The Tarantino affair (1/3): Una película política

¿Qué es lo que pretende Quentin Tarantino con su última película? En cada momento, en cada escena, hay una intención especial, una cuidada manufactura de cada cuadro, cada momento, cada secuencia, cada actuación, cada tic, todo pareciera formar parte de un mecanismo de relojería que quiere provocar al espectador, quiere transmitir un mensaje, establecer una idea. Mucho se ha hablado sobre las consideraciones políticas de las películas de Quentin Tarantino, y este ha sido un tema reciente sobre todo en sus últimas cintas, las cuales han tomado como arma el revisionismo histórico para poder llevar a cabo fantasías de venganza que llevan a cabo pretensiones políticas claras. En el caso de Inglorious Basterds, los bastardos y Shoshanna tienen una meta final clara: matar nazis, la mayor cantidad posible, y poder hacerlo de la forma más suicida y destructiva posible; de hecho, la película decide dar una vuelta de tuerca cuando propone una fantasía, Hitler muere acribillado por dos judíos americanos en una sala de cine que se incendia. Pese a mi gusto por esa película, es ahí donde está el límite del alcance político de Tarantino, se trata de una fantasía, y aunque el mensaje es claro y la crueldad violenta es explícita, se trata de una charada, una película que se inscribe solamente como una idea de película, y tiene sentido dentro de la filmografía de este director.

Lo mismo sucede en Django Unchained la que se inscribe en una época donde la liberación de los esclavos era aún algo lejano, casi podemos decir que uno se encuentra tan consciente de la situación de la raza negra en esta cinta, que la idea de su liberación se encuentra en un fuera de campo temporal. Cuando vemos las transgresiones cívicas en las que incurre Django como hombre libre, como andar a caballo o poder tomar posiciones superiores frente a racistas hombres blancos, las tomamos como lo correcto, como parte de una venganza social que sabemos que viene en el futuro, que incluso se toma el presente y que forma aún parte de la discusión actual dentro del ámbito de Estados Unidos, y, realmente, del mundo entero. Esa conciencia pesa, forma parte de algo que está más allá de la película, lo que he querido llamar ese fuera de campo temporal, la idea de que lo correcto para nosotros no es la norma en la diégesis, y por ende, forma parte de una actitud política del guionista/director a la hora de decir su opinión. Pero, nuevamente, esto se hace dentro de una lógica de películas, desde donde el mismo protagonista tiene el nombre de un personaje clásico de westerns italianos de los ‘60.

Es por eso que siento que es en esta cinta en particular que Tarantino logra desplegar una visión política y social sobre la realidad que vivimos hoy, y no sólo desde los temas más básicos que se puedan tocar de forma superficial, sino que puedo pretender que acá hay un testamento, una especie de tratado de “cómo tenemos que vivir hoy”, que para mí resulta diferente a las dos anteriores, ya que no deviene en el cumplimiento de una fantasía o en la presencia inevitable de un fuera de campo visual. Acá hay una construcción temática y visual, donde cada elemento cobra una dimensión absolutista, cada elemento de vestuario y escenario forma parte de un ladrillo que construye una muralla absolutista, donde todo está intencionado. Y no creo que sea una coincidencia que pareciera al mismo tiempo ser la que menos está relacionada con un mundo fílmico, sino que va más allá del simple juego referencial, pese a que esos elementos están y se pueden encontrar.

