Matrix Resurrecciones: Una retícula transparente

La nueva apuesta contaba con terreno fértil para actualizar la trama que cautivó al mundo hace más de 20 años. ¿Cuál podría ser el horizonte de referencia para personajes como Neo y Trinity en un mundo codificado por la inmediatez de las redes sociales? ¿Sigue siendo el tono verdoso del cyberpunk, la lluvia constante y los abrigos negros la estrategia adecuada para retratar esta historia? La dificultad para distinguir lo verdadero de lo falso con el ascenso de las fake news, la dependencia a las pantallas que hoy existe, la proliferación de “autoimágenes residuales”, como las llama Morfeo en la primera película, “proyecciones mentales de tu ser digital” que hoy vemos en filtros de Instagram, son todos elementos explotables desde la ciencia ficción. ¿Hacia dónde caminó entonces el relato? 

Advertencia: este texto contiene spoilers.

 

Hacer una película sobre el control no se responde del mismo modo en 1999 que en el presente. Cuando la primera entrega de Matrix vio la luz hacia el cierre del milenio, su metáfora funcionaba de manera perfecta, elocuente. Una distopía sobre la dominación de la humanidad por una raza de máquinas que solo nos utilizan como fuente de energía, que reflexionaba sobre el destino, el azar y el libre albedrío. Lo hacía además en una trama de acción, de emancipación contra un ente totalitario, con una revolucionaria puesta en escena y una estética atrapante. No fue extraño que la cinta fuera un rotundo éxito de taquilla, triunfara en los Oscars (fundamentalmente en categorías técnicas) y tuviera un extenso eco en la crítica de cine, los estudios culturales, la filosofía, el psicoanálisis, entre otros campos. La segunda y tercera entrega de la saga se estrenaron algunos años después, generando altas expectativas, pero quedando algo cortas en su ejecución. Abusaron de efectos visuales poco orgánicos y viraron el eje narrativo hacia la acción desenfrenada y lo bélico como marco para el desenlace de una historia épica. Toda la potencia conceptual que traía la primera se vio resumida a unas cuantas escenas recargadas de un diálogo acelerado y difícil de seguir. Ahora, a casi dos décadas del cierre de la trilogía y con un mundo muy distinto desde lo tecnológico, lo político y lo comunicacional, emerge una cuarta película, Matrix Resurrecciones, levantando otra vez expectativas e interrogantes. 

La nueva apuesta contaba con terreno fértil para actualizar la trama que cautivó al mundo hace más de 20 años. ¿Cuál podría ser el horizonte de referencia para personajes como Neo y Trinity en un mundo codificado por la inmediatez de las redes sociales? ¿Sigue siendo el tono verdoso del cyberpunk, la lluvia constante y los abrigos negros la estrategia adecuada para retratar esta historia? La dificultad para distinguir lo verdadero de lo falso con el ascenso de las fake news, la dependencia a las pantallas que hoy existe, la proliferación de “autoimágenes residuales”, como las llama Morfeo en la primera película, “proyecciones mentales de tu ser digital” que hoy vemos en filtros de Instagram, son todos elementos explotables desde la ciencia ficción. ¿Hacia dónde caminó entonces el relato? 

La película comienza desde un punto interesante: Thomas Anderson (Keanu Reeves) es un famoso programador de videojuegos que pasa por una crisis creativa y personal. El éxito de su popular trilogía de juegos “The Matrix” no se condice con una vida vacía, presiones de sus superiores para seguir programando y la distancia que siente con una mujer llamada Tiffany (Carrie-Anne Moss), de quien parece estar por alguna razón amarrado, y habría sido la inspiración para crear al personaje de Trinity en su juego. Este inicio da lugar a un momento de duda. ¿Fue todo lo que conocimos una fabulación? ¿Una proyección de un hombre con una deteriorada salud mental que no distingue su imaginación del mundo real? Los antecedentes formulados por la franquicia permiten la especulación, aunque sabemos que tarde o temprano el espejo se quebrará. Y en efecto, cuando Thomas comienza a dudar de lo que lo rodea, una joven hacker llamada Bugs (Jessica Henwick) se presenta ante él así como lo hizo Trinity muchos años atrás, para desenmascarar este mundo de sombras y empujarlo, una vez más, hacia el desierto de lo real.

Neo vuelve a despertar para descubrir que han pasado 60 años desde que terminó la guerra, que por una misteriosa razón -aclarada más adelante en la cinta- no solo él sino que Trinity ha sobrevivido y ambos fueron reconectados a una nueva Matrix. Asimismo, la humanidad ha fundado una ciudad llamada Io, liderada por una de las líderes de la guerra anterior, Niobe (Jada Pinckett Smith), en donde se crea una comunión con máquinas desertoras, mejorando la calidad de vida de los sobrevivientes, pero donde ya no se liberan más mentes atrapadas, aquellas que necesitan las máquinas para subsistir y preservar la tregua. Dada la sospecha de que Trinity puede seguir con vida, Neo se compromete a intentar liberarla, con la ayuda de Busgs y su tripulación, ante el riesgo de que ella no quiera perder su nueva vida.

