Juventud (2): Sonrisas y lágrimas

Curioso el caso de Federico Fellini. Nadie podría negar el estatus canónico que ha adquirido su obra, en especial desde que su cine se vio imbuido por la imaginación desbordada en juegos de múltiples asociaciones y metáforas desaforadas, encontrando en ellas unas potenciales que muchos han tomado como escuela de formación para sus propias preocupaciones. Algunos han rescatado lo mejor de su legado, ese espíritu libre, lúdico, excesivo, que no se amedrenta en ingresar en zonas oscuras de la memoria (lo mejor de la obra de Scorsese, Gilliam, Ruiz y Lynch, por citar a algunos); otros han digerido lo peor del maestro italiano (el peor Woody Allen, Tim Burton, Ken Russell y un largo etc.), vale decir, pasar gato por liebre al mostrarnos historias densas, embrolladas, autorreferenciales, saturadas de confusión y falsos descubrimientos visuales, todo como coartada a su falta de buenas ideas.

Paolo Sorrentino no será muy original, pero tiene un talento único por ver claramente qué rescatar de Fellini y qué descartar de él. Como lo demostró en La gran belleza y ahora en Juventud, lo que Sorrentino ha hecho en sus dos ultimas películas es montarse sobre las bases argumentales de clásicos como La Dolce Vita y y, desde ellas, proyectar ciertas inquietudes personales que sirven como revelaciones de un estado difuso, incómodo, un tanto inasible y paradójico, característico de nuestra época. De esas obras referenciales de Fellini, Sorrentino rescata esa capacidad de retratar una capa social en descomposición, un ritmo y ciertos movimientos de cámaras cadenciosos, plásticos, que se acercan a los personajes como objetos que deambulan sin punto de referencia fijo, obras de arte en movimiento, cristalizados en sus disfunciones, manipulaciones y delirios.

Juventud es la historia de Fred Ballinger (Michael Caine), un retirado director de orquesta y compositor de cierto renombre. Es un personaje que carga con culpas lejanas y cicatrices indefinibles. Pareciera ser agresivo o arisco, pero más bien impera en él un estado de indiferencia hacia la vida. Junto a su amigo Mick Boyle (Harvey Keitel), un cineasta que busca terminar el guion de su última gran película, se encuentran en un resort europeo de lujo, provisto de todas las comodidades. Sorrentino filma las sesiones de masaje, las largas filas de personas ingresando a las saunas, los salones de té y comida, los números musicales que ocurren en los exteriores nocturnos del hotel como territorios impregnados de cierta candidez artificiosa. Allí, en ese hotel que más parece un sanatorio, Fred y Mick se encontrarán con diversos personajes disfuncionales, cada uno cargando con heridas personales, cada uno buscando escapar del hormiguero de la sociedad capitalista. Los encuentros que se irán suscitando fruto del azar o el interés mutuo funcionarán como espacios en los cuales los diferentes protagonistas verán cuestionados la imagen que tenían de sí mismos. La llegada de la hija de Fred (Rachel Weisz) saca a flote recuerdos que parecían enterrados en el olvido. El encuentro con un famoso actor de blockbusters (Paul Dano) y una reciente Miss Universo (Madalina Diana Ghenea) se convierte en una sarcástica lección sobre la estrechez de los prejuicios. En las praderas y los pasillos del resort se cruzan un lama tibetano, una prostituta y un ex futbolista de fama mundial. Es el prodigio de la fauna humana, filmada desde la extrañeza de una cámara que admira y repudia a sus personajes, que pone en evidencia la sordidez y la misericordia por esos seres que buscan escapar de la vida, dilatando la prórroga que terminará en el encuentro con sus propias miserias.

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Juventud abraza los contornos básicos y generales del de Fellini. Pero Sorrentino prescinde del costado más sobregirado, neurótico y enfermo de las fantasías fellinescas. Aquí el erotismo de las imágenes es sutil, voluptuoso, pagano, ajeno a toda culpa o engaño. El montaje, en oposición a Fellini, esta articulado no en base a la manipulación de una puesta en escena brillante, claustrofóbica y demente. No, aquí hay un tono elegíaco y algo desolador pero alternado con ráfagas de hilaridad y decadencia reflexiva. ¿Cuál es, en definitiva, el tema de Juventud? Pareciera ser la apertura de la mente juvenil, adolescente, en oposición a la cerradura de la vejez que se acerca a la muerte. Pero tal vez sea más preciso decir que es una reflexión sobre la voluntad de aceptar que de la aparente armonía se abren grietas por donde aflora el patetismo del absurdo, y cómo de esas mismas rupturas traumáticas -fuerzas oscuras que nadie domina- se abren brisas de comicidad. Una distancia conmovedora que sirva de consuelo ante el misterio de la soledad absoluta. En un momento del metraje, Paolo Sorrentino pareciera estar hablando en el personaje de Paul Dano: “Debo elegir qué contar. Debo elegir qué vale la pena contar: el horror o el deseo. Y elijo el deseo. Quiero relatar tu deseo, mi deseo. Tan puro, tan imposible, tan inmoral, pero no importa, porque es lo que nos hace estar vivos”.

Marco Antonio Allende

Nota comentarista: 8/10

Título original: La Giovinezza. Dirección: Paolo Sorrentino. Guión: Paolo Sorrentino. Fotografía: Luca Bigazzi. Montaje: Cristiano Travaglioli. Reparto: Michael Caine, Harvey Keitel, Rachel Weisz, Paul Dano, Ed Stoppard, Jane Fonda, Madalina Diana Ghenea, Roly Serrano. País: Italia. Año: 2015. Duración: 123 mins.