The Party (2): Los estereotipos, el agote y el chiste

Es probable que ya exista un nombre que desconozco para el subgénero de comedias de diálogos en espacios cerrados, en las que los personajes entran en desencuentros unos con otros, generando así una especie de caos en bonsái. Y si no existe, debería, pues no resulta conveniente tanta palabra para un solo subgénero. El problema de su existencia es que, al ser tan específicas, parecen agotarse pronto.

Sally Potter, directora de Ginger & Rosa (2012) y The Tango Lesson (1997), se propone claramente ciertas reglas para filmar The Party, además del blanco y negro y una iluminación que altera el realismo: la narración no debe salir de la casa de Janet y Bill, adonde llegan los asistentes para celebrar el ascenso de Janet como Ministra de Salud de la oposición británica. Todo pasa en un espacio cerrado y la idea del desorden es que esté contenido por sus cuatro paredes. De esta forma, se hermana con películas como Carnage (Roman Polanski, 2011) o incluso, con mucha menos seriedad, con The Man from Earth (Richard Schenkman, 2007). Otra regla evidente (en este caso, todas lo son) es que todos los personajes deben ser buenos para hablar, pero no para explayarse. Más bien son buenos para responder, lanzar darditos, para verse invitados a contestar y a estar siempre muy en desacuerdo con el otro.

Esta última regla resulta ya bastante evidente desde el comienzo, y como el metraje es corto, apenas poco más de una hora, Potter mantiene la narración siempre en ese nivel. Se vuelve agotador muy tempranamente, quiero decir. La dinámica entre personajes es clara desde el comienzo, desacuerdos y pequeñas rencillas que mancillan la fiesta. La idea es el desmoronamiento de las ideas y posturas de personajes, por lo general, de izquierda. Las contradicciones internas, la oscura humanidad carcomiendo esas convicciones personales: feministas no tan feministas, amantes que se aman en conveniencia, el racionalismo sucumbiendo ante el misticismo, el cinismo como motor humano.

La película, en ese sentido, es una ironía que se anuncia como tal desde el título, y que no deja dudas de aquello ya en sus primeros minutos: la imagen inicial es la muestra de que todo irá mal, y como todo siempre está yendo mal, el derrumbe no es ninguna sorpresa. Queda esperar que los secretos que se van planteando terminen por revelarse. Sin embargo, al sobreentenderse que existe aquello oculto se anula el propio secreto, en cuanto que sabemos de su existencia, pero para peor: lo que realmente se anula es el entremedio de la película, que se vuelve casi innecesario, un obstáculo entre la inseminación del secreto y su eventual revelación. Además, la estética en la dinámica entre los personajes redobla lo agotador del visionado, esa despreocupación ante el descriterio o la grosería ajena, aparente marca de la elite o quizá resabios de cine indie. La mirada perdida de Bill, aquejado por una enfermedad terminal o por el secreto que lleva entre manos, es a ratos la mirada de un espectador más de The Party.

Quizá el gran error de Potter sea lo infantil que resultan los arquetipos que representan cada personaje. Cada uno enuncia desde la etiqueta que se le ha puesto. Es claramente la idea voluntaria de la comedia, casi teatral. Un pequeño cosmos de estereotipos aunados por el estereotipo madre: la clase burguesa atascada en su propia burguesía, encantadoramente perversa, oscura, podrida. Habría que intentar pensar a la burguesía fuera del recurso de la doble capa de lo público y lo privado, tan revisado en toda dimensión del arte. Potter parece no aprender de todo el material que anteriormente ya ha representado a la elite dentro de cuatro paredes y en su patetismo, como si ahora, en estos tiempos, tuviese algo de novedad. Sostener una película en una idea tan añeja, la del lado B de la elite, es de alguna manera aún sorprenderse por ese lado B. Atisbos de conservadurismo.

En esa línea, da la impresión de que Potter pudiera realizar ella misma una película a la inversa de esta: una fiesta de una familia de clase baja y malas costumbres, en la que descubrimos que -vaya sorpresa- son gente de buenos sentimientos. Es evidente que Sally Potter nunca hará esa película y esto no es más que un prejuicio, pero el punto no es si acaso estoy o no siendo clarividente acerca del asunto, si no que aquella es la sensación que deja una película tan superficial al aproximarse al sector privilegiado de esta sociedad. A veces se dejan ver ciertas interacciones interesantes, como cuando Bill, enfermo terminal, intenta encontrar algo de luz en la voz de Gottfried y sus planteamientos ridículos, quien le da esperanzas de vida con una concepción menos racional de la medicina, o las pequeñas conversaciones honestas entre Janet y April, que incluyen la posibilidad del asesinato; pequeños respiros útiles.  

Por suerte, al descubrirse el mayor secreto de la pequeña historia, la película se aligera y el humor por fin hace sentido. Los estereotipos, que nunca dejan de serlo, funcionan de manera más suelta, al menos por un rato. Algunas ideas interesantes aparecerán entre el torrente de temas que tocará el film, a pinceladas y nunca muy en serio, pero que al menos permiten que la película se mantenga a flote. Quedará un secreto más. Se develará hacia la última escena, de hecho, en el último plano, en la forma de un (buen) chiste. Quizá así, con un chiste, sea la manera más honesta de terminar la película. En ese nivel, funciona muy bien.  

Nota del comentarista: 6/10

Título original: The Party. Dirección: Sally Potter. Guión: Sally Potter. Fotografía: Aleksei Rodionov. Reparto: Kristin Scott Thomas, Patricia Clarkson, Bruno Ganz, Cherry Jones, Emily Mortimer, Cillian Murphy, Timothy Spall. País: Reino Unido. Año: 2017. Duración: 71 min.