La cabaña del terror (The cabin in the woods, 2011)

Por más que el título, las imágenes promocionales, ciertas locaciones y escenas remitan aun enorme grupo de cintas del género de terror que rellenaron las tiendas de video hasta bien entrados los años 90, nos encontramos ante una película que se sentiría más cómoda en la parte que nadie visitaba de la misma tienda: un lugar donde se mezclan películas francesas de los 60, cine mudo y las británicas versiones de los cuentos clásicos de horror según la productora Hammer. Esto es porque tenemos entre manos un híbrido extraño, una mezcla de los elementos conocidos y sobre-explotados del cine de terror de manera auto-referencial (de alguna manera parecido a lo hecho en la serie Scream de Wes Craven) pero con el análisis crítico y antropológico-cinéfilo de un ensayo escrito por aquellos grandes hombres y mujeres de la tan conocida y a veces incomprensible Cinefilia Crítica Internacional.

Aunque no exactamente revolucionario ni mucho menos original en su tratamiento, The Cabin in the Woods tiene en su interior mucho más que é afán de ser la última experiencia en películas autorreferenciales que viene a ‘cambiar el género’ cada cinco o seis años, sino que pretende tener un mensaje y teoría acerca del quehacer fílmico, tanto desde el proceso de casting, realización, montaje, exhibición y recepción (tanto por parte de la audiencia como de la crítica especializada) de las películas de terror que se hicieron en su momento y que se hacen en estos días.

Una de las constantes referencias veladas, hechas a través de los diálogos de los diversos personajes, es al acto de ver cine, o en este caso, el de ver violencia terrorífica publicada como un espectáculo, el cual es apetecido y a la vez aplaudido por ciertos sectores (mayoritarios) de la audiencia. Tal como lo hace Michael Haneke, haciéndonos la constante pregunta acerca de la aceptación de esta violencia en nuestras vidas, The Cabin in the Woods hace la misma pregunta a los fanáticos del cine de terror: por qué estás dispuesto a recibir siempre la misma basura ultra violentista cuando es posible tener mucho más.

La mención a Haneke acá no se atiene al análisis de la cinta, sino que forma parte de la misma, ya que la primera referencia cinematográfica que hace la cinta es cuando se muestra el título de la película acompañado por música violenta y estruendosa en un contexto que no viene al caso, todo esto sobre un plano de dos personas sentadas en un vehículo, tal como se hizo en las dos versiones de Funny Games  del director austriaco.

Aunque durante muchas escenas de la película la experiencia se puede convertir en un juego de ‘reconozca la referencia’, sobre todo en sus últimos veinte minutos, esto no significa que su único carácter autorreferente sea el del pastiche, como el que realiza Quentin Tarantino, sino un recurso fílmico-idiomático que da a conocer las debilidades del género de terror, específicamente las constantes referencias a clásicos y los remakes que saturan el mercado, extrañamente atenidos a este específico género, usando ese escenario familiar de las cintas que le precedieron para poder hablar de las fallas de las misma.

La cinta se inserta en esta crítica al crear un mundo en el cual existen unos dioses antiguos que piden sacrificios, los cuales son llevados a cabo en varios países del mundo, entre ellos Estados Unidos. Los encargados del suplicio (Richard Jenkins y Bradley Whittford, rostros familiares) deben poner en escena un ritual, el cual debe ser seguido a la perfección, ese ritual es lo que nosotros consideraríamos el cliché: son cinco sacrificios (cinco arquetipos clásicos del cine de terror estadounidense: el galán, el loco, la puta, el intelectual y la virgen) que deben transgredir ciertas barreras a fin de que sean castigados con la muerte visceral y violenta por parte de criaturas que se atañen a distintas cintas de terror de todos los tiempos, partiendo por clásicos zombies y hombres lobo, pasando por payasos asesinos, robots con sierras y llegando a la más nueva (y extraña/innecesaria) referencia a los asesinos anónimos de The Strangers (2006).

La película se traslada constantemente entre lo que viven los cinco protagonistas en esta cabaña y a lo que sucede debajo de ellos, en una base futurista donde tienen todo monitoreado y controlado, incluyendo los cambios de humor y el ambiente donde ocurrirán los descuartizamientos. Estos dos encargados, que vienen a cumplir el rol de “directores”, cambian las actitudes de los sacrificados, haciéndolos más tontos o menos perspicaces a fin de que tomen aquellas malísimas decisiones que siempre vemos a los protagonistas de malas películas de terror tomar.

Hay una escena clave para entender toda la perspectiva de la cinta acerca de lo que se está haciendo con los sacrificios, y lo que nos da la idea de que en este mundo las películas de terror se basan en las grabaciones de estos sacrificios anuales, esto se hace explícito cuando los dos directores quieren que la que representa el estereotipo de “la puta” se quite el sostén y muestre todo a la pantalla con la que monitorean lo que sucede. Ellos mismos dicen que no son los únicos viendo esto y que hay que mantener feliz al espectador.

Clásicas son las sesiones de fanáticos de terror que se juntan a ver películas sólo para llevar una cuenta de cuántas mujeres se desnudan en estas, para finalmente darse cuenta que si un personaje se saca la ropa, lo más probable es que tenga una muerte muy desagradable, como ocurre en The Cabin in the Woods.  Esta no es una cinta que viene a desmitificar ni a romper con los clichés, sino que los usa y explicita  para refregarlos en tu cara, decirte que eso es lo que has estado recibiendo desde los años 80 y que tu impavidez es la que impide que el género no sea tomado en serio.

Los dioses que pedimos el sacrificio somos nosotros, nos gusta ver a esta gente sufrir, morir bajo las manos de asesinos, zombies, arañas, serpientes, gusanos… y parece que sería necesario que nosotros mismos nos rebeláramos, criticáramos como si fuéramos dioses insatisfechos con el sacrificio entregado, y destruyéramos todo a nuestro paso, incluyendo convenciones.

El hecho que la cinta abogue por eso y que al mismo tiempo pueda regodearse en las mismas diversiones que implica el seguir los clichés la hace compleja, entretenida, entrañable y muy disfrutable, sobre todo para los que siempre buscan algo más allá en la teoría cinematográfica del cine de terror.