JAAR el lamento de las imágenes: Entre informar y poetizar

La figura de Alfredo Jaar puede resultar tan estimulante como inmovilizadora. Durante más de treinta años su obra se ha caracterizado por ofrecer dispositivos artísticos sumamente elaborados que, por decirlo de algún modo, obligan al espectador a producir nuevas elaboraciones. Jaar, por ejemplo, ha utilizado los artefactos de la publicidad y la fascinación mediática para provocar pensamiento, ahí donde el pensamiento generalmente es interrumpido por un exceso de imágenes, esperando a su vez que entonces se produzca un brote de cuestionamiento político. Por lo tanto no es de extrañar que filósofos de la talla de Didi-Huberman y Rancière (ambos presentes en el libro La política de las imágenes, editado por Adriana Valdés) hayan sido estimulados por su trabajo como punto de partida para reflexionar sobre el arte y nuestra época. 

En esta línea, parado en el límite entre obra y proceso de pensamiento, el documental JAAR el lamento de las imágenes de Paula Rodríguez Sickert resulta una excelente introducción al artista y su trabajo. En poco más de una hora, la directora se enfrenta y cumple con la monumental tarea de recorrer las principales obras de este trayecto y su puesta en escena, escuchar la palabra reflexiva de Jaar sobre su proceso creativo y mostrar sus posicionamientos en distintos tópicos. El documental pareciera camuflar un largo diálogo que, lamentablemente, aparece bajo la forma de un monólogo, sin por ello impedir que el filme valorice la obra y la trayectoria de Jaar aunque solo sea desde una voz.

Si bien siempre es injusta la comparación entre el retratado y su retrato, en este caso el desafío es doble, pues no solo Paula Rodríguez se enfrenta a la dificultad de retratar a un sujeto sumamente complejo y estimulante artísticamente, sino que además el trabajo de ese sujeto labora con la propia materialidad del retrato, es decir, las imágenes. En estos casos aparece algo así como la dificultad de dar cuenta de alguien sin que su retrato sea el que se podría armar sobre cualquiera: en esta senda un ejemplo más o menos reciente sería Señales de ruta de Tevo Díaz, documental que cubre el personaje al mismo tiempo que produce la experiencia de su obra. Jaar mismo, en el documental de Rodríguez, nos da su clave personal al respecto al decirnos que en su obra intenta incorporar igualmente información y poesía: “Hay que buscar un equilibrio ideal entre esos dos elementos constitutivos, nunca caerse en el lado informativo, porque se vuelve muy didáctico; y no caerse en el lado puramente poético, es decir puramente estético, porque se vuelve muy dulce”.

Frente a este dilema, y tal como ya lo han señalado Alejandro Aravena o Ezio Mosciatti, el documental opta por un tratamiento contemplativo o tradicional. Estos elementos se reconocen en esta suerte de cámara fantasma que flota estable por museos, talleres y archivos casi sin intenciones; o en las fragmentarias charlas de Jaar, suerte de respuestas a preguntas que nunca escuchamos y que a veces él mismo debe insertar en su decir. Este modo de abordaje no tiene por qué ser negativo, sin embargo, puede que para esta clase de documentales sobre creadores su efecto sea una suerte de recursividad que termina fortaleciendo excesivamente las palabras del artista acerca de su propia obra o que, por otro lado, necesite apoyarse en demasía sobre el deseo (interés, fetichismo por el artista) que lleva al espectador a ver el filme.

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Hay que destacar que este convencionalismo es mínimamente desafiado por ciertas secuencias, particularmente aquellas en las que hay una notable conjunción de música (de la mano de Nicolás Jaar) y montaje: Jaar reclamando por cosas que no están listas en un montaje; Jaar mostrando sus bocetos, diseños y esquemas previos a una obra. Es decir, Jaar actuando más que explicando.

Pero si bien estos elementos introducen pequeñas variaciones, es la palabra de Jaar lo que está en primer plano y el aura de la explicación de la obra situada en el cuerpo del autor nunca es cuestionada. Aquí el problema es que la valoración de una obra no solo acontece por la valoración del proceso establecido entre artista y obra, sino principalmente en el proceso de recepción social y cultural que esa obra provoca. Jaar, él mismo lo dice de nuevo, se encuentra solo y a nosotros nos aparece en una soledad de artista redoblada por la ausencia de público, por la ausencia del campo del arte en el cuál la obra debe sobrevivir y triunfar. Nos queda el sabor de un artista un poco trágico, atormentado, cuestionador del arte y sus instituciones, del mundo y su criminal indiferencia, pero que sin embargo habla desde la consagración internacional y sin un contrapunto, lo que implica que, finalmente, sea el propio Jaar quien deba cuestionarse su lugar.

Por ello mismo, ¿no sería el deber político-artístico del documentalista, a este respecto, aparecer antes que desaparecer, incomodar a aquel que habla desde una posición de poder, y así abrir grietas a su discurso y en su discurso para que algo se mueva, al igual como quiere Jaar hacer con su obra? Pero no nos excedamos y no le pidamos a un solo filme que lo haga todo al mismo tiempo: que le haga justicia a los dispositivos que ha inventado Jaar cuando simultáneamente cuenta su historia, así como no le pedimos a Jaar que arregle el mundo a punta de arte.

 

Nota comentarista: 5/10

Título original: JAAR el lamento de las imágenes. Dirección y guión: Paula Rodríguez Sickert. Producción: Paola Castillo. Dirección de fotografía y cámara: John Márquez, Enrique Stind. Sonido: Boris Herrera, Shinya Kitamura. Diseño Sonoro: Roberto Espinoza. Postproducción imagen: Cecilia Belliz, Daniel Dávila. Montaje: Titi Viera Gallo. Música: Nicolás Jaar, Nascuy Linares. País: Chile. Año: 2017. Duración: 78 minutos.