White God (Kornél Mundruczó, 2014)

No recuerdo bien cuándo fue la primera vez que llegué a ver una película de Samuel Fuller, creo que fue una mezcla entre Shock corridor cuando estudiaba psicología y The naked kiss. Me las terminé viendo todas y un día supe que me faltaba White dog, tal vez porque quería creer que Fuller podía ser el mejor espectador que te contaba acerca de lo peor de la guerra y la locura, pero sabía que no me podría bancar a Fuller hablando de un perro. Fuller para mí siempre fue de esos amigos que te llevaban a esos lugares a los que nadie te llevaba y que te contaba lo que ni tus mejores amigos te contaban. El barro y las trincheras de Fuller siempre me parecieron universales y sus guerras siempre fueron para mí algo que no quería ver. Vi la locura de Shock Corridor antes de estudiar psicología y antes de ver Atrapado sin salida. Vi esa película del demonio antes de leer a los anti psiquiatras y antes de saber que jamás sería un psicólogo laboral. Vi a John Waters y a John Cassavetes antes de ver la que me faltaba de Fuller. Amaba a los perros antes del cine, amaba a los perros desde que tenía 4 años y me enseñaban a andar en skate. Amaba a los perros desde la primera vez que mi madre exiliada le llamó a un pastor alemán “Copihue”, y supe que era por una flor chilena y aún ni conocía Chile. Y siempre amé el cine desde que tengo uso de razón y un día decidí ver White dog. Tal vez es la que dejé para el final porque no quería ni saber qué podía decirme Fuller acerca de los perros. Fuller era de esos que me habían mostrado que la humanidad era una cosa ultra peluda, que lo cotidiano no te quiere, que las calles no tienen retorno, que todo tiene dos filos, que las aguas son turbias y que las balas siempre pueden ser vengadoras y rebotar. Ok. ¿Qué me pasó cuando vi White dog? Vi a ese Fuller que terminaría matando a ese perro que si no hubieras visto sus películas antes, podrías haber pensado que tal vez White dog podría haber tenido un final feliz. Era obvio que Fuller terminaría la película con el final de la historia del perro.

Vamos ahora a lo lindo de White god.

White god es gigante no sólo por los guiños que le hace a Fuller desde el momento en que el perro parte su historia distinta a la de Fuller. Si en White dog no conocemos la historia del perro y White dog es contar la historia de su trauma, en White god partimos al revés. En White dog conocemos a un perro con la historia de sus traumas y en White god conocemos cómo se inician los traumas. La historia de White god es la historia al revés, es la historia no de cómo transformas a alguien abandonado en un asesino que no quiere serlo. La historia de White god es la historia de toda esa gente que por fin cree que tal vez el día que nos asesinen a todos los asesinos tendrán razón. La diferencia entre White dog y White god es que Fuller nunca necesitó finales felices, la diferencia entre dog y god es que en White god la cámara es de los perros. Y no es casual que terminarán matando a ese quiltro buena onda que le salvó la vida a Hagen mil veces. Hagen en el fondo es el perro blanco de Fuller que si hubiera tenido a 800 de su lado igual habría agachado el pecho. Podría citarles ya mismo mil escenas donde pasa lo mismo con humanos, en Peckinpah, en Kubrick, en Welles. Me quedo con los perros que no se van a las trincheras. Me quedo con estos homenajes que le devuelven al mundo la idea de que no lo son.

 

Título original: Feher isten / White God. Dirección: Kornél Mundruczó. Guión: Kornél Mundruczó, Viktória Petrányi, Kata Wéber. Fotografía: Marcell Rév. Montaje: David Jancsó. Reparto: Zsófia Psotta, Sándor Zsótér, Lili Horvát, Szabolcs Thuróczy, Lili Monori, Gergely Bánki, Tamás Polgár, Károly Ascher, Erika Bodnár, Bence Csepeli, János Derzsi. País: Hungría. Año: 2014. Duración: 115 min.