Sorry We Missed You: Esperando la música

Estos son seres que se mantienen incólumemente humanos, en una lucha cuyo sentido político parece consistir o haberse reducido a eso: mantenerse humanos; contar con sentimientos propios que estén en el origen de algo menos indeterminado que el tiempo exterior: los lazos de familia, de vecinos de parada de bus, de un mínimo pero natural respeto entre compañeros de trabajo. Esa base de sentimientos que, sin proponérselo literalmente, combate por su existencia y perdurabilidad se puede apreciar de forma desnuda, directa, sin el énfasis ni la ayuda o empujoncito de alguna banda sonora incidental.

Ricky y Abby Turner son una pareja de trabajadores en un Londres neoliberal, frío y distante, que bien podría ser el de la era Thatcher pero que corresponde al de hoy en día. Tienen un hijo adolescente, Seb, que está creciendo en medio del nihilismo que, propio a su edad, se ve reflejado y reafirmado por un mundo sin mayores esperanzas que lo rodea puertas afuera. La hija, Lisa, es aún una niña y se siente más cercana a los afectos del núcleo familiar del que Seb va progresiva y peligrosamente apartándose, en particular en su relación conflictiva, abiertamente enfrentada a ratos, con el padre. Ricky le declara a Abby el cansancio que le produce su condición eterna de arrendatarios. Trabajará las horas que sean necesarias, por un tiempo limitado, para que puedan comprarse una casa, evitando el tener que mudarse todo el tiempo. Puede que este sea el primer síntoma de un tema inherente pero implícito del filme: la búsqueda necesaria de identidad, donde la idea de hogar (estable en sus condicionantes económicas) se revela como un espacio-lugar básico en dicho proceso, uno que haga más coherente el entramado entre lo privado y lo público, así como entre los propios integrantes de la tribu, la familia.           

Sorry, We Missed You, se tradujo en España como Lazos de familia, título este último que si bien aborda de manera muy genérica el centro del filme no hace del todo justicia al alcance que dichos lazos comportan en su relación con el mundo representado aquí. Un tiempo y lugar en el que esta familia logre o no instalarse legítimamente como habitante, formada por miembros que sientan una identidad mínimamente compartida con un exterior a ellos, identidad no divorciada de un sistema mundo que para el caso de la narrativa visual de Ken Loach ni siquiera logra aprehenderse como una imagen con sentido, del que solo se desconfía en sus síntomas enfermizos, violentos, aparentemente neutros. “Lo siento, te perdimos”, que vendría a ser la traducción más literal, da cuenta de la dialéctica, microdialéctica podría decirse, en que se ubican los elementos de esta película, familia y trabajo, confianzas y supervivencia.   

Hay películas que no cuentan con banda sonora durante todo su metraje acompañando lo incidental solo con los sonidos ambientes. La disección humana parece enfriar o más bien esconder los sentimientos tanto de los personajes como los nuestros para volver a estos desde lo más subterráneo, generalmente ya terminada la visión del filme. Cineastas querendones de Cannes en las últimas dos décadas, Michael Haneke y los hermanos Dardenne proponen estéticas desnudas de ese estilo, mientras que Loach, tercer protegido y multipremiado de ese festival, estructura en Sorry, We Missed You lo que podría decirse una aproximación lo más directa posible al material que pretende escenificar, siendo esta última palabra algo paradójica, ya que Loach filma y consigue de su puesta en escena, así como de su elenco, una naturalidad que roza el documental. Una estética que puede tensarse desde la calle hacia el interior de los muros de un hogar de la clase trabajadora británica y desde ahí nuevamente hacia afuera en una relación práctica, de necesidades, que podría parecer a ratos mecánica por su acceso a la cotidianeidad, pero que gracias a la lenta y natural acumulación de mínimos detalles, también muy cotidianos, gana en un tipo de realismo donde esos sentimientos de los que hablamos antes puedan situarse en el centro del humanismo planteado.

Porque la ciudad, el sistema al que se deben y pertenecen con una fatalidad del día a día, se va revelando en sus formas como una especie de no lugar con pleno (y hasta nos pareciera ilusoriamente natural) acceso al tiempo de vida, o tiempo existencial, del interior mismo de estos seres. Una temporalidad que parece estar en el origen de la totalidad y perpetuarse indefinidamente hacia un futuro donde las promesas de progreso personal y familiar parecieran aprehenderse por un rato solo si se ironiza sobre su posibilidad. Y, sin embargo, estos son seres que se mantienen incólumemente humanos, en una lucha cuyo sentido político parece consistir o haberse reducido a eso: mantenerse humanos; contar con sentimientos propios que estén en el origen de algo menos indeterminado que el tiempo exterior: los lazos de familia, de vecinos de parada de bus, de un mínimo pero natural respeto entre compañeros de trabajo.

Esa base de sentimientos que, sin proponérselo literalmente, combate por su existencia y perdurabilidad se puede apreciar de forma desnuda, directa, sin el énfasis ni la ayuda o empujoncito de alguna banda sonora incidental. En interpretaciones dramáticas que no lo parecen, sino es porque se sitúan en encuadres de un distanciamiento cercano o medio, generosos de sus procesos de individuación (y subsistencia), pero nunca en primeros planos que invadan sus personalidades y las sitúen como víctimas puras o potenciales hacedoras de su destino.   

Ken Loach abruma a sus personajes con una carga despiadada de eventos y sucesos tan cotidianos como dramáticos e inevitables, en particular los intentos de Ricky por llevar adelante a su familia a través de un trabajado precarizado. Como la estética del filme, sus personajes parecen estar desnudos o querer ser desnudados por el sistema en el que viven, mientras a duras penas conservan con dignidad las mejores vestimentas que pueden. La palabra rendirse no existe porque conllevaría no solo el descalabro, sino el miedo, irracional o no, al desamor, a la descomposición de los lazos afectivos, a la perdida de sentido de identidad.

Respecto a esto último, cabe consignar que el momento crítico, cuando todo el proyecto de Ricky parece derrumbarse entre las deudas y los imponderables, es el elegido por Loach para, en un solo movimiento, recomponer los lazos rotos de una familia que se quiere, a la vez que casi alcanzar, por primera vez en el metraje, el terreno que roza la tragedia con la sátira social, porque ese tiempo que parece indefinido y ese lugar que es más un no lugar no ofrece más respuestas que la desesperación fuertemente tañida por la solidaridad y el amor de una intimidad que resiste su disolución. Solo entonces Loach decide incorporar una suave música incidental.

 

Título original: Sorry We Missed You. Dirección: Ken Loach. Guion: Paul Laverty. Fotografía: Robbie Ryan. Música: George Fenton. Reparto: Kris Hitchen, Debbie Honeywood, Rhys Stone, Katie Proctor, Nikki Marshall, Harriet Ghost, Linda E Greenwood, Alfie Dobson, Mark Birch, Ross Brewster, Julian Ions, Charlie Richmond, Brad Hopper, Mark Burns, Stephen Clegg, Norman Sansom, Jack Berry. País: Reino Unido. Año: 2019. Duración: 101 min.