Acá comienza uno de los principales problemas, en la medida que la trama se direcciona con demasiada fuerza a la relación entre Neo y Trinity, y la posibilidad de su escape, dejando muchos otros temas solo tocados en la superficie. En estricto rigor, los problemas comienzan antes, en el segmento demasiado extenso sobre la mascarada en la que vive Neo cautivo otra vez de la Matrix. La capacidad de reírse de sí misma y su lugar en la cultura pop es atractiva, y se aleja de recientes enfoques demasiado cargados a la nostalgia. Pero de todas formas es limitado el aporte de la secuencia. Se les entrega mucho minutaje a personajes irritantes, innecesarios para comprender el hastío del protagonista, y demasiado poco a un rasgo de suyo llamativo: en el fondo de su mente, Neo sabe que algo anda mal, por lo que inconscientemente introduce una especie de virus en los programas que trabaja, una suerte de nuevo Morfeo (Yahya Abdul-Mateen II), que será clave para su liberación. Este personaje -también algo exagerado en su interpretación-, al igual que otros secundarios, termina siendo desaprovechado, y malgastada la oportunidad por otorgar más luces sobre qué había sido del mundo tantos años después de que lo dejamos.

Como bien explica Slavoj Žižek en su ácida reseña a la película, un rasgo atractivo de la propuesta es el reemplazo de la figura del Arquitecto por el del Analista (Neil Patrick Harris), el terapeuta de Thomas al interior de la Matrix. Se trata de una entidad que comprende la dominación desde otra arista, ya no desde el sufrimiento opresivo de las primeras películas, sino más bien del descubrimiento de que las emociones intensas generan mayor energía, y por tanto son más útiles para las máquinas, a la vez que reducen el cuestionamiento de su realidad por parte de los cautivos. En este paradigma puede encontrarse el núcleo de la actualización que mencionamos arriba, en donde estímulos externos, seguridad y comodidad no hagan solo olvidar el grillete, sino que hasta desearlo. No obstante, esta propuesta no termina de cuajar en la cinta en tanto que aquel “mundo feliz” no se percibe en ningún momento, la pregunta por si Trinity rechazará ser liberada no es tal, y en definitiva el Analista no pasa de ser una versión sádica y superficial del ente controlador (el mal chiste de porqué llama Tiffany a Trinity es prueba de ello).

Así como el mundo cambió entre la primera y esta cuarta película, también la trayectoria de Lana Wachowski ha tenido su respectiva progresión. Profundizando en una ciencia ficción con una mirada reflexiva en torno a la sociedad (con cintas como Cloud Atlas del 2012 o Jupiter Ascending del 2015), no ha podido regresar al nivel de refinamiento e impacto de su debut en la dirección con Matrix. Para Matrix Resurrecciones, se percibe una continuación en el trabajo desarrollado en la serie Sense 8, que pese a generar discusión también tuvo un final abrupto luego de su segunda temporada y un capítulo especial de cierre. Tanto el tono como la propuesta visual, así como la participación de gran parte del elenco de la serie tienen lugar aquí. Esto no es negativo en sí, no podríamos señalar que para narrar estos temas debamos anclarnos a una estética oscura o a un relato laberíntico y denso. Lo que se echa de menos es una coherencia más elocuente con los elementos presentados, en vez de regresos forzados (el agente Smith y el Merovingio son ejemplos nítidos) y la búsqueda de un humor intrascendente que corta las escenas como cuchillo sin filo.

Lana Wachowski ha realizado una importante labor como activista de los derechos trans, volviéndose una referente desde el cine para discursos inclusivos y antidiscriminación. En los últimos años el debate sobre la posibilidad de que Matrix fuese una alegoría de la transición de género tomó vuelo tanto en Internet como en la academia. En ese horizonte, otra expectativa giraba en torno a cómo el tema podía ser tratado en la nueva entrega. Si bien hay diversos guiños al respecto, es curioso que la progresión dramática esté anclada a los destinos de una pareja heterosexual, y que la nota más fuerte al respecto esté en cierto empoderamiento del personaje de Trinity, elemento que, como otros, no queda del todo resuelto. En definitiva, Matrix Resurrecciones se enreda con sus propios recursos, sobrepoblando la trama, tratando su temática de manera transparente y poco contundente. Ya no hay nada detrás de la lluvia digital, nada entre los bastidores de un mundo irreal de códigos verdes. En efecto, no se puede seguir hablando del control como se hacía en el cambio de milenio y la pregunta sigue abierta. Esta película no ofrece la respuesta. 

 

Título original: The Matrix Resurrections. Dirección: Lana Wachowski. Guion: Lana Wachowski, Aleksandar Hemon, David Mitchelli. Fotografía: John Toll, Daniele Massaccesi. Edición: Joseph Jett Sally. Música: Johnny Klimek, Tom Tykwer. Reparto: Keanu Reeves, Carrie-Anne Moss, Neil Patrick Harris, Jada Pinkett Smith, Yahya Abdul-Mateen II, Jessica Henwick, Priyanka Chopra, Ellen Hollman, Jonathan Groff, Brian J. Smith, Max Riemelt, Lambert Wilson, Andrew Caldwell. País: Estados Unidos. Año: 2021. Duración: 148 min.