Judy: Un arcoíris de amargura

El drama del olvido, de la falta de dinero, de las adicciones y de ir en paralelo a la violencia que sufrió cuando era una pequeña estrella camino a El Mago de Oz, estructuran un film que permite que las nuevas generaciones conozcan más a la mítica actriz tras Dorothy, pero lo complejiza cuando decide seccionar el guion en partes (Judy niña, Judy adulta), dejándole poco espacio a las escenas de la joven Judy en plena preparación para su gran película, y donde el abuso que allí se percibe se planta como la semilla que crecerá podrida en su alma.

Llevar al cine la vida de un personaje popular está de moda en Hollywood. Existen referencias, historia documentada y con un poco de ingenio, el éxito del film podría estar asegurado. Pero las cosas son menos evidentes cuando ese personaje tuvo una vida de mucho sufrimiento, porque es más complicado armar un guion empático con alguien que siempre está enojado con el mundo.

Eso es lo que intenta reflejar Judy, donde el director Rupert Goold resucita a la leyenda del cine Judy Garland pero abordándola en la etapa final de su vida, y cuando su nombre ya no era el más requerido por la industria. El drama del olvido, de la falta de dinero, de las adicciones y de ir en paralelo a la violencia que sufrió cuando era una pequeña estrella camino a El Mago de Oz, estructuran un film que permite que las nuevas generaciones conozcan más a la mítica actriz tras Dorothy, pero lo complejiza cuando decide seccionar el guion en partes (Judy niña, Judy adulta), dejándole poco espacio a las escenas de la joven Judy (Darci Shaw, en una sólida actuación) en plena preparación para su gran película, y donde el abuso que allí se percibe se planta como la semilla que crecerá podrida en su alma.

El as bajo la manga para Goold, y quien evita que la propuesta naufrague totalmente, es Renée Zellweger, la que atraviesa la película como una ráfaga de nervios, ego herido y de estrella en declive, sin embargo, es la actuación más relajada que le hemos visto en mucho tiempo. Ella da vida a una Judy que ha tomado todo lo que la vida le ha arrojado (muy en sintonía con la línea que vimos en Rocketman). La transformación es sorprendente, con una fisicalidad similar a un pájaro y luchando en muchos frentes, principalmente financieros, divorciada de su tercer esposo, Sid Luft, y en una disputa desagradable sobre la custodia de sus hijos. Siempre tiene el look de estar aturdida, al borde del agotamiento, tanto sobre como bajo el escenario; allí es cuando el director advierte las expectativas y la muestra zozobrar en los shows previos a su muerte, haciendo aparecer con más fuerza los fantasmas que la atormentaron en su juventud; y Zellweger aprovecha la misma oportunidad para mostrar sus dotes en ese tiempo de amargura, sobre todo en algunas escenas que parecen preparadas para los Oscars.

Hay otros momentos interesantes, especialmente cuando el guion de Tom Edge se centra en la Garland de 1938 y vemos cómo es interrogada de manera insensible, o como era tratada con indiferencia, a pesar de ser la estrella. La escena con Mickey Rooney podría haber salido muy mal, hasta que la cámara retrocede y revela a los fotógrafos en los inicios del paparazzeo. Y el paseo por el camino amarillo, junto al dominante Mayer, también resulta una escena bien lograda.

Pero hay debilidades. Hay una muy mala subtrama con dos fanáticos homosexuales y lo poco aprovechada que está Jessie Buckley, solo por el afán de que la cámara se centre únicamente en la actriz protagónica. Pero donde sí se cometió una falta fue en la forma en que se desaprovechó hablar de la difícil relación con su hija Liza Minnelli (interpretada aquí por Gemma-Leah Devereux). La única toma que las muestra juntas es escandalosamente fugaz, siendo que allí había un semillero de elementos biográficos fascinantes si hablamos de la vida de Judy Garland. Liza Minelli es tan mítica como Judy, y un encuentro madre-hija, entre dos íconos del cine y teatro musical justo cuando una iba en ascenso y la otra decaía, hubiera sido un golpe a la cátedra, pero el director decide obviar la arista y privarnos de algo que hubiera resultado espectacular, manifestando una evidente falta de riesgo. A nivel técnico y artístico no hay nada sorprendente y la película sigue un esquema de manual.

Al final, el libreto que buscaba llegar a la profundidad de la famosa actriz no se atreve a entrar en sus vísceras, dejando solamente un retrato simbólico a cargo de una Renée Zellweger que se enfrenta correctamente al desafío: sus ojos se arrugan, su caminar y postura transmiten hábilmente la sensación de alguien que solo tiene 47 años pero que se siente mayor, a la cual el escenario rejuvenece solo por la emoción de estar ahí. 

La escena final se ha visto hasta el hartazgo, pero era la única forma válida para resumir esta Judy: un homenaje a quien dio su vida por una pasión, a un costo muy alto. Finalmente, Garland no podía esperar un milagro y Zellweger así lo entiende, posicionando el sentido del espectáculo que Judy abrazó y cuya carga era, también, la única fuerza que podía impulsarla a seguir, no sin una importante tristeza invisible de por medio.

Seguramente toda esta puesta en escena y valor de la interpretación serán premiadas con un Oscar para Renée. Premio que quizás podría sentirse como una revancha de su personaje, algo que la industria a la que le entregó todo nunca le otorgó por un rol*.

 

*Judy Garland ganó un Oscar a la Mejor Estrella Juvenil y no debido a un rol en una película.

 

Título original: Judy. Dirección: Rupert Goold. Guion: Tom Edge. Fotografía: Ole Bratt Birkeland. Montaje: Melanie Ann Oliver. Reparto: Renée Zellweger, Finn Wittrock, Jessie Buckley, Rufus Sewell, Darci Shaw, Richard Cordery, Bella Ramsey, Royce Pierreson, Andy Nyman, Daniel Cerqueira, Arthur McBain, John Dagleish , Gemma-Leah Devereux, Michael Gambon. País: Estados Unidos, Reino Unido. Año: 2019. Duración: 118 min.