Inmersión: Lamentos de primer mundo

Ya veníamos advertidos: las últimas películas de Wim Wenders no se las puede medir o enjuiciar en comparación a sus primeras obras. Hacerlo significa un ejercicio doloroso y desagradable. ¿La misma persona que dirigió filmes memorables como Alicia en las ciudades (1974), El estado de las cosas (1982) o Las alas del deseo (1987) fue el que perpetró películas como El fin de la violencia, (1997), Tierra de abundancia (2004) o Everything Will Be Fine (2015)? Así lo dicen los títulos de crédito, y será mejor que nos hagamos la idea de que los mejores momentos de su filmografía han quedado en el pasado o, si es que, en sus ejercicios y homenajes documentales. Solo allí se pueden encontrar resabios de la lucidez que Wenders supo plasmar como una marca indeleble de su mejor cine: la revelación de un espacio mental, solitario y poético, en donde el territorio americano se confundía con el mapa europeo, arrojando a sus protagonistas a la búsqueda de cierta épica personal, deambulando en la extrañada certeza de que aún existe misterio y belleza en el mundo. De alguna forma su más reciente trabajo, Inmersión (2017), podría ser una relectura de las obsesiones de su cine, salvo que la ejecución y la mirada del director alemán, una vez más, se muestra perdida, extraviada, desatendida, vagamente comprometida.

Esta es la historia de Danielle (Alicia Vikander) y James (James McAvoy), dos personas que se encuentran casualmente y se enamoran en un apartado hotel de la costa europea. Ella es una biomatemática que realizará el proyecto científico de su vida: sumergirse en las profundidades abisales en donde ningún humano ha llegado aún, con el fin de encontrar signos de vida. Él es un espía británico que intentará infiltrarse en grupos yihadistas para obtener información de futuros atentados en Europa. Wenders utiliza el truco de iniciar a narración in media res, es decir, iniciando su relato cuando Danielle y James se han despedido y deben asumir sus respectivos desafíos. Después saltamos hacia el pasado y se nos describe el encuentro, el enamoramiento, la seducción mutua y la confesión de sus proyectos. Y si bien James no es del todo honesto con Danielle, lo que Wenders busca en el testimonio recíproco de ellos son dos cosas, la expresión de una intimidad que nunca nos convence del todo y la simetría moral que el espectador debe reparar en la misión que Danielle y James realizarán: ella y la búsqueda de una esperanza de vida en medio de una humanidad en crisis, él y el encuentro con el horror del fanatismo religioso, una señal de decadencia de la misma humanidad.

De aquí en adelante Inmersión se vuelve un relato alternado de lo que le sucede a Danielle y James. Por un lado, la expedición submarina por las profundidades “en donde el azul y todos los demás colores y la luz se desvanece”. Por el otro, el viaje a Somalia para obtener información del terrorismo islámico. El ingreso a la oscuridad del océano y la infiltración en la cerrazón de la violencia ejercida por los que creen poseer la verdad revelada. Y es aquí en donde Wenders traza con brocha gorda los conflictos en pugna y su intento de anudarlos como ecos de un mismo enigma. Pareciera que la pregunta final de Inmersión fuera el origen o el sentido del mal. De ahí las alusiones a las reiteradas torturas físicas y mentales inferidas a James y la descripción del fondo marino como algo sin vida, indiferente, inquietante. El problema es que Wenders ha perdido toda sutileza. El filme abunda en subrayados gruesos (esas citas a John Donne, esos soldados malignos o tristemente imbéciles que maltratan a James). En donde debería asomar algún signo creíble de enamoramiento entre James y Danielle, apenas vemos una relación insípida y pasmada, fría e impasible.

inmersion

Tal vez Wenders lo sabe y por eso trata de salvar los muebles cuando los protagonistas están lo suficientemente alejados para que no interfieran uno del otro. Son los primeros planos límpidos y expresivos a Vikander con su belleza mestiza y natural. También son los detallados y cuidadosos encuadres con el que Wenders filma el vía crucis de James, un personaje tan maltratado para el que McAvoy parece haber nacido. Pero con eso no alcanza para hacer una buena película. Alberto Fuguet, en su libro VHS. Unas Memorias, nos recuerda algo que de tan evidente a veces se nos olvida: “un film es más que una idea: es cómo se desarrolla y se filma. Es el tono, es la mirada, es la puesta en escena”. Inmersión bien puede tener tres o cuatro ideas: hay esbozos de la culpa del burgués europeo con los males del tercer mundo, el insensible silencio marino como origen de cierta maldad atávica, el individualismo que conlleva miedos y recelos para abrirse hacia el otro. Nada muy original y excitante. Nada muy alejado de algún folleto de Testigos de Jehová. Por la pobre ejecución de estas ideas, por la imposibilidad de capturar la fuerza simbólica que circula pero que no atrapa, Wim Wenders agrega otro desaguisado más a una filmografía que permanece gloriosa en sus inicios y penosamente insustancial en la actualidad.

 

Nota comentarista: 3/10

Título original: Submergence. Dirección: Wim Wenders. Guión: Erin Dignam (Novela: J.M. Ledgard). Fotografía: Benoît Debie. Reparto: James McAvoy,  Alicia Vikander, Alexander Siddig, Celyn Jones, Reda Kateb, Mohamed Hakeemshady, Clémentine Baert, Harvey Friedman, Matthew Gallagher.País: Alemania. Año: 2017. Duración: 111 min.