Pérez: De la tabla a la pantalla

Álvaro Viguera dirige su primer largometraje, basado en la obra teatral Pérez. Película que narra la historia de un padre cuarentón y ausente que invita a su hija Roma a pasar junto a él y su joven polola un fin de semana lejos de la ciudad.

Pérez es un hombre de mediana edad que tiene alma de joven, su novia Marion, más joven que él, está nerviosa por la visita que esperan, desea causar buena impresión. En el inicio se juega un poco con quien puede ser el invitado tan esperado, hasta que aparece una menuda joven que es la hija de Pérez, aspecto que no se sabe con tanta certeza al comienzo, pero con el devenir de la película queda claro. La forma de relacionarse entre padre e hija es en absoluto convencional. Roma no es una joven fácil de llevar, tiene una actitud adolescente y aunque no lo es (al menos no lo parece), su manera de actuar parece todo el tiempo la de una muchacha de no más de dieciocho años. Así mismo la actitud del padre, nunca es tal, todo el tiempo parece ser un amigote que no sabe cómo lidiar con su responsabilidad y que está siempre más preocupado de caerle en gracia con chistes, que poco tienen de graciosos.

La película hereda todo de la obra de teatro, historia, elenco, diálogos, y como tal se sustenta en el discurso, la palabra guía la trama y lamentablemente muchas veces las características de los personajes se ven sobrepasadas por la verborrea incesante en la que se sitúan dentro de la historia, siendo más importante el relato y su coherencia dramática que la verosimilitud y sus implicancias emotivas.

Los diálogos son tan “perfectos” que hacen sospechar, y toda la clave “realista” en la que se instaura el film en términos cinematográficos se torna pobre, es “teatral” por donde se le mire, nunca se desmarca; artísticamente no hay un gran aporte al cambiar la obra de soporte, no se aprovechan del todo las herramientas fílmicas para potenciar el relato (y darle alguna vuelta de tuerca, que desmarque a la película de la obra teatral), que a ratos se torna redundante y pastoso. No basta con la escasa relación que han tenido a través del tiempo Pérez y Roma, tampoco es suficiente con los ataques de Roma a Marion. Otro elemento que incomoda un poco es ver a Antonia Santa María interpretar el papel de Roma, un personaje de una mujer tan joven, que en la clave realista en la que está instalado el film no se condice del todo, porque por más menuda y joven que se pueda ver la actriz está lejos de ser una jovenzuela de veinte años, y si bien en el teatro estás situaciones de edad pueden pasarse por alto porque la distancia entre las tablas y el espectador es mayor o la clave teatral permite convenciones o licencias que el cine no tolera muchas veces, en una película que se condice con el real es casi una aberración poner a alguien diez años mayor a interpretar un papel de alguien tan mozo, hubiese sido bueno darse el trabajo de casting y buscar la persona idónea para la versión fílmica de Pérez, eso le hubiese aportado frescura verdadera al personaje, que como tal, está tan armado que es abrumadora la capacidad que tiene de cuestionar todo, pareciese ser una estudiante de filosofía e historia y política (todo junto a la vez); sabe todo y responde con una locuacidad, perturbadoramente sospechosa.

En relación a las interpretaciones de los otros dos personajes, en sí son correctísimas, las emociones son medidas y logran alcanzar la empatía, más que nada el problema narrativo de Pérez atañe a la forma en la que se establece el desarrollo fílmico de la película que es muy somero, no basta con grabar la obra para transformarla en una película, no es suficiente con las buenas actuaciones; sino que es necesario un punto de vista, discurso (más allá de la verborrea), falta entender a cabalidad que el cine nunca ha querido ser teatro, por más que unos lo intenten una y otra vez; que el cine es más que narrativa.