La madre del blues: Conflictos en ebullición

Son varios los elementos que entran en juego en el desarrollo de esta obra, como la violencia, la sexualidad, las jerarquías de poder y la relación entre arte y mercado, pero una de las dimensiones más importantes de La madre del blues está vinculada al componente racial de la sociedad estadounidense. Ya desde los primeros minutos la película enfatiza ese aspecto del relato, al mostrar a dos hombres de raza negra corriendo por un bosque de noche, como si estuviesen escapando de algo. La impresión inicial es alterada segundos después, cuando la cinta nos muestra que en realidad querían apurarse para ver uno de los shows de la protagonista, cuya carrera tuvo un especial éxito en los estados del sur de ese país. El propio género musical que la hizo conocida tiene una conexión imborrable con la historia de esa zona, ya que surgió de las canciones que los esclavos crearon décadas atrás.  

Aun sin conocer los orígenes de la película La madre del blues, es posible intuir que estamos ante la adaptación de una obra de teatro. El número limitado de locaciones, el grupo reducido de personajes, la predominancia de diálogos y hasta de monólogos, nos indican que esta historia fue pensada primero para ser representada sobre un escenario. Trasladar ese tipo de trabajos a la pantalla grande puede ser complicado, ya que los principios que rigen al material de origen no siempre se adecuan al nuevo medio, que a veces parece funcionar en base a un lenguaje ajeno. Pero incluso si notamos algunos de esos detalles en esta cinta, los aciertos que logra son más meritorios.

La obra fue escrita por el dramaturgo August Wilson y forma parte de una serie de diez trabajos con los que intentó retratar las vivencias de los afroamericanos a lo largo del siglo XX, asociando cada una de esas historias a una década en particular. En el caso de esta obra, que fue estrenada originalmente en 1982, la década en cuestión corresponde a los años 20, una época que vio un importante crecimiento en las ciudades con la llegada de personas provenientes del campo. Producida por Denzel Washington, estamos ante la segunda adaptación que hace de las obras de Wilson, un proceso que el actor había iniciado con la cinta Fences (2016), la que protagonizó y dirigió. Acá, el rol protagónico recae en Viola Davis, que también había actuado en ese trabajo, mientras que la dirección estuvo a cargo de George C. Wolfe, quien posee una larga trayectoria teatral.

El relato transcurre en la ciudad de Chicago, en 1927, donde la famosa cantante Ma Rainey (Viola Davis), apodada “la madre del blues”, se dedica a grabar sus temas para participar de la creciente industria discográfica. La artista, sin embargo, se muestra algo reticente con dejar sus grabaciones bajo el poder de otras personas, específicamente su representante Irvin (Jeremy Shamos) y el productor Mel Sturdyvant (Jonny Coyne), una cuestión que refleja en su comportamiento, a través de una actitud dominante, hasta caprichosa, frente al resto. Rainey es acompañada al estudio de grabación por su sobrino Sylvester (Dusan Brown), quien por órdenes de la cantante se encargará de hacer la presentación de uno de los temas, pese a que es tartamudo, y por Dussie Mae (Taylour Paige), la joven y atractiva pareja de la artista.

En ese lugar la espera su banda, compuesta por Levee Green (Chadwick Boseman) en la trompeta, Toledo (Glynn Turman) en el piano, Cutler (Colman Domingo) en el trombón y Slow Drag (Michael Potts) en el bajo. Lo que debía ser un proceso sencillo se ve dificultado por el choque de personalidades que se produce entre Rainey y Levee, cuyas aspiraciones profesionales lo llevan a cuestionar un estilo musical que considera algo anticuado, poco conectado con los ritmos populares de aquel entonces. El músico se inclina por un sonido más movido, que le permita bailar a las personas, y sus planes a futuro consisten en liderar su propio grupo. Como en 12 Angry Men (1957) de Sidney Lumet -otra película cuyas raíces están en los escenarios-, el calor se convierte en un factor importante dentro de la trama, que se extiende a lo largo de un solo día, casi exclusivamente en una única locación, agitando los ánimos de los personajes y propiciando el conflicto que estalla entre ellos.

