Un hombre perfecto: La impostación de una fórmula

Mathieu es un joven que trabaja en una empresa de mudanzas pero aspira a convertirse en un escritor famoso. El borrador de su primera novela es rechazado y al parecer carece de talento. Un día, en medio de un trabajo, entra a un auditorio universitario donde Alice, una joven y hermosa académica, da una conferencia sobre “perfume y literatura”. El aspirante a novelista queda impresionado, ya que ella viene a representar todo lo que él no tiene, un mundo de pedigrí sofisticado y artístico como el que se pueden dar los que provienen de clases acomodadas y suficiente capital cultural. Lo más probable es que no habría forma de que cambiase su situación hasta que, de casualidad, se le presenta una ocasión que aprovecha con oportunismo. Durante el desalojo de los bienes en la casa de un hombre que ha fallecido solitario y sin descendientes encuentra un manuscrito, descubriendo que el hombre fue un soldado que llevó un diario de vida durante la Guerra de Argelia. Mathieu se da cuenta que el texto está escrito con valor literario y lo transcribe para hacerlo pasar por un nuevo borrador suyo. Así sucede lo que tenía que pasar: será publicado y recibirá el beneplácito de la crítica. Convertido en un impostor conocerá el éxito por medio de una falsa ficción histórica, pudiendo además sorprender y seducir a la chica de sus sueños.

Esa es la situación inicial y los elementos de base para este thriller francés que sin embargo deja de lado las motivaciones literarias del protagonista, sus pretensiones arribistas y artísticas, el paralelo con la novela citada en el filme (Martin Eden, de Jack London), el sondeo de la mala memoria histórica del país galo, y las implicancias de “cuento moral” sobre la impostación en el mundillo de la cultura. Un personaje y una historia de esa clase habrían servido de material para un Claude Chabrol o un Henri-Georges Clouzot, pero la película de Yann Gozlan opta por supeditarse al ejercicio del género y crear suspense en torno a giros de la trama y a la identificación con las acciones cada vez más desesperadas del protagonista.

El director confía todo su esfuerzo en el trabajo actoral de Pierre Niney como Mathieu y en el guión, pero solo rinde un buen resultado con el primero, la historia presenta descompensaciones al estar demasiado nivelada en la focalización del personaje principal, dejando fuera ahondar en la perspectiva de Alice, retratar el ambiente de alta burguesía rural, ostentado por los padres de ella, y asumir las implicancias de la contraparte que ofrecen los dos roles antagónicos. De un lado se encuentra Stan, que sospecha de Mathieu, y del otro está el misterioso policía que le extorsionará, pero más que adversarios que sostengan un enfrentamiento “táctico” con el escritor resultan personajes que le pondrán a prueba hasta dónde es capaz de llegar en sus acciones con tal de no ser sorprendido como falsario por el círculo familiar cercano que viene a ser la familia de su novia. No hay más noticias del ámbito literario en que se movería el novelista que su debate con su editor, que le presiona para tener listo un nuevo borrador de lo que sería la novela que seguirá a su debut.

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Como es de esperarse las situaciones van creciendo en magnitud, de una falta y unas mentiras se pasa a un delito, de ahí todo va sumando hacia el despeñadero y el ardiente final. La gradación de la espiral descendiente de Mathieu acelera con fuerza, sin pausas para el resto de los personajes impidiendo que puedan medir fuerzas y sacar conclusiones sobre el joven en torno al cual los dispone la historia. En un par de momentos sueños de culpa lo torturan, con la función de ser shocks que dibujen algún atisbo de su sentir interno (redundante culpabilidad) por las malas y casi ridículas decisiones que ha tomado. Su exterioridad, la de sus acciones, carece de patetismo, es decir, no hay pausa para que el personaje ofrezca una reflexión, por más estúpida que resulte, con lo que queda convertido en un ente al servicio de la narración y un montaje que se acelera, como si la película le quisiera llevar la delantera al espectador, suponiéndolo ansioso por saber cuánto más puede soportar el personaje y cómo podrá resolver sus tribulaciones. Sin embargo, de no ser por el ritmo, el actor y la escena final, la sospecha casi confirmada de que sucederá lo que debería suceder corre el riesgo de tornarse en aburrimiento a medida que transcurren los minutos y los hechos.

Al final queda la idea del servilismo a una fórmula genérica de thriller criminal que ofrece escaza novedad, que resulta competente en su desarrollo aunque sin rasgos de genuina malicia o ingenio inventivo para elaborar el supuesto inicial de la intriga narrativa y del personaje. Un hombre perfecto podría resultar ejemplificadora como para desmontar sus mecanismos de construcción a la luz de lo que puede rendir el género en el contexto de una clase de dramaturgia de guión y puesta en escena clásica, poniéndose en cuestión la verosimilitud e inverosimilitudes que componen una película que dista tanto de ser perfecta como Mathieu se aleja del molde de hombre ideal.

Nota comentarista: 5/10

Título original: Un homme idéal. Dirección: Yann Gozlan. Guión: Yann Gozlan, Guillaume Lemans, Grégoire Vigneron. Fotografía: Antoine Roch. Música: Cyrille Aufort. Reparto: Pierre Niney,  Ana Girardot,  Ludovic Berthillot,  Valeria Cavalli,  Marc Barbé, André Marcon,  Laurent Grévill,  Thibault Vinçon. País: Francia. Año: 2015. Duración: 97 min.