Renoir (Gilles Bourdos, 2012): Entre el interés y el desconcierto

Siendo Francia un país tan caracterizado por el nivel de autoconsciencia de su legado artístico, llamaba ya la atención de que su cinefilia no le dedicase un espacio en su pantalla,  al recuerdo y al retrato de uno de sus vínculos familiares más fascinantes; los Renoir, padre e hijo: El primero, Pierre Auguste Renoir, uno de los principales pintores del impresionismo europeo, maestro de los colores, los matices y la luz; el segundo, Jean Renoir, genio indiscutible del arte cinematográfico, particularmente relevante por haber sido uno de los principales y más tempranos referentes de la Nouvelle Vague y la “política de los autores”.

Pero hablemos de la película que nos convoca. Para ser sincero, como no he encontrado un fuerte eje temático que la estructure, me remitiré a narrar su desarrollo en orden de encontrar in situ sus fortalezas y sus falencias.

La película se inicia con Dedé, una bella aspirante a actriz, que arriba a la casona de los Renoir buscando trabajar como modelo para el pintor. Una vez aceptada por éste y convertida históricamente en su última modelo viva, el filme da un extraño vuelco y pasa a enfocarse en el punto de vista de Renoir; un anciano tranquilo y melancólico que ha enviudado hace poco, y que pasa sus últimos días luchando contra los achaques de su vejez y lamentándose por la partida de sus dos hijos mayores, Pierre y Jean, al campo de batalla de la Primera Guerra Mundial.

Hasta aquí, nos encontramos ante una película que se deja mirar pero sin mayor interés. La trama se desenvuelve sin ningún dramatismo y el trabajo creativo del pintor es representado sin ningún tipo de adorno, cosa que por un lado es un mérito de escape al cliché,  pero por otro, no contribuye a darle al film un tono atractivo.  Por lo demás, el despliegue visual de la película, si bien posee cierto nivel de refinamiento, tras los minutos comienza a tornársenos algo vano. La película es bella, sí; sus imágenes están minuciosamente coloreadas (cual impresionismo pero en HD) y la cámara se desplaza lentamente por sus escenas con bastante plasticidad, pero a fin de cuentas, no puede uno evitar sentir que toda esta belleza está “puesta” de una forma algo forzada. Pasada media hora de película, y sólo siendo algunas frases del sabio Renoir las que nos han deleitado, la persistencia dinámica, cuasi-obsesiva, de la cámara se torna obsoleta; sus movimientos repetidos y sus funcionalidades últimamente nulas.

Sobre los personajes secundarios, extrañamente podemos decir que no cumplen una función dramática importante, sino más bien una función atmosférica y de inferencia. Las criadas de Renoir por un lado, sugieren la mirada amable y más bien maternal que encarna el pintor en su representación de la mujer. Como contrapunto, Cocó, el hijo menor del pintor, sugiere precisamente lo contrario; en él se encarna la mirada lasciva y el afán posesivo del cual el viejo rehúye, de manera tal de que el personaje se constituye como una definición de la sensibilidad anti-renoiriana.

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¿Pero qué ha ocurrido en la película en su casi media hora inicial? La verdad es que no mucho. El pintor despliega su arte y esboza algunos rasgos de su personalidad de manera más bien hermética; su relación con las mujeres y particularmente con Dedé nos es representada sin ningún tipo de sentimentalidad, cosa que caracteriza al pintor pero a la vez lo convierte en un personaje plano.

En realidad, la película sólo recobra el interés en cuanto recibe la entrada de Jean Renoir como una suerte de relevo narrativo. A los 21 años, y herido de una bala en la pierna durante la guerra, el joven regresa a su hogar y se dedica a acompañar a su viejo padre, mientras de fondo, comienza lentamente a enamorarse y entablar una relación con Dedé.

Sobre la caracterización del joven Jean Renoir hay varios aspectos que intrigan pero a la vez desconciertan. Las conversaciones con su padre dejan entrever algo de sus aptitudes artísticas, pero extrañamente, no existe una sola escena en la película que logre profetizarlo como el gran talento que fue. En realidad, la caracterización que recibimos del joven Jean, es básicamente la de un tipo algo tímido que no sabe bien lo que quiere y que ni siquiera pareciera estarlo buscando.

Otra cosa que llama la atención sobre el retrato de Jean Renoir es su permanente interés por continuar en la guerra. A mi parecer esta motivación tan fuerte del personaje nunca es del todo explicitada por el filme, y a la larga, entendiendo el posterior trabajo del director, ésta actitud confunde.

Sobre el desarrollo posterior de la película, sólo puedo decir que se torna particularmente impredecible.  Luego de concretar su amor con Dedé, Jean decide volver al campo de batalla como aviador. En esto, Dedé se ofende y desaparece de la casona Renoir, sólo para ser encontrada por Jean días más tarde en un burdel. (Aquí aparece evocada La Chienne, una de las primeras películas del realizador y también la visión de un general de guerra calvo, suerte de premonición del personaje que creará para Erich Von Stroheim, años más tarde en La gran ilusión)

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Finalmente, Jean  decide volver a la guerra y Dedé decide esperarlo. Pierre Auguste, el pintor, se despide con lágrimas de su hijo. Fin de la película…  (Desconcierto final)

Días más tarde, tratando de entender si existió un concepto en la película, aparte de su obvia intención de ser una biografía filmada y una suerte de metáfora bastante literal sobre la vida que prosigue a la muerte (plano final que atestigua) siento que quizás lo que el realizador  Gilles Bourdos y su guionista trataron de decirnos, tenga algo que ver con la idea del desapego y la búsqueda de la autonomía en el arte. Una suerte de mensaje como: “Para realmente disfrutar la belleza y ser capaz de crearla, uno se debe primero alejar  y mirarla sin pretensión”

Si se piensa así, quizás la película es capaz de ser más decodificada. Tanto en el padre como en el hijo existe un fuerte espíritu por mantenerse al margen; en el caso del padre una férrea voluntad de contemplar las cosas más que accionarlas, un desprecio a la belleza como objeto de posesión y un desinterés por la fama; en el caso del hijo, una pasividad con respecto al futuro, una inacción ante las provocaciones de Dedé, pero aún con mayor notoriedad, una voluntad casi inexplicable de apartarse de sus seres queridos en búsqueda de su propia aventura.

En éste sentido, sólo si es que acierto, me parece que la película de Guilles Bourdos murmura lo que quiere decir de una forma bastante menos acertada de lo que ella misma presupone.

Que la película en sí sea formalmente bella y que trate sobre dos personajes históricamente fascinantes es una cosa, y por ello, tiene sus méritos. Pero para ser una “buena película”… faltó, claro está, lo sustancial…

Rodrigo Delgado