Guasón (3): ¿Será necesaria otra versión del Guasón?

En la versión de Nolan había un cierto cuestionamiento sistémico, pero siempre estaba Batman para salvar el día pese a todo, lo que favorecía bastante a la clásica geografía pre-diseñada del “bien” y el “mal”. Acá no. De hecho, esa ausencia y su remplazo por una complejización más sustantiva a la hora de darle una historicidad al villano y, también, a la hora de abordar su relación con otros representantes del universo de Batman (como Thomas Wayne, el padre de Bruce Wayne), favorece mucho a la resignificación de estas figuras: a su actualización en los modos de observar que hay en el presente, como a su ubicación simbólica en nuestra realidad.

Confieso que este ciclo que ha entrañado, entre tantas tendencias, una oleada de reboots, remakes y explosivos estrenos centrados en súper-héroes provenientes de las viñetas de Marvel o de DC Comics, dejaba un estrecho margen de confianza que me impedía avizorar con entusiasmo la llegada de la película que hoy reseño. Incluso, la publicación de los primeros trailers no ayudaron a despojarme de cierto escepticismo (parte de la culpa es de Escuadrón suicida de David Ayer).

No obstante, mi confianza en el virtuosismo de Joaquin Phoenix como interprete (especialmente en Vicio propio y The Master, ambas de Paul Thomas Anderson), sumado a una contradictoria fascinación que el Guasón siempre me ha inspirado (sin ser lector de comics ni fan de Batman, mas nunca me dejó indiferente como figura), me proveyó de cierto interés por querer comprobar si esto sería una intentona infructífera de estirar aún más el elástico de la creatividad, o realmente entregar una revisión interesante e imaginativa acerca de un personaje que no solo encarna a la contrapartida de uno de los súper-héroes más famosos de la historia, sino que ha sido reeditado anteriormente, con diversos actores que sembraban de modos variopintos (dependiendo de la naturaleza del guión, obvio) en la construcción cinematográfica del Guasón que les tocaba encarnar. Una de esas versiones  cuenta con mucho éxito, y me refiero a la que está presente en la famosa cinta de Christopher Nolan del 2008: El caballero de la noche.

Posta difícil de recibir, especialmente ante el legado de un referente ineludible y que goza de tan buena reputación en la cultura popular; sin mencionar, la tragedia que carga consigo (y que le ha otorgado un cierto estatus legendario cuan James Dean) por el fallecimiento prematuro de Heath Ledger, su interprete. Todo un reto que la producción se echó sobre los hombros y que cuyo resultado pendía de un hilo, el cual era bombardeado por las experiencias anteriores; o por el cierto fastidio que ya está propiciando este excesivo boom de comics llevados al cine (y a la TV), y que a una porción de los espectadores nos hacía dudar legítimamente.

Todas las expectativas estaban en juego, todas contradictorias y que, por lo tanto, hacían evocar, al menos en mí, la siguiente duda: ¿será necesaria otra versión del Guasón? Es una pregunta amplia y que, si nos retrotraemos a las revisiones previas del psicópata sonriente, podremos responderla con un cierto grado de facilidad. Empero, no todo está dicho en esta vida y, corriendo el riesgo de sonar de perogrullo, la única forma que hay de verter algunas luces sobre esa pregunta es viendo la película. Pero insisto, verla no necesariamente nos entregará una respuesta. Puede que sí, pero también nos puede devolver a la misma pregunta, ya que es una cinta tan abrumadora que por momentos se nos olvida que alguna vez Tim Burton y Christopher Nolan tuvieron frente a cámara al “mismo” personaje. Como también, nos hace olvidar que atestiguamos la génesis de un villano modélico, no solo para el universo DC Comics, sino para la forma en que hemos socializado la concepción del “bien” y del “mal”. En esto último, las tramas de héroes y súper-héroes no gozan de inocencia.

En nuestro ideario colectivo este tipo de historias han horadado generacionalmente una geografía bastante determinista para la vida real, pero que en la fantasía ha operado con altos grados de efectividad; mapeo que nos ha permitido “identificar” quién o quiénes están en tal vereda valórica. Alimentado por códigos penetrantes socialmente, y que no solo se limitan en el proceder de los personajes, sino que muchas veces en el físico, el vestuario, los colores, e incluso, la nacionalidad (pienso en los rusos “malos” de James Bond).

Sin duda, hay rasgos que a priori cuestan discutir cuando se cuestiona en tal historia quien es el “bueno” o quien es el “malo”, lo que, dicho sea de paso, le ha proporcionado a algunos personajes la utilidad de ser vehículos de valores incólumes (siempre occidentales), ya sea Superman o el mismo Batman. En ese juego de fuerzas el Guasón ha cumplido eternamente el rol de ser una contra-cara incuestionable, y muy bien diseñada, para ser ubicado como el contrapeso más mortífero del hombre murciélago. No lo digo tanto por su violencia, sino por todo lo que representa. .

Si en El caballero de la noche, Nolan y Ledger dibujaron y dieron vida al desquiciado payaso como un sujeto de oscura procedencia (diferente a lo que hicieron Burton y Nicholson), dotado de una pulsión destructiva terrible, con una capacidad práctica y discursiva para hacer entrar en tensión y en crisis todo el sistema de valores que Batman, como señor del Orden vigente, siempre ha encarnado, y además entregando ciertas pistas difusas y siniestras sobre el origen de la pulsión caótica que motoriza su existencia, en la película Joker, Todd Philips (quien luego de dirigir comedias menores, da un salto cualitativo y cuantitativo) y Joaquin Phoenix trazan todos los antecedentes que van gestando el nacimiento de este monstruo. No sin renunciar a su humanización y al contexto que lo va definiendo. Nuevamente, se pone en tensión y en crisis todo lo que Batman (pese a su ausencia) siempre ha representado. Lo mismo ocurre con su contrapartida.

