Reinos: Etnografías de juventud

"Los pastos de Juan Gómez Millas" debe ser uno de los espacios de distensión universitaria más conocidos a nivel nacional. A diferencia de algunos bares oficiales aledaños a otras casas universitarias, los pastos tienen la particularidad de configurar un lugar en que se bebe (se fuma, se compran sustancias, etc) dentro de la misma universidad. Sin necesidad de pertenecer al campus, o incluso sin siquiera estudiar en la Universidad de Chile, el lugar es considerado como un posible sitio de carrete dentro del ambiente universitario. Es un territorio de estudio que ofrece también su reverso en el mismo espacio. La dualidad de esta zona configura, hasta cierta medida, la narración contenida en Reinos, primera película de Pelayo Lira.

El relato comienza con la llegada de Alejandro (Diego Boggioni) desde su casa en Rancagua al entorno universitario santiaguino. En el campus conoce a Sofía (Daniela Castillo), estudiante de último de año de Lingüística, con quien comienza a tener encuentros sexuales. A medida que estos se vuelven más regulares, y se toman buena parte de las escenas de la película, empiezan a ser entendidos de manera diferente para cada uno de los protagonistas. Alejandro pasa a desarrollar una actitud posesiva al darse cuenta de que Sofía no busca una relación estable, mientras que ella se dedicará a ignorarlo.

Lira establece varias diferencias para delimitar las asimetrías existentes entre Alejandro y Sofía. Ella conoce la capital, mientras que él viene recién llegando desde la provincia. Ella está terminando su carrera (con muy poco entusiasmo), mientras él se sumerge en el ambiente del carrete mechón. Él mantiene simpatías con la izquierda universitaria, mientras que ella se burla de cómo todavía mantienen la retórica sesentera en sus pancartas. Esta serie de diferencias sirve para reforzar la desigualdad principal que establece la narración: Sofía tiene más experiencia afectiva -y sexual-, por lo que Alejandro entra rápidamente en una lógica de maestra-aprendiz. Como en otros casos de coming-of-age, la exploración sexual es el vehículo de maduración para el personaje más ingenuo.

Esta serie de diferencias, además, marca una distancia que trasciende a la pareja protagónica. En los momentos en que no vemos Alejandro con Sofía, este se encuentra generalmente acompañado de un grupo de estudiantes de primer año, sus compañeros. Con ellos comparte el mismo tipo de inocencia que lo revela como un personaje carente de ciertas experiencias. Ninguno sabe muy bien por qué escogió su carrera, ni tampoco muestran algún interés político, artístico o recreacional en particular. La película de Lira busca caracterizar a Alejandro dentro de un grupo social establecido para así intentar hablar de un contexto mayor.

Al igual que en otras películas, como Jesús (Fernando Guzzoni, 2016), el director parece adoptar una distancia casi sociológica para realizar un retrato amplio de la juventud y sus intereses. Los diálogos buscan remarcar las formas que adopta el habla juvenil, además de revelar una falta de rumbo a nivel generacional. Lo paradójico de esta clase de esfuerzos está en que, evidentemente, rara vez se sienten naturales o juveniles.

reinos

Existe, a su vez, una voluntad de comparar el habla del grupo en el que se mueve Alejandro con el de los compañeros de Sofía. El resultado de la comparación es algo desalentador. Llegar al último año de la carrera parece agudizar la falta de alguna clase de objetivo, solo que esto se interpreta desde un cinismo que actúa como una especie de autodefensa ante la desilusión. El retrato, por lo mismo, exagera intencionadamente la inocencia del grupo más joven. La falta de madurez emocional de Alejandro tiene su correlato en la apatía que cada uno de sus pares mantiene frente al mundo.

Las escenas sexuales, por otro lado, poseen una estrategia de naturalidad menos maqueteada. La manera en que Lira encuadra el sexo muestra un cambio generacional que busca mantener distancia de la deplorable “picardía” masculina que dominó las comedias chilenas de principios del siglo, y que sigue presente en los planos más voyeristas de películas como Cabros de mierda (Gonzalo Justiniano, 2017). Aprovechando la luz baja, y encuadrando casi siempre en planos detalle, el sexo mostrado en Reinos combina la torpeza de los primeros encuentros con el interés por la novedad que mantienen sus protagonistas. Estas escenas parecen proponer otro tipo de dicotomía interrogable, el sexo y el afecto se pueden entender como aquello que Alejandro confunde y que Sofía ha aprendido a disociar. Así se agrega otro elemento constituyente de la apatía generacional que retrata Lira.

La sensación de que el director pretendería realizar un cuadro más amplio de la generación de quienes han sido (también cuestionablemente) denominados como millenials termina por disminuir la fuerza de la historia central. El comportamiento reprochable de Alejandro en la segunda parte de la película se puede entender, incluso, dentro de la falta de rumbo que se plantea como síntoma generacional. Si bien se deslizan algunas críticas sobre la precarización que afecta a unas carreras por sobre otras, lo cierto es que el enfoque probablemente suscite poco interés fuera de la esfera universitaria. El elemento convencional con el que se busca establecer un piso de identificación, los enredos del primer amor, se confunde con esta suerte de etnografía de la juventud hecha en terreno universitario, en tanto grupo al que se puede diseccionar al observarlo a la distancia.

 

Nota comentarista: 5/10

Título original: Reinos. Director: Pelayo Lira. Guión: Pelayo Lira, Romina Reyes. Fotografía: Patricio Alfaro. Montaje: Martín Santapau. Música: Marineros, Fother Muckers, Planeta No, Moral Distraída. Reparto: Diego Boggioni, Daniela Castillo, Sol Rodríguez, Alex Quevedo, Mauro Vaca, Gastón Salgado. País: Chile. Año: 2017. Duración: 79 min.