Malcolm & Marie: Disección de lo íntimo y lo personal
El valor artístico y narrativo del film sobrepasa cualquier expectativa de lucro o mediática, y trasciende como una hazaña cinematográfica, en cuanto a través de una sola acción, una única relación, un sólo escenario y un único momento temporal logra condensar y problematizar, principalmente a través del diálogo, el hecho de que inevitablemente lo personal es político.
De manera desprevenida la obra, en principio, puede presentarse al espectador como una fórmula que seduce, a través de su casting y método de producción, el cual destaca por su presteza al haber sido escrita en seis días y filmada en dos semanas, así como por ofrecer una respuesta recursiva a un momento difícil de la industria después de que Sam Levinson junto a Zendaya Maree decidieran crear una historia que pudiera grabarse sin inconvenientes durante cuarentena.
No obstante, el valor artístico y narrativo del film sobrepasa cualquier expectativa de lucro o mediática y trasciende como una hazaña cinematográfica, en cuanto a través de una sola acción, una única relación, un sólo escenario y un único momento temporal logra condensar y problematizar, principalmente a través del diálogo -haciendo uso del texto y del paratexto-, el hecho de que inevitablemente lo personal es político.
La película comienza con la imagen de la casa vista desde afuera, mientras Malcolm y Marie llegan en coche después del estreno de la ópera prima de Malcolm. Desde el inicio puede sentirse entre los personajes cierta disonancia en su compenetración como pareja, lo que poco después, conforme se revelará, surge de la molestia de Marie por haber olvidado Malcolm nombrarla en los agradecimientos de la película a pesar de haber agradecido a más de un centenar de personas. Esta discusión constituye el sustrato de la integridad de la trama que se desarrollará en una sola noche, mientras somos testigos de una cruel y detallada anatomía de su relación, roles, profesiones, aspiraciones, creencias políticas y personales en tanto apreciamos, desde cada óptica, cómo debería ser o no el “amor” y el “cine” que en la obra se presuponen de forma orgánica e inseparable.
El guión, a medida que avanza la película, nos permite no sólo entender íntegramente la psicología de los personajes y la profundidad del contexto, sino que nos incentiva a juzgarnos como amantes, mujeres u hombres en igual medida que como realizadores audiovisuales y críticos, a partir de una constante intertextualidad (siendo ésta el meollo de la estructura del relato) soportada por la realidad de nuestras experiencias románticas y domésticas, al tiempo que utiliza el cine como referente para brindar realismo a su denso contenido narrativo, que presenta como un “pretexto” para abordar la relación, a pesar y en virtud a la natural rémora de tensión del vínculo.
Esta mirada intimista y cinematográfica se construye a partir de varios elementos como el protagonismo del blanco y negro no sólo en la evidente elección de su colorización sino en el sentido más amplio y abstracto desde el cuál el discurso siempre se compone de una dualidad enfrentada en la que los opuestos: hombre y mujer, negros y blancos, exterior e interior, sentimentalismo y racionalidad, objetividad y subjetividad- luchan por encontrar su prevalencia y sobreponer sus intenciones, aun a costa del otro. Asimismo, a manera de un combate pugilístico, el diálogo se reparte en “asaltos” en los que el personaje que tiene la palabra se convierte en el dueño del espacio y se mueve con libertad y expresividad mientras el otro permanece acorralado, en un estado de quietud y escucha. Esto permite que el escenario en realidad desaparezca en gran medida ante nuestros ojos dado que lo que demarca nuestra mirada es el movimiento de la cámara y el de los personajes, quienes logran hacer del cuerpo parte fundamental de la discusión, en tanto, lo propio y el otro se convierten terreno invadible y conquistable a través de la argumentación y del poder como un binomio sostenido en el más preclaro dramatismo y sincretismo.
En resumen, este metarrelato, co-protagónico, nos conduce por una serie de continuas autorreferencias en las que Sam Levinson toma la voz de Malcolm, no sólo para realizar la introspección de sus facetas amorosas, interpersonales y domésticas, sino que aborda sus aspiraciones cinematográficas en tanto demanda que el cine “Tiene que tener corazón y electricidad”, además de exigir con vehemencia que la identidad del director no se exponga como una limitante al espectador para ver más allá de las razones que puedan parecer obvias o socialmente convenientes en las películas sino que se arriesguen a percibir, sin ambages, el inconsciente del director que es, al fin y al cabo, la parte más interesante de una película, puesto que, como dice Malcolm: “Recrear la realidad no es lo interesante, sino tu interpretación de la realidad; lo que sientes, expresas y revelas. La perspectiva, tú perspectiva”.
Y es justo ese carácter indescifrable y misterioso de la identidad, esto es, lo íntimo y lo personal, lo que permite que Levinson aborde con realismo el lenguaje obsesivo y ofensivo, pero también indulgente y pasional, del amor no sólo de pareja sino profesional, en cuanto vocación. Así, somos conducidos a un final que visualmente puede interpretarse como un negativo de la escena inicial -puesto que a manera de epilogo observamos a Malcolm y Marie fuera de casa, pero esta vez con la claridad del día- donde comenzamos a entender que es necesario un oído muy fino para percibir lo específico del discurso del otro; que la palabra ajena introduce un sentido nuevo y cómo -a pesar de parecer que entendemos por completo quienes somos, nuestras relaciones, a quién amamos- no obstante, no advertimos la mirada del mundo ni la realidad que transitamos sin más brújula que lo que sentimos, y que es de ahí de donde surgen todos nuestros aciertos y desaciertos en tanto amantes ciegos de la vida.
Título original: Malcolm & Marie. Dirección: Sam Levinson. Guion: Sam Levinson. Fotografía: Marcell Rév. Montaje: Julio C. Perez IV. Música: Labrinth. Reparto: Zendaya, John David Washington. País: Estados Unidos. Año: 2021. Duración: 106 min.