El gran acierto y novedad de esta entrega radica en esa complicada elaboración. Arthur Fleck  (identidad creada para este título, pero que no figura previamente en ninguna otra película ni en los comics) quiere ser comediante, mas no cuenta con los elementos necesarios para poder lograrlo. Complicaciones que incluyen un trastorno de incontinencia afectiva que le provoca una risa incontrolable en momentos de tensión. Esto causa que su relación con el resto sea distante, pues muy poca gente sabe el mal neurológico que lo aqueja, por lo tanto suele ser incomprendido y discriminado. Sumado a eso, lo rodea una Ciudad Gótica de 1981 que fácilmente podría pasar por Santiago de Chile. Hay suciedad, indiferencia y crueldad por doquier. Lastres sociales de los cuales Fleck es víctima, ya sea cuando lo asaltan mientras hace su trabajo como payaso a sueldo o cuando uno de sus hipócritas compañeros de trabajo propicia su injusto despido.

Fleck es una rareza que todos evitan, y que deambula entre medio de las ratas y la miseria. Pero, también, está rodeado por estallidos sociales, en dónde el descontento popular en contra de las elites es el motor de toda esa rabia. Eso no le interesa, él es apolítico y solo busca algo semejante a la felicidad. Algo que dé un giro a su oscuro diario vivir. No obstante, el relato le va cerrando todas esas ventanas de posibilidad, haciendo que su malestar acabe por sintonizar con el malestar general, topándose con realidades más crudas, causantes de la emergencia paulatina del conocido villano que todos esperamos ver. Ese parto es lento, inquietante y abrumador, sobre todo por el nivel de realismo, característica que suena disparatada si algo conocemos acerca de este universo. Aunque sin esa operación, Joker carecería de la novedad que nos ha hecho aplaudirla.

En su construcción, la cinta aúna todos los rasgos de un noir contemporáneo. En dónde la ciudad cumple el rol de ser la opresión que perturba a su protagonista y que delimita sus campos de acción. Ciudad Gótica es una sociedad en crisis, la otra cara del sueño americano. Ese mismo papel que cumplió Nueva York en Taxi Driver de Martin Scorsese (se nota mucho la sabia influencia) y que acabó por llevar al abismo a Travis Bickle. Pero si bien ahí se pretendía reflejar el trauma post-Vietnam, aquí estamos frente a una metonimia de la actual crisis que afecta a buena parte de la población mundial.             

Desde luego, en la versión de Nolan había un cierto cuestionamiento sistémico, pero siempre estaba Batman para salvar el día pese a todo (y con El caballero de la noche asciende ese cinismo quedó más patente), lo que favorecía bastante a la clásica geografía pre-diseñada del “bien” y el “mal”. Acá no. De hecho, esa ausencia y su remplazo por una complejización más sustantiva a la hora de darle una historicidad al villano y, también, a la hora de abordar su relación con otros representantes del universo de Batman (como Thomas Wayne, el padre de Bruce Wayne), favorece mucho a la resignificación de estas figuras: a su actualización en los modos de observar que hay en el presente, como a su ubicación simbólica en nuestra realidad.

Arthur es un paria más de la tierra. El sistema “no da un centavo por él”, tal y como dice su psiquiatra cuando cortan los dineros públicos que sirven para que pueda continuar su terapia. Injusticia que en el mundo real ocurre todos los días y en diversos ámbitos. Por lo tanto podemos sentir su frustración y solidarizar con él; e incluso aprobar cuando una multitud de otros indignados golpean a los policías que intentaban apresarlo, o en el instante en que le vuela la tapa de los sesos a un espurio personaje que nos recuerda al aún más espurio Don Francisco.

Detalle problemático si no ignoramos las caóticas capacidades de este payaso demencial. Cuestión que la película revela, pero solo sus primeros pasos y no todo lo que sabemos que sucederá posteriormente y que tanto películas, series como comics han expuesto sin cesar. Aquí no es necesario, basta con unir las piezas de este puzzle e imaginarse todos los horrores que encarnará este personaje. Esto queda implícito cuando baila en las escaleras con una siniestra cámara lenta que nos susurra: “el Guasón está aquí, y será terrible...”. Cada uno debe decidir cómo abordar a este complejo personaje azotado por un contexto aún más complejo, y que también nos azota a nosotros, que somos tan subalternos como Arthur Fleck.

Este entramado espeso y realista de iniciativas y riesgosas reinvenciones, totalmente responsables en parir a una nueva entrega del villano más característico y caracterizado del universo de Batman, nos hace retornar a la pregunta: “¿será necesaria otra versión del Guasón?”. Dejemos que el curso de las cosas nos entregue esa respuesta, filmen otra entrega o no, sea superior la que ya hay o no. Por lo pronto, quedémonos con la mejor versión hasta la fecha.

 

Título original: Joker. Dirección: Todd Phillips. Guion: Todd Phillips, Scott Silver. Fotografía: Lawrence Sher. Montaje: Jeff Groth. Música: Hildur Guðnadóttir. Reparto: Joaquin Phoenix, Robert De Niro, Zazie Beetz, Frances Conroy, Brett Cullen, Bill Camp, Shea Whigham, Dante Pereira-Olson, Douglas Hodge, Jolie Chan, Bryan Callen, Brian Tyree Henry, Mary Kate Malat, Glenn Fleshler, Marc Maron, Josh Pais, Leigh Gill, Adrienne Lovette, Sharon Washington, Mandela Bellamy. País: Estados Unidos. Año: 2019. Duración: 122 min.