Vox Lux: La misma vieja canción

Aunque se la haya presentado como la hermana pérfida del remake A Star is Born (2018), del actor-ahora-director Bradley Cooper (una película con sus propias pretensiones por actualizar las dinámicas corporativas, económicas, sociales, y psíquicas que tensionan a los sujetos que trabajan como creadores dentro de la industria musical, a la luz del doble binomio hombre-mujer y experto-aprendiz), Vox Lux no deja de ser el mismo y convencional drama musical, con tintes débiles de musical eso sí, que reproduce un tema ya tan inmanente a la fórmula de género que fuerza a hacer pensar en dónde está el atractivo de asistir a ver algo que en principio carecería de novedad.

“El precio de la fama” reza el subtítulo español de la película, resumen conceptual que puede usarse para describir de A Star is Born (William A. Wellman, 1937) a Bohemian Rhapsody (2018), pero más certero es el título secundario en inglés “Un retrato del siglo XXI”, porque puede afirmarse que es una actualización para audiencias millenials, que están más cerca de referentes como Lady Gaga o Miley Cirus que de Madonna o Britney Spears, cuatro nombres que resuenan en la facturación de Celeste, estrella del pop.

Importante para comprender el alcance de Vox Lux es su propuesta de biopic ficticio (con imágenes de archivo y narrador) que valiéndose de una estructuración episódica (tituladas y fechadas) fabula con la historia de Estados Unidos durante los últimos 20 años. En la voz de Willem Dafoe como el narrador, con amplio grado de omniscencia e ironía, se va puntuando un comentario que presenta a la vez que punza sobre la carne de la imagen y la conducta de Celeste. La indagación narrativa en la vida de la cantante tiene un cariz expositivo que selecciona hechos álgidos que la marcaron durante su adolescencia y madurez. Junto a ella hay una acotada cohorte de personajes (primero su hermana y su manager, a los que después se suma su hija adolescente) que parecen ser el absorbente núcleo principal de sus relaciones sociales. Pero lo que está más allá de ese círculo no es necesariamente el reducto de la industria musical, que es donde Celeste coexiste con sus familiares y colaboradores, e incluso se encuentra más lejos que los paparazzi, periodistas, fans o audiencias pueden estar: se trata del mundo, el que ya sea bajo la forma del caos o la violencia siempre tiene algo de monstruoso, en tanto ajeno, e inconmensurable, en tanto lo domina el azar y los intereses complotadores del poder. Este falso biopic no es cualquier historia sobre las miserias de la celebridad, se nos parece decir en una primera instancia, también trata del lugar del artista en un tiempo y lugar significativos, históricamente determinados. Aunque, en todo caso, no se nos deja de advertir que estamos en el mundo de pop: ilusiones y superficies.

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Algo de esto aparece en la primera película del actor-también-director, Brady Corbet. La infancia de un líder (2015) es la tremebunda visión de los berrinches y traumas de un niño a principios del siglo XX que en su adultez deviene en un Führer fascista. Al otro lado del espectro de género y época, Vox Lux surge más contaminada de historicismo para retratar a su personaje, ya que son varios los hechos históricos (reales o que tienen un asidero factual) que condicionan el desarrollo de Celeste. Ser víctima sobreviviente del ataque que un compañero de curso realizó en la escuela le deja un daño de por vida a su columna y gatilla una exploración musical de su experiencia traumática en lo que será una canción compuesta a medias con su hermana mayor presentada durante un acto comunitario de rememoración. Cual Michael Moore biográfico, se enlazará el tema personal de la canción en un himno de masas luego de los ataques del 11/9 neoyorkino (con la astuta sugerencia del manager mediante, cambiar el “yo” de la letra por un “nosotros”).

Con todo, el impacto del trauma de Celeste es intransferible. En ese sentido es admirable la actuación de Raffey Cassidy, algo ausente, silenciosa, ambigua, pero al mismo tiempo ingenua y a veces impredecible. Con la fama ad portas Celeste pierde la virginidad con un jovencito roquero, al que dirá la única sentencia que podemos tomar por decidora de su la conducta y pensamientos: “Es lo que amo de la música pop, no quiero que la gente tenga que pensar demasiado, solo quiero que se sienta bien”. La frase está dicha a poco de iniciado un diálogo encuadrado con los personajes de perfil, recostados y con el fondo nocturno de la luces de la ciudad, como flotando suspendidos en una alfombra voladora que se ha detenido para reflexionar. La revelación luego será trastocada por una inesperada pérdida de la inocencia y con ello la primera parte del filme.

