Julio llega en Abril (Matías Sánchez, 2014)

El título de esta comedia alude a la época de cosecha de la cannabis, y en el argumento concuerda con que el protagonista, Julio, debe viajar a Estados Unidos por seis meses, regresando a Chile en el mes más esperado por los consumidores de marihuana, y debe dejar a su perro a cargo de alguien, puesto que no puede viajar con su mascota. Así, Julio intenta -infructuosamente- convencer a sus amigos de que se queden a cargo de su perro Manuel, consiguiendo únicamente que le cuiden sus plantas. Cuando ya no queda ningún amigo disponible, su último recurso es una chica con la que tuvo un affair, la que accede a cuidar a su amigo canino. Sin embargo, no sería la mejor solución, pues durante la larga ausencia de Julio, Manuel se pierde.

 

En un primer nivel de análisis, resulta interesante reflexionar sobre la expectativa que generan los datos a los que podemos acceder antes de ver una película, especialmente cuando se trata de un director desconocido, y/o de una avant premier de cine independiente. En este sentido, quizás el principal defecto y virtud de esta cinta, radica en la denominación de “primera película pro cannabis” que “critica las políticas de drogas vigentes” en Chile, con las que se ha promocionado equivocadamente la ópera prima de Matías Sánchez.

Defecto, ya que nos genera una expectativa que la película no logra superar, ni siquiera acercarse, respecto a la construcción de un discurso audiovisual contundente que critique la política gubernamental vigente sobre la venta, cultivo y uso de cannabis en Chile. Es una comedia simpática, cuyo marco referencial consiste en personajes consumidores y cultivadores de dicha planta, en un país en que sólo el consumo personal no se encuentra penado por la ley. En consecuencia, no logra proponer una postura crítica, ya que sólo nos muestra esta visión de la subcultura del cultivo y consumo de cannabis, en que vemos plantas, personas que consumen, pero sólo como parte de la escenografía.

En este orden de ideas, tampoco puede pensarse que la maqueteada participación de las figuras públicas que participan en el filme (un poco natural Nelson Ávila, y una forzada Ana María Gazmuri), logran imprimir este sello crítico sobre la regulación del cultivo y consumo de marihuana, ya que al repetir un casi idéntico discurso, de una forma muy publicitaria, dan la sensación de que no tienen un cabal convencimiento de lo que se intenta transmitir, y los diálogos en estas escenas resultan rígidos.

No obstante, la mencionada promoción -a mi juicio errónea-, tiene la virtud de inducirnos a pensar en que presenciaremos un desastroso celuloide pro drogas, panfletario y de poco valor cinematográfico, pero no es así. Si bien la película se va desgastando a medida que pasan los minutos, y se incorporan los cameos poco afortunados ya citados, no intenta “vendernos” un discurso político, ni tampoco nos invita a compartir un estilo de vida en particular, o argumentar que el consumo es algo que todos debiesen imitar, lo que se agradece tratándose de una película financiada por movimientos que promueven la cultura libertaria de escoger lo que queremos consumir, y en este aspecto, han sido consecuentes.

Si bien se trata de una historia sencilla, el guión es efectivo durante la primera media hora, y luego se pierde en situaciones un tanto absurdas y bastante predecibles. Otra falencia del mismo, consiste en que el argumento desarrolla muy tangencialmente la caracterización de sus personajes, excepto en el caso del protagonista, a través del cual, más que el tema de la droga, pone en el tapete la tenencia responsable de mascotas.

 

En ese sentido, Julio podrá ser una persona que vive fuera de los cánones sociales tradicionales, pero sabe perfectamente que es responsable de la vida de su perro, y aún cuando debe viajar, no puede abandonarlo sin dejar a alguien a su cargo, porque tal como dice, Manuel es importante, es su amigo, es su perro.

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Sin duda, el gran acierto de Sánchez es utilizar la intermedialidad y jugar con los “rollos” del personaje a través de la animación, que si bien se ajusta a lo que realiza un director cuando da sus primeros pasos en el medio, le imprime identidad a la cinta en una de las escenas más graciosas del filme. Lamentablemente, las escenas extremadamente largas para intentar decir algo que ya tiene claro el espectador y el desenlace predecible hacen que, siendo una comedia que consigue sacar carcajadas al espectador, y con una dosis de música original que refresca los oídos, no logra mantener el interés en los minutos finales.

Marcela Valenzuela