A pesar de que ven el mundo de maneras distintas, el punto de partida de Rainey y Levee es el mismo: el pasado. Para la cantante, sus experiencias en la industria del espectáculo le enseñaron que debe proteger aquello que construyó, ya que en cada paso puede encontrar a alguien que pretenda apropiarse de sus logros. Las vivencias familiares del trompetista, en cambio, lo llevan a huir de los traumas de la infancia, de apostar todo lo que tiene por diseñar su propio camino, uno donde la fama y la exuberancia son sus principales objetivos. Es, en definitiva, la edad o la distancia generacional entre ambos lo que termina separándolos, adoptando en uno y otro caso una visión vigilante o iconoclasta del porvenir.

Son varios los elementos que entran en juego en el desarrollo de esta obra, como la violencia, la sexualidad, las jerarquías de poder y la relación entre arte y mercado, pero una de las dimensiones más importantes de La madre del blues está vinculada al componente racial de la sociedad estadounidense. Ya desde los primeros minutos la película enfatiza ese aspecto del relato, al mostrar a dos hombres de raza negra corriendo por un bosque de noche, como si estuviesen escapando de algo. La impresión inicial es alterada segundos después, cuando la cinta nos muestra que en realidad querían apurarse para ver uno de los shows de la protagonista, cuya carrera tuvo un especial éxito en los estados del sur de ese país. El propio género musical que la hizo conocida tiene una conexión imborrable con la historia de esa zona, ya que surgió de las canciones que los esclavos crearon décadas atrás.

Las cuestiones vinculadas con la raza atraviesan toda la obra, y determinan también la forma en que los personajes se relacionan entre sí. Están en el dolor que debe cargar Levee, en cómo se desenvolvió la carrera de Rainey, en las reflexiones de Toledo y en las motivaciones empresariales de Sturdyvant. Esto da paso a una tensión subterránea, que se siente a lo largo del metraje, esperando el momento adecuado para salir a la superficie. Dentro de la estructura económica y social en la que se desenvuelve la película, que se basa también en el color de la piel de los individuos, los personajes se esfuerzan por mantener o modificar esas fuerzas en acción, un ejercicio donde la primera de las opciones parece más sencilla.

Aunque esta adaptación no consiste simplemente en instalar una cámara frente a un escenario teatral, los esfuerzos de Wolfe por darle un aire más cinematográfico no llegan al nivel de un director como Lumet. Salvo contadas ocasiones, las composiciones de los planos no destacan demasiado ni aprovechan del todo las posibilidades que entrega el lenguaje del cine. En tanto, el aire medio artificioso que transmite el diseño de producción, sobre todo en las escenas exteriores, nos recuerda de manera recurrente que estamos ante un conjunto de decorados. Es el poder de las actuaciones de su elenco lo que nos hace creer que estamos ante situaciones dotadas de vida y nos sumerge en la ilusión que quiere transmitir.

Davis, como es habitual, llena cada escena con una presencia magnética, la que incluso llega a ser intimidante debido al carácter de su personaje. Su apariencia estrafalaria, con los dientes de oro y el maquillaje corrido por el sudor, le otorga a Rainey un aura desafiante, como si actuara según sus propias reglas. La labor de Boseman, por su parte, consiste en invocar una imagen tan carismática como oportunista, en el que su amplia sonrisa puede servir como una invitación o como una advertencia de peligro. La cantante no necesita hablar mucho para hacerse entender, mientras que el trompetista ocupa las palabras como una herramienta para arrastrarse hacia sus presas. Verlos habitar sus personajes es impresionante y, gracias a los momentos que el guion de Ruben Santiago-Hudson les entrega para brillar, podemos apreciar ese trabajo en todo su esplendor.

Debido a su marco narrativo tan delimitado, La madre del blues se asemeja a una olla a presión en la que se cocinan diferentes ingredientes y la temperatura va mezclando sus sabores. Es un relato compacto pero potente, cuyas piezas apuntan a ideas generales que permiten ocupar esta obra como punto de partida para una discusión más amplia.

Título original: Ma Rainey's Black Bottom. Dirección: George C. Wolfe. Guion: Ruben Santiago-Hudson (Obra: August Wilson). Fotografía: Tobias A. Schliessler. Música: Branford Marsalis. Reparto: Viola Davis, Chadwick Boseman, Glynn Turman, Colman Domingo, Joshua Harto, Taylour Paige, Jonny Coyne, Jeremy Shamos, Michael Potts, Scott Matheny, Dusan Brown, Phil Nardozzi, Daniel Johnson. País: Estados Unidos. Año: 2020. Duración: 94 min.