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El quiebre supone un salto temporal y de protagonista, Cassidy es reemplazada por Natalie Portman en la encarnación de la Celeste adulta. Asimismo se concentra el lapso de tiempo y espacio por unas horas antes del inicio del show de retorno y reinvención de la cantante en un show que la lleva de vuelta a su ciudad natal. Las posiciones han cambiado y Celeste domina, por no decir apabulla, histéricamente a sus cercanos. Cassidy reaparece como su hija (aunque en un tono mucho más reactivo a los embates de una Portman lanzada sobre su malhablado personaje). Acá el terreno es más propio del melodrama, con la densa y refunfuñante relación madre e hija, tantas veces retratada en películas sobre artistas y gente del espectáculo, que disminuye la línea dramática que abre este segmento del filme. Un ataque terrorista islámico con tipos vestidos con máscaras usadas alguna vez en videos musicales de Celeste busca ser minimizado en controversia ante los medios por parte del staff de la cantante y la propia Celeste, quien busca reencontrarse con su hija.

En algo -sin virtuosismo bergmaniano (me gustaría agregar "cinéfilamente")- se reflejan ambas mitades de Vox Lux, tal como los diálogos y los personajes van a resurgir transformados, para mal, dejando claro que lo que falta es el proceso de degradación. Al saltar directo al efecto de la celebridad y la carga enajenante de su cometido la película se distancia de afección empática y opta por el desagrado. Ya los tintes fríos de la fotografía, el marco proporcionado por el narrador y la duración de escenas que permiten seguir a los cuerpos durante toda la primera parte adelantaban la postura de condena por parte del director. El recorrido simbólico del personaje se aprecia en la producción de su obra: que va del trabajo sin redención de una canción (en 1997) que se volvió éxito al explotar comercialmente el dolor común (en 2001), a las canciones y discurseos sobre autoaceptación y afirmación de la voluntad (en 2017), dando como resultado (de nuevo) la explotación de la victimización. Solo cambia la posición jerárquica de Celeste, una vez arriba en el estrellato y que transformó el dolor propio en dolor ajeno, se puede dar el lujo de hacer canciones pop vacías, que repiten un mensaje unívoco, consumido por fans embobados. Su creación ahora ya no es componer para expresar algo, sino dar la talla en la performance de Celeste como estrella, ya que en sus otros roles (asigandos socialmente, pero también autoasignados) como madre, personaje opinante o mujer, está escindida del principio de realidad. Ni siquiera las canciones que canta son compuestas por ella, sino por su hermana, lo que genera la interrogante por quién es el verdadero talento en la familia. La realidad del artista celebridad es reproducir su imagen, da lo mismo quién esté detrás.

El callejón sin salida del ídolo de masas está servido por su circunscripción en la inmediatez del mundo interconectado. La posición de ese tipo de artista consiste en permanecer siempre a la defensiva, intentado tácticas que le permitan, con suerte, hallarse un paso por sobre sus detractores y seguidores (algo parecido apreciamos hace pocos años en Birdman, por ejemplo). El costo personal para Celeste es seguir siendo la niña-madre cuando no puede ser madre de su hija, que puede seguir sus pasos. La escena del restorán es clara en demostrar el patetismo de la postura, bastante conservadora e ingenua, del personaje, máscara bajo la cual se debaten su infantilismo y su cinismo. En un mundo donde se le pide a los artistas una corrección política cada vez más cercana a la exigencia imposible de remunerar, donde la voz de millones se mueve entre los medios informativos y las redes sociales sonando como una sola, casi tan potente como la del dios del Antiguo Testamento, pareciera que el intento de retrato del precio de la fama de principios de siglo pretendido por Vox Lux es la de una luz que se apaga, una voz que que enmudece. En términos de cultura pop, tal vez haya que ir a rastrear la producción de celebridad contemporánea en cuanto tal en los fenómenos de internet (como los youtubers) y a lo mejor ahí identificar cómo se compone un más adecuado retrato del artista del siglo XXI.

 

Nota comentarista: 6/10

Título original: Vox Lux. Dirección: Brady Corbet. Guión: Brady Corbet. Fotografía: Lol Crawley. Música: Scott Walker. Canciones: Sia. Reparto: Natalie Portman, Jude Law, Raffey Cassidy, Stacy Martin, Willem Dafoe, Jennifer Ehle, Susanna Guzman, Chris Banks, Matt Servitto, Natasha Romanova, Daniel London, Fred Hechinger. País: Estados Unidos. Año: 2018. Duración: 110 min.