonadas por el sueño americano, cuestión que el cine sí podría hacer. Y lo logra. Con el documental, que comenzó a hacer sola y luego con la ayuda de su asistente, Katy Grannan nos aproxima al margen desde la comprensión y el entendimiento de aquellos a quienes el río deja en la ribera, a los que matan pero nadie denunciará su desaparición.

Desprejuiciada mirada la de la documentalista mientras sus personajes se roban un auto o se inyectan heroína. El acompañamiento y registro documental de su vida y la de sus vecinos, para Kiki se confunde con una nueva familia, a la que le confía más que a nadie y llorando le pide directo a la cámara que no la abandone como lo han hecho todos los demás. Kiki añora a esa familia que perdió cuando de niña vio a su tío violar a su primo y le disparó matándolo e hipotecando la relación con sus familiares, que no le creyeron lo que había presenciado y permitieron que el Estado se encargara de ella.

Kiki considera un verdadero logro llevar un día y medio sin consumir heroína. Conquista que no puede mantener más que ese tiempo hasta volver a inyectarse, como también lo hacen los otros moradores de las piezas del motel de la calle que da el título al documental. Las trabajadoras sexuales que exhiben sus cuerpos desde las puertas de sus piezas donde apagan y prenden la luz, como un efecto discotequero para atraer la atención de los clientes que deambulan en sus autos. Las madres que están separadas de sus hijos porque no pueden hacerse cargo de ellos. Los travestis que se producen y maquillan cada noche, mientras escuchan por televisión que encontraron el cadáver de una mujer en la orilla del río. El hombre que intentó terminar con su vida lanzándose a él, pero que fue rechazado por sus aguas y salvado por la corriente. El transexual cuya madre murió de sobredosis y no pudo ir a su funeral porque estaba en la correccional, que piensa que el/ella misma está convirtiéndose en su progenitora. O el sueño de la mujer que quisiera abrir un club de lucha libre en el barro antes de cumplir los 50. Un mosaico de historias que la directora rescata de la calle y les da un lugar en la otredad.

En la que Kiki llama “la tierra de los caídos”, se acompañan unos a otros en medio del desamparo y la marginalidad echando mano de la fe, que se representa en un culto religioso en la ribera del río, en las canciones y en los ruegos desesperados. “Seguro Dios tiene un plan para ti”, le dijo su madre a Kiki o tal vez sea un nuevo invento de su inquieta imaginación en medio de su soledad, tal como la supuesta preocupación de su padre por sacarla de ahí cuando supere su adicción. Pero la rehabilitación nunca llega, como sí lo hace la indigencia, la desolación y la muerte de mujeres asesinadas y envueltas en bolsas de basura y tiradas al agua, "como si fuéramos basura".

Novena es el nombre de la calle en Modesto Sur en el valle central de California (el mismo que retratara en 1940 John Ford en su película Las uvas de la ira y en 1936 Dorothea Large, con su mítica foto “Madre migrante”), nueve las mujeres asesinadas y el mismo número de días que según la devoción religiosa hay que pedir por una determina intención, como el ruego de Kiki a ese Dios que pareciera haberse olvidado de ella y de sus amigos de la calle.

“En la novena están todos mis demonios” dice una Kiki que se baña una y mil veces, refregándose la piel a veces hasta hacerse sangrar porque se siente sucia, escena con la que comienza el documental. El agua es una buena aliada de una muy presente fotografía (dada la formación de su directora), que en artísticas imágenes encuentra la belleza en medio de la podredumbre, en una cámara que pone su atención en el caer circular de las gotas de lluvia, en el fondo acuático donde subsiste la vida aún entre la basura y los objetos abandonados, en las transparentes burbujas que se forman en el río, en los charcos del deteriorado pavimento, en la escena donde las bicicletas deambulan en una inundada calle donde el agua por poco entra a las piezas.

Si en la novena están sus demonios, también podría estar su redención o el plan de Dios para ella que le prometió su madre. De la mano de Katy, Kiki deja fluir su aguda reflexión y su escritura, que confluye en el guión del documental escrito por la directora en colaboración con la propia Kiki, cuyo nombre es Artimese Fairley. En medio de jeringas, pelucas de colores y animales más fieles que los humanos, Kiki contribuye con su lúcido relato, su vulnerabilidad y valentía a hacer visible el margen, a devolverle su condición humana a aquellos a los que la sociedad se las quitó.

Marisol Aguila

Nota comentarista: 8/10

Título original: The Nine. Dirección: Katy Grannan. Guión: Katy Grannan, Artimese Fairley. Fotografía: Katy Grannan. Montaje: Katy Grannan. País: Estados Unidos. Año: 2016. Duración: 98 min.