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Seré franco y quiero ser claro en mi tratado, yo creo que Tarantino propone una salida y fin al racismo, al menos en una primera mirada general y de forma bastante tosca. El fantasma de la guerra civil o de secesión aún se mantiene presente en el espíritu de cada personaje, muchos de ellos estuvieron directamente involucrados en batallas, bandas y ejércitos que forjaron el resultado final que devino en la consolidación de Lincoln como presidente de todos los estadounidenses, cuyo fantasma también se asoma en los momentos finales de la película, habla más bien de la necesidad de la lucha violenta por ideales básicos. Tenemos a un grupo de veteranos de una guerra que dividió a un país, tenemos al soldado negro que tuvo que hacerse valer a cambio de la muerte de decenas de jóvenes soldados blancos que se interpusieron en su camino, el general sureño derrotado y buscando la paz, aunque seguro de su predominancia por sobre otras razas, y el rebelde sureño también, que formó parte de bandas de forajidos que quemaron y mataron pueblos negros completos como una suerte de venganza. Pero tal como lo dicen todos los personajes que se encuentran encerrados en la casa durante la mayor parte de la película, aunque las tensiones se mantienen, todo eso está en el pasado: no es una película que tome la posición de una revancha histórica, no es Tarantino regodeándose en un pago o deuda que sienta que aún se tiene que aclarar.

Y la razón principal para decir esto último es que el tiempo en que ocurre es casi circunstancial, donde lo único que permite es la presencia constante de armas de fuego y su uso, algo que no está tan lejos de la realidad norteamericana, pero que sin dudas no podría existir al nivel en que se muestra en esta cinta.  Los personajes que vemos en pantalla aún existen hoy: aún hay racismo, aún hay gente que tiene un odio contra otras personas que borda en lo irracional, basado en opiniones políticas, el color de la piel o simplemente sus decisiones de vida. ¿Qué es lo que los lleva a eso? Tarantino no busca tratar el problema del odio en sí desde raíz, pero si de encausarlo, de llevarlo por el camino “útil”. Es clara la apología que Tarantino siempre ha hecho de la muerte como el camino de la muerte del héroe y de quienes la merecen, y sin duda que el sangriento camino final de la película es una continuación absoluta de ese interés, pero al mismo tiempo, dentro del universo Tarantino, es una muerte que se siente extrañamente justificada. Acá no hay héroes que se sacrifican por llevar a cabo el acto catártico de historicidad corregida, ni menos una venganza de raza, acá no hay héroes y punto, todos los personajes que vemos en esta película esperan y reciben su muerte, cuando les llega, de forma adecuada y justa, bajo la misma moneda con la cual vivieron. Es en el final donde las diferencias desaparecen, donde el racismo se acaba bajo el concepto de una justicia adecuada.

Si Tarantino no fuera Tarantino, miraríamos a esta película como una de las obras más políticamente cargadas de los últimos años que haya tenido la posibilidad de ser estrenada en tantas salas de cine. Sin embargo, al ser dirigida por él, se cubre bajo un manto de “no nos tomemos tan en serio esto”, y he ahí el error, los árboles que no dejan ver el bosque, por así decirlo. Tarantino propone que el ser humano debe dejar de lado las diferencias superficiales por la idea de lo “correcto”, tal como todos hacia el final, sin importar su posición política, parecieran admirar a Abraham Lincoln como el parangón de lo que es correcto hacer y decir. El manto de subterfugio con el cual se cubren todos los personajes para poder sobrevivir sólo nos dice lo consciente que es el guionista de la dificultad que existe a la hora de llevar a cabo ese paso que nos aleja del odio puro, el cual logra ser dirigido para luchar contra las injusticias, que finalmente es lo que más importa en la sociedad de hoy en día. Sin importar el género, el color de piel y la posición que uno tenga, es en la justicia y lo correcto desde donde se sitúa la unión de las personas, y mientras todos crean lo mismo, seremos una mejor sociedad.

 

Nota comentarista: 10/10

Título original: The Hateful Eight. Dirección: Quentin Tarantino. Guión: Quentin Tarantino. Fotografía: Robert Richardson. Montaje: Fred Raskin. Música: Ennio Morricone. Reparto: Samuel L. Jackson, Kurt Russell, Jennifer Jason Leigh, Demian Bichir, Walton Goggins, Tim Roth, Bruce Dern, Michael Madsen, James Parks, Dana Gourrier, Zoë Bell, Channing Tatum, Lee Horsley, Gene Jones, Keith Jefferson, Craig Stark, Belinda Owino. País: Estados Unidos. Año: 2015. Duración: 167 min.