Wiñaypacha: Opacidad de la técnica

Pareciera que Wiñaypacha se mantiene vigente en cartelera por la suma de sus excepcionalidades: cine joven, primera película (peruana) hablada completamente en aimara, rodaje realizado en condiciones climatológicas adversas, personajes que no son actores profesionales, una bellísima dirección de fotografía, sonido altamente cuidado y una cámara poco común que prácticamente a ras de suelo sigue la clave de planos fijos. Si bien es cierto que Wiñaypacha suma todas esas características, no es la única en hacerlo.

Todo éxito público produce sus propias etiquetas. A veces escasamente rodean una obra para destacar elementos subsidiarios, otras exaltan el valor imperativo de lo nuevo. Hay películas que tras su circulación comercial zigzaguean sus nomenclaturas y con mucha astucia las utilizan a su favor. Wiñaypacha, ópera prima del director Óscar Catacora (Huaychani, 1987), se inscribe de cierta manera en ese cuadro. La apariencia de una ficción sencilla montada sobre la historia de Willka y Phaxsi tematiza la vida de una pareja de ancianos aimara sumergidos en el paisaje de los andes altiplánicos, juntos sortean los últimos momentos de su vida entre la supervivencia y el añoro del retorno a casa de su único hijo. La película ha producido un interés mayor de lo que su director proyectaba en un inicio. Wiñaypacha, “eternidad” en aimara, tuvo desde su primera exhibición una participación activa en el circuito latinoamericano de festivales, fue aplaudida y premiada en el Festival de Cine de Guadalajara, en las categorías Mejor Director Joven, Mejor Ópera Prima y Mejor Fotografía; también fue postulada por Perú a los Oscar y a los Goya como mejor película extranjera e iberoamericana en 2019. La inesperada recepción del público peruano disputó la taquilla comercial en sala y logró que se mostrara en la televisión abierta el verano pasado. En Chile, circuló el mismo año de su estreno vía Ficwallmapu y, al año siguiente, en el circuito comercial a través del Cine Arte Alameda. Actualmente se encuentra entre las destacadas de la región integrando la muestra latinoamericana de la Red de salas de cine en online.  

Pareciera que Wiñaypacha se mantiene vigente en cartelera por la suma de sus excepcionalidades: cine joven, primera película (peruana) hablada completamente en aimara, rodaje realizado en condiciones climatológicas adversas, personajes que no son actores profesionales, una bellísima dirección de fotografía, sonido altamente cuidado y una cámara poco común que prácticamente a ras de suelo sigue la clave de planos fijos. Si bien es cierto que Wiñaypacha suma todas esas características, no es la única en hacerlo. La puesta en escena a cinco mil metros altura, la incorporación de personajes locales, la elección de su idioma, la vuelven singular, pero no la primera película en su tipo: desde los recursos monumentales utilizados por Herzog en el mismo Perú, o la elección del aimara y el quechua como idiomas prioritarios en el cine de ficción de Jorge Sanjinés (Ukamau, 1966; Yawar Mallku, 1969), constituyen una trayectoria o, si se quiere, una tradición cinematográfica en la que Wiñaypacha se inscribe.

Me parece que lejos de jugar en una línea vanguardista, la película destaca porque ofrece un punto de vista orgánico y cuidadamente resuelto en el lenguaje cinematográfico, que persigue una poética fílmica propia. De allí que su importancia no radique en identificar una colección de apuestas y elementos que sumen a su singularidad o diferencia, sino la consistencia de una poética en formación. El problema de la migración interna en los países andinos, la separación intergeneracional al interior de los pueblos, la perdida de la lengua, el corte en la transmisión de las tradiciones, son tópicos ya trabajados por el cine latinoamericano y representan temáticas que atraviesan de uno u otro modo gran parte del cine indígena. El argumento de Wiñaypacha no es extraño en un país en que gran parte de la población es indígena y en que en los últimos treinta años, sea por motivos políticos o de subsistencia, se ha producido un desplazamiento forzado hacia las ciudades, transformando los modos de vida tradicionales. La singularidad de Wiñaypacha es su punto de vista interno, el tratamiento a la vez concreto y abstracto del drama singular de los personajes, del tiempo que transcurre entre los días de la espera y el trabajo, la inminente anticipación de un final adverso, el mal augurio del abandono. Esas, si se quiere, son las bases materiales de una tragedia ineludible que se profundizan en el tópico de la espera.

Decía por ahí un cineasta y teórico del cine en un libro celebre que “los trucos del oficio, en el fondo, son muy secundarios. Todo se puede aprender. Lo que no se puede aprender es a pensar con dignidad e independencia”. Wiñaypacha no se sostiene en las excepciones formales o temáticas. Su lucidez está en su propio lenguaje cinematográfico, uno que transita tiempos, cruza miradas entre la cámara artificiosa y el paisaje en bruto, quieto. Tampoco es la lengua su singularidad, sino la traducción solapada y permanente entre el tiempo de la técnica y el tiempo de lo filmado. La coordinación de los planos, su montaje, construye un ritmo en que domina la relación exterior/interior de los personajes. Es una película de traducciones estéticas, de puentes entre un tiempo y otro, que no idealiza el pasado, más bien se restringe a mostrar un presente continuo, uno muy difícil de procesar y digerir.

La eternidad de esa espera se vuelve paulatinamente más rotunda y dolorosa. Si en el algún momento llegamos a pensar que la espera a un Godot absurdo podría haber sido un móvil para contener la angustia del aislamiento y su inminente desenlace, es una idea que se disipa. No es la espera absoluta en un mundo abandonado por los dioses la que pone en escena Wiñaypacha, es la espera trágica de un tiempo secularizado que no puede resolverse. El hijo que se espera y no retorna se vuelve entonces una metáfora o bien la traducción opaca de una tragedia contingente y contemporánea.

Título original: Wiñaypacha. Dirección: Óscar Catacora. Guion: Óscar Catacora. Fotografía: Óscar Catacora. Reparto: Rosa Nina, Vicente Catacora. País: Perú. Año: 2018. Duración: